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JMIENTO
DEL
OCÉANO PACIFICO
Y LA
SOCIEDAD MEXICANA DE geografía y ESTADÍSTICA
RESENA
DISCURSOS Y DOCUMENTOS RELACIONADOS CON LA SOLEMNE SESIÓN VERIFICADA EN HONOR
DE
VASCO NUÑEZ DE BALBOA
EL 25 DE SEPTIEMBRE DE 1913
MÉXICO
Imprenta y Fototipia de la Secretaría de Fomento
1913
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DEL
OCÉANO PACIFICO
Y LA
SOCIEDAD MEXICANA DE geografía y ESTADÍSTICA
RESENA
DISCURSOS Y DOCUMENTOS RELACIONADOS CON LA SOLEMNE SESIÓN VERIFICADA EN HONOR
DE
VASCO NUÑEZ DE BALBOA
EL 25 DE SEPTIEMBRE DE 1913
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Imprenta y Fototipia de la Secretaría de Fomento 1913
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Y LA SOCIEDAD MEXICANA DE GEOGRAFÍA Y ESTADÍSTICA
por el Profesor ALBERTO M. CARREÑO
Prinier Secretario
Entre los acontecimientos geográficos de mayor importancia que han ocurrido en todos los tiempos, dos hay que sobresalen, sin duda alguna, de los demás: el descubrimiento hecho por Co- lón que produjo un nuevo mundo, y el descubrimiento de Vasco Núñez de Balboa, que no es hipérbole asegurar que dotó a la tie- rra de un nuevo mar, el mayor de los mares conocidos.
Por tanto, no era posible que México dejara de celebrar el cuarto centenario de este último descubrimiento, y menos to- davía que la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística que, por su antigüedad, es la tercera de su género en el mundo, no con- memorara debidamente tal aniversario. Esto explica que desde el mes de Marzo próximo pasado los Sres. Lie. D. Joaquín D. Casa- sus. Vicepresidente de la Sociedad y D. Telesforo García, si espa- ñol de origen, mexicano por su afecto a esta tierra que en otro tiempo fuera la Nueva España, dieran los primeros pasos encami- nados a la celebración del cuarto centenario del descubrimiento del mar Pacífico, y esos pasos tuvieron por objeto obtener del Go-
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bierno Federal, por conducto de la Secretaría de Fomento, de quien depende de modo directo nuestra Sociedad, que prestara todo su concurso moral y material a fin de que la festividad que se hiciera alcanzara un brillo extraordinario.
El Sr. Ing. D. Alberto Robles Gil, que a la sazón era el Mi- nistro de Fomento, acogió con agrado aquella idea y ofreció su ayuda ; pero más tarde cupo la satisfacción al socio Sr. T>. Enri- que Santibáñez, de ser el iniciador de que el aniversario se con- memorara por medio de una sesión solemne.
En efecto, en la sesión verificada el 17 de Julio del presente año, el Sr. Santibáñez formuló una proposición encaminada al ñn de que el día 25 del mes de Septiembre de 1913, la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística celebrara una sesión espe- cialmente consagrada a recordar aquel interesante hecho histó- rico-geográfico.
La iniciativa alcanzó, como era de esperarse una acogida favo- rable, y el Sr. D. Telesforo García y yo, apoyamos con todo calor dicha iniciativa, que con entusiasmo fué aprobada.
Era necesario entonces, pensar en la forma y manera en que la solemnidad debería verificarse; a este fin se nombró una comisión que se encargara de presentar un proyecto de programa al cual habría de sujetarse aquélla; y la comisión quedó integrada por el señor Magistrado D. Francisco Belmar, Secretario Perpe- tuo de la Sociedad, por el mismo iniciador, Sr. Santibáñez y por mí.
La comisión comenzó entonces a discutir los temas que deberían tratarse en la velada, quiénes podrían ser los oradores y al efecto convino en que se desarrollaran tres temas distintos. El primero tendría por objeto la Geografía Económica de las naciones bañadas por el Pacífico ; el segundo, la Geografía Fí- sica de aquel Océano y el tercero la narración de los hechos más culminantes llevados a término por los navegantes y pilotos de aquellos días, por extremo memorables para la geografía, consagrando, como era natural, un especial recuerdo a Núñez de Balboa.
DE GEOGRAFÍA Y ESTADÍSTICA
La comisión creyó que podría encargarse a alguno de nuestros más distinguidos poetas, el cantar aquellos hechos dignos de loa; y como el Sr. Santibáñez se manifestó dispuesto a tomar a su cargo uno de los temas acordados, la comisión juzgó que podrían encomendarse los otros dos a los Sres. Lie. D. Ezequiel A. Ohávez y Telesforo García, respectivamente, y la poesía al señor doctor D. Enrique González Martínez.
Este primer proyecto de programa fué sometido a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística en su sesión celebrada en 24 de Julio; y entonces el Sr. D. Telesforo García propuso que se adicionara con un número más, que habría de asignarse al Sr. D. Gonzalo de Murga, quien podría hablar acerca del Canal de Panamá, tanto por haber sido descubierto el Pacífico desde Panamá, como por el hecho significativo de que cuatrocientos anos después de su descubrimiento está a punto de unirse con el mar Caribe y con el Atlántico.^
La comisión acogió de buen grado las ideas del Sr. García, y, en consecuencia, la Sociedad aprobó el nombramiento de los cinco oradores indicados antes, que aceptaron gustosos, como era de esperarse, la invitación que se les hizo para que tomaran participación directa en la ceremonia proyectada.
Había, sin embargo, necesidad de combinar aquel programa, selecto sin duda alguna por lo que se refiere a la parte literaria, con un programa musical, que sirviera no solamente para dar realce a la fiesta, sino de incentivo para atraer una mayor concu- rrencia a la velada, así como para que ese concurso fuera lo más distinguido posible.
¿Qué elementos podrían hallarse en México mejores que los que proporciona la artística agrupación, conocida con el nombre de Orquesta del Conservatorio^ Ningunos seguramente.
Teniendo esto en mira, sugerí a la comisión que se solicitara oficialmente el concurso de dicha orquesta ; y aceptada esta idea,
1 Al imprimirse esta reseña han quedado ya unidos los dos océanos.
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personalmente acudimos el Sr. Magistrado D. Francisco Belniar y yo, al entonces Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, Sr. Lie. D. José María Lozano, quien acogió favorablemen- te la solicitud hecha en nombre de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, ofreciendo que si para ello no había inconveniente, de su parte le sería grato que la Orquesta asistiei-a a nuestra solemnidad.
La resolución vino poco después como lo habíamos deseado, y justo es manifestar que, el Sr. D. Rafael López, Secretario del Ministro, puso también de su parte todo empeño para la pronta y fácil resolución de aquella solicitud.
Tras de varias conversaciones que tuve con el Sr, D. Carlos J. Meneses, Director de la Orquesta del Conservatorio, autori- zado ampliamente por la comisión, logramos al fin ponernos de acuerdo, acerca del programa musical que habría de desarro- llarse en la velada; y entre tanto el Sr. I). Telesforo García, que ha venido ejerciendo accidentalmente las funciones de Vicepre- sidente, nos participó que la Junta Directiva del Casino Español, había resuelto invitar a la Sociedad Mexicana de Geografía y Es- tadística para que efectuara la sesión en los salones que posee el citado Casino.
Así las cosas, el Sr. Dr. D. Enrique González Martínez fué nombrado Secretario del Gobierno del Pastado de Puebla, y por esta razón se vio en la necesidad de participar a la comisión organizadora de la fiesta, que muy a pesar suyo se veía en el ca- so de no poder tomar parte en ésta, y debido a tal circunstan- cia, el programa que en definitiva fué sometido a la Sociedad y por ésta aprobado, es el que consta en el texto de las invi- taciones que profusamente circularon y que literalmente dicen:
"La Sociedad Mexicana de Geografía y P^stadística tiene el honor de invitar a Ud. a la velada que, con motivo del cuarto centenario del descubrimiento del Océano Pacífico por Vasco Núñez de Balboa, celebrará el 25 del presente mes, a las ocho y media de la noche, en el Casino Español (Avenida de Isabel la
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Católica 29), acto que será presidido por el señor Secretario de Fomento, Colonización e Industria. — El Vicepresidente interino, Telesfof^o García. — El Secretario Perpetuo, Francisco Belmar. — El Primer Secretario, Alberto M. Carreuo.
PROGRAMA
I. Marcha Saint Sáenz.
II. Geografía Económica de los Estados Ameri- canos del Pacífico.
Discurso por el socio Sr. D. Enrique Santi- báñez.
III. Esclarmonde Massenet.
IV. De Núñez de Balboa al Coronel Goethals. Discurso por el socio Sr, D. Gonzalo de Murga.
V. Diluvio Saint Sáenz.
Violín solo, Sr. Prof. D. Pedro Valdés Fraga.
VI. Geografía Física del Océano Pacífico.
Discurso del socio Sr. Lie. D. Ezequiel A. Ohávez.
VII. Eomanza Valdés Fraga.
Violín solo, Sr. Prof. D. Pedro Valdés Fraga.
VIII. Descubridores y pilotos del Mar Pacífico: Vasco Núñez de Balboa.
Discurso por el Sr. Vicepresidente interino, Sr. D. Telesforo García.
IX. Juana de Arco, Gran Marcha Solemne Moskowski.
La parte musical estará a cargo de la Orquesta del Conserva torio, dirigida por el Sr. Prof. D. Carlos J. Meneses."
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Entre tanto la Secretaría de Fomento transcribió a la So- ciedad nna nota enviada por el señor Ministro de España a la Secretaría de Relaciones Exteriores, acompañando varios do- cumentos relacionados con los proyectos existentes en aquel reino y en Panamá para conmemorar el centenario del descubrimiento del Pacífico, y pudimos tener la satisfacción de hacer saber al señor Ministro de España, por conducto de aquellas Secretarías de Estado, que ya esta Corporación, por su parte, se había anti- cipado a proyectar un acto solemne como el que, en efecto, inten- taba llevar a término.
Como la comisión organizadora había sido facultada amplia- mente para nombrar subcomisiones, etc., resolvió designar a dis- tintos miembros de la Corporación, ya para invitar al señor Pre- sidente de la República y a los Ministros de Estado, ya también para hacer igual invitación a la Suprema Corte de Justicia y a las Cámaras Legisladoras, así como al señor Ministro de España y otros funcionarios, debiendo quedar estos mismos comisiona- dos, con el encargo de recibir a los invitados la noche de la fiesta. Las diversas comisiones quedaron formadas así:
Para invitar al señor Presidente de la República, Sres. Teles- foro García, Magistrado Francisco Belmar y Prof. Alberto M. Carreño.
A los señores Secretario y Subsecretario de Relaciones Exte- riores, Sres. Ing. Francisco de P. Pina y Lie. Manuel Miranda Marrón.
A los señores Secretario y Subsecretario de Gobernación, doc- tores D. Manuel S. Soriano y Jesús Díaz de León.
A los señores Secretario y Subsecretario de Justicia, seño- res Lies. Isidro Rojas y Manuel P. Cervantes.
A los señores Secretario y Subsecretario de Instrucción Pú- blica y Bellas Artes, Sres. Lie. José L. Cosío y Prof. Abraham Castellanos.
A los señores Secretario y Subsecretario de Fomento, señores Magistrado Francisco Belmar y Prof. Alberto M. Carreño.
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A los señores Secretario y Subsecretario de Comunicaciones y Obras Públicas, Sres. Francisco A. Soni y Román Rodríguez Peña.
A los señores Secretario y Subsecretario de Hacienda, seño- res Ing. Isidro Díaz Lombardo y Lie. Félix M. Alcérreca.
A los señores Secretario y Subsecretario de Guerra y Marina, señores General Eduardo Paz y Lie. Enrique Arroyo.
A los señores Magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Sres. Lies. Manuel Padilla y Ramón Mena.
A la Cámara de Diputados, Sres. Prof. Francisco Fernández del Castillo y Maximiliano M. Cliabert.
A la Cámara de Senadores, Sres. Lie. Manuel H. San Juaii y Juan B. Iguíniz.
Al señor Gobernador del Distrito, Sres. Lies. Aurelio Lomelí y Agustín Arroyo de Anda.
A los señores Ministros de España y Guatemala, Sres. Manuel Romero de Terreros y Lie. Esteban Maqueo Castellanos.
A los señores Encargados de Negocios de Honduras, Chile y Perú, Sres." Ing. Félix F. Palavicini y Lie. Lázaro Pavía.
A los señores Cónsules de España y Panamá, Sres. Julio Poulat y Prof. Manuel Velázquez Andrade.
Quedaron agregados, además, a la Comisión de recepción, los señores Magistrado D. Francisco S. Carvajal e Ing. Julio Riquel- me Inda.
El señor Presidente de la República se excusó de concurrir, y presentaron iguales excusas algunos Secretarios de Estado.
El señor Presidente de la Cámara de Diputados aceptó la invitación, y el Senado nombró como representantes suyos a los Sres. Lies. Emilio Rabasa, Manuel Calero, Ignacio Padilla, José Diego Fernández, Dr. Aurelio Valdivieso y Eduardo N. Iturbide.
Los señores Ministros de la Suprema Corte de Justicia ofre- cieron también que concurrirían.
Por su parte la Universidad Nacional de México, designó a
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los Sres. Ing. Alberto J. Pañi y. Lie. Néstor Rubio Alpuche, para que asistieran en su representación.
Invitadas, como de costumbre, en casos como éste, las Corpo- raciones científicas que residen en esta Capital, nombraron sus representantes en la siguiente forma:
Academia de Ciencias Sociales, Ing. Ricardo García Granados y Lies. Esteban Maqueo Castellanos y José Antonio Rivera G.
Academia de Medicina de México, Dres. Miguel Otero y Fran- cisco Hurtado.
Alianza Científica Universal, Lie. Manrique Molieno y Fernan- do Capdevielle.
Asociación del Colegio Militar, Ings. Fernando Basurto y Carlos Noriega.
Comisión Geodésica Mexicana, Ings. Pedro Lira y Arnulfo Espinosa.
Instituto Geológico de México, Ing. Trinidad Paredes y Enri- que Díaz Lozano.
Instituto Médico Nacional, Prof. Mariano Lozano y Castro y Dr. Leopoldo Flores.
Instituto Patológico Nacional, Dres. Manuel Toussaint y An tonio J. Carvajal.
Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, Sres. Ig- nacio B. del Castillo, Juan B. Iguíniz y Vicente Antonio Ga- licia.
Sociedad Agrícola Mexicana, Ings. Manuel Téllez Pizarro y Eduardo J. Creel.
Sociedad de Alumnos de la Escuela S. de Comercio y Admi- nistración, Sres. José Sebastián SiLva, Ramón Velasco, Felipe Peraza y Santiago Flores.
Sociedad Astronómica de México, Srita. Guadalupe Aguilar, Ing. Ernesto Herrera y Lie. Manuel Miranda y Marrón.
Sociedad Científica Antonio Álzate, Ings. Manuel F. Alvarez y Felipe Inda.
Sociedad Cultura Intelectual, de Guadalajara, Dip. Ing. Tomás Rosales.
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Sociedad Indianista mexicana, Dr. Jesús Díaz de León y seño- rita Isabel Ramírez Castañeda.
Sociedad Mexicana de Historia Natural, Sres. Felipe Gutiérrez Vázquez y Rafael Río de la Loza.
Hechos, pues, todos los preparativos, la fiesta se celebró la noche del día 25 del presente mes de Septiembre, bajo la pre- sidencia del señor Ministro de Fomento, Lie. Manuel Garza Aldape, quien estaba acompañado del Sr. Lie. Jorge Delorme y Campos, Presidente de la Cámara de Diputados, de los señores don Bernardo de Cólogan y Cólogan y D. Juan J. Ortega, Minis- tros de España y Guatemala, respectivamente, del señor Ministro de la Suprema Corte de Justicia D. Emilio Alvarez, del Sr. D. Va- lentín Elcoro, Presidente del Casino Español, de los demás miem- bros de la Mesa Directiva del dicho Casino y de la Mesa Direc- tiva de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, así como de algunas otras distinguidas personalidades, entre ellas el Sr. D. Enrique C. Creel, ex-Secretario de Relaciones Exte- riores.
Dio comienzo la velada ante un concurso tan numeroso como selecto, entre el cual se hallaban presentes no sólo un gran núme- ro de nuestros socios y de personalidades conspicuas ,en el mundo de la ciencia y de las letras, sino familias por extremo distingui- das de la Metrópoli y de la Colonia Española.
Importantes por demás, eran todos los temas aprobados por la Sociedad, pero el primero resultaba por extremo difícil, toda vez que hablar de cuestiones económicas suele resultar árido y fatigoso, si el orador no logra diluir, digamos así, todos los datos que se traducen en cifras, tales como las importaciones y exportaciones, las toneladas que arrojan el tráfico terrestre y el marítimo; la producción de los campos y de las minas, etc.; y sin embargo, el Sr. Santibáñez logró hacer por extremo interesante su trabajo, toda vez que pasó en revista la vida co- mercial y las costumbres más salientes de los diversos pobladores de las naciones bañadas por el Océano Pacífico, desde la época
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en que los primitivos bajeles de Magallanes llegaron a este Océano; desde aquellos tiempos en que las naos de China cau- saban con su llegada inusitado interés, por las mercaderías de que eran portadoras, hasta la época actual, en que los grandes buques de vapor, unidos todavía a las embarcaciones de vela, lle- van a término un enorme comercio mundial.
El Sr. Santibáñez no puso en olvido los principales produc- tos de Chile y de Bolivia, del Perú y del Ecuador, de Panamá y de Costa Rica, de Nicaragua y de Honduras, del Salvador y de Guatemala, ni la industria peculiar de los sombreros de jipi- japa en el Ecuador, ni la fantástica producción de esmeraldas en Colombia, ni las variadas producciones de México y los Esta- dos Unidos, en la parte corres])ondiente al litoral del Pacífico; ni dejó de hacer hincapié en la inmensa labor que han realizado otros distintos pueblos para acrecentar su bienestar económico; y en su estudio nos presentó cuadros vivos llenos de interés y variedad.
Los aplausos que el público tributó al Sr. Santibáñez, fueron por tanto, un justo tributo a su labor.
El Sr. P. Gonzalo de Murga adoptó como tema de su discurso, la importancia geográfica y comercial de la apertura del Canal de Panamá, y para ello se refirió a los varios intentos que en épocas distintas se han hecho para acercar unos pueblos a los otros, por medio de la apertura de canales, como la que se está ejecu- tando en Panamá.
Quiso, además, el Sr. Murga hacer algunas consideraciones políticas en relación con esta obra colosal, y sabedor de que la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística no se ocupa en cuestiones de este género, al iniciar su discurso declaró con toda ingenuidad, que él solo era el responsable de sus propias ideas.
¿Cuál fué el éxito del Sr. Murga en su discurso?
Prescindimos de nuestras propias impresiones, para dar ca- bida a la crítica hecha por uno de los diarios más importantes de esta Capital, "El Imparcial,'" que refiriéndose al discurso del Sr. Murga dice:
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" Siguió en turno D. Gonzalo de Murga, quien, después
de un breve preámbulo, explicando su presencia en el Casino Español y de hacerse personalmente responsable del discurso que iba a leer, con gesto gallardo, dicción perfecta y tonos de voz admirables de expresión, dio lectura a no pocas cuartillas, que tratando al principio de Vasco Núñez de Balboa, Hernán Cortés, Cristóbal Colón y Saavedra Cenón, luego se engolfan en cuestiones de historia política, siendo el tema de sus viriles párrafos, sazonados de humorismo y modelo literario en su géne- ro, la acción absorbente de los Estados Unidos del Norte, con res- pecto a la América latina.
^'Y con una habilidad y un humorismo dignos de su talento, el realmente notable conferencista, hizo breve historia de la po- lítica yanqui, comentó razonadamente sus miras expansionistas, citó fechas, nombres, tratados, habló del Canal de Panamá, de Wilson, de Bryan, de Bolívar y de otros muchos, exponiendo comentarios oportunos y dignos de ({ue se graven en nuestra me- moría, para provecho y honor de nuestra raza.
"Y comentando aquí, ironizando allá, parafraseando en el otro lado y siempre fácil, expresivo y sensato, habló al final de las notas enviadas por la Casa Blanca al Gobierno Mexicano, que— dijo?— provocaron sonrisas, risas y carcajadas homéricas en todo el Honorable Cuerpo Diplomático.
'Tuvo, finalmente, para México, frases tan oportunas como sinceras, y comentó muy acremente la conducta del Gobierno
Norteamericano que llevado de su puritanismo o fariseísmo,
se niega a reconocer al actual Gobierno mexicano, constitucional- mente establecido según todas las leyes del país.
"Tanto al final como en los ligeros descansos que hizo el se- ñor Gonzalo de Murga leyendo su excelente y viril trabajo, fué ruidosamente aplaudido por la concurrencia, que en extremo complacida escuchó la lectura del interesante documento "
Tocó su vez al Sr. D. Ezequiel A. Chávez, y debo declarar que si el tema desarrollado por el Sr. Santibáñez era difícil por
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SU aridez, el del Sr. Cliávez lo era de todo punto, por su in- mensidad.
Hacer la descripción geográfica del mar Pacífico y de las tie- rras que baña, no es por cierto tarea fácil de realizar, y me- nos reducir esa descripción de modo tal, que sin que nada ]>ierda de su inter-és y de su exactitud, pueda caber dentro de los estre- chos límites de un discurso.
Y sin embargo, el Sr. Cliávez, realizó a maravilla su cometido, pues como podrá ver quien lea aquella importantísima pieza ora- toria, no se sabe qué admirar más; si la belleza de las imágenes, si la corrección del estilo, si lo armonioso del conjunto o si los vastos conocimientos geográficos que revela el estudio del se- ñor Cliávez.
Quien quiera formar un concepto general de lo que es el Océano Pacífico, de las numerosísimas islas que se hallan a veces como enjambres aquí y allá, o en ocasiones cual centinelas so- litarios en medio de aquel mar inmenso, puede encontrar en la obra del Sr. Chávez un trabajo de resumen por extremo completo, que no sin justicia fué acogido con estruendosos aplausos del público que lo escuchó.
Vino a cerrar la fiesta literaria el ])restigiado escritor, cuyo nombre es de sobra conocido de todos los que cultivan las letras en nuestro país.
El Sr. D. Telesforo García, remontándose a la época en que España comenzaba una vida nueva al triunfar de los árabes, sus dominadores, nos presentó la magna obra realizada por Colón, (cuya cuna pretenden hoy haber sido varios pueblos, porque ra- ros son los honores, como el que resulta para un país, de que en su seno, vea la primera luz quien más tarde ha de tener i)or Patria a todo un mundo), nos habló también de los hoy famt)sos aventureros españoles, portugueses e ingleses que a partir del siglo XV se lanzaron a lo desconocido en busca de tesoros nuevos y de nuevas riquezas, y en busca de tierras que ofrecer, como el tributo más alto, a sus respectivos soberanos.
Vasco de Gama, Magallanes, Juan Sebastián Elcano, los Ca-
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bottos, fueron nautas cuyos hechos dieron gloria imperecedera a sus nombres y a la humanidad de que son parte; y el señor García, en su brillante discurso nos fué haciendo ver la activa labor de cada uno de ellos en los descubrimientos geográficos que llenaron de admiración al mundo por aquellos días y habrán de llenarlo mientras exista.
Figura prominentísima tenía que ser y fué en su relato, la conquista sin igual, llevada a cabo por Vasco Núñez de. Balboa, que tras de luchas de todo género, pudo ha cuatro siglos con- templar por la primera vez, un mar inmenso, el mayor de todos los mares y que era entonces desconocido de los europeos.
No necesito empeñarme en hacer el elogio del importantísimo .trabajo del Sr. García; que su lectura habrá de poner de mani- fiesto una vez más, su erudición y sus indiscutibles conocimientos históricos.
Inútil es decir que la parte encomendada a la Orquesta del Conservatorio fué ejecutada de modo brillantísimo; los nume- rosos profesores que forman la mencionada agrupación, son ar- tistas escogidos por nuestro Conservatorio Nacional de Música, y guiados hábilmente por uno de nuestros mejores maestros en el mundo del arte por excelencia bella, el Sr. Meneses, han llegado a conquistar fama tan merecida en nuestra República, que basta decir que es aquella Orquesta la encargada de la parte musical de un festival cualquiera, para estar seguro de que el éxito ha- brá de ser completo.
La Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística cree haber cumplido con el deber que tenía de no dejar que pasara inadverti- do un hecho tan importante como el que se recuerda ; y como la Real Sociedad Geográfica de Madrid, la Real Academia de la His- toria, y la Ilnión Ibero-Americana, se esforzaron en España, para que se conmemorara debidamente aquella fecha, nuestra Socie- dad, ha tenido la satisfacción de ponerse en contacto con aquellas tres distinguidas agrupaciones, para que supieran cómo México por su parte, se apresuraba a hacer igual conmemoración ponién- dose a la altura de su objeto y de su misión en nuestro país.
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Creo también, que el Sr. Saiitibáfiez, el autor de la iniciativa, se sentirá satisfecho, por el brillo que alcanzó la festividad y es esta la ocasión para dar un público testimonio de agradeci- miento al señor Secretario de Fomento, Lie. D. Manuel Garza Al- dape, que quiso que en una publicación especial se reunieran todos los trabajos hechos por la Sociedad Mexicana de Geografía y Es- tadística, para conmemorar el descubrimiento del Océano Pacífico.
También se hace indispensable, antes de cerrar esta breve reseña, expresar cuánto ha estimado la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, el que la Junta Directiva del Casino Español hubiera querido que, en unión fraternal, se efectuara una fiesta organizada por mexicanos en honor del célebre aven- turero español, de Vasco Núñez de Balboa, dando así un testi- monio del deseo que existe, cada vez más acentuado y cada vez más entusiasta, de que se fundan en un crisol de afectos puros y de ideales levantados, los pueblos que por su lengua y por sus ten- dencias, así como por sus instituciones, tienden a un fin, el de formar una sola raza vigorosa y fuerte.
Un elogio más, y no por hecho en último término menos me- recido: él es para el señor Magistrado D. Francisco Belmar, Secretario Perpetuo de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, que no sólo en la ausencia temporal de nuestro Vice- presidente, el Sr. Lie. D. Joaquín D. Casasus, sino en todo tiem- po, pone el mayor empeño en dar realce y brillo a todos los actos de nuestra Sociedad; empeño que una vez más se hizo patente, al tratarse de la celebración de la fiesta que ligeramente he reseñado. ^
México, Septiembre 30 de 1913.
1 En la sesión celebrada el día 2 de Octubre, la Sociedad acordó un voto de gracias a su Primer Secretario, el Sr. Prof. Alberto M. Garren o, por los trabajos que llevó a término para organizar la velada a que se refiere está reseña. — Isidro Rojas, Director del Boletín de la Sociedad.
(íeogkafia económica
DE LOS
ESTADOS AMERICANOS DEL PACIFICO
Discurso pronunciado
por el socio Sr. D. Enrique Santibáñez en la sesión solemne
dedicada a Vasco Núñez de Balboa
Excelentísimos Señores Ministros: Señores :
El 25 de Septiembre de 1513, en la mañana, Vasco Núñez de Balboa, desde la cumbre de un monte alto y riscoso, en 'medio de la bravia naturaleza de la parte americana que hoy lleva el nombre de República de Panamá, descubrió el Mar del Sur, como ya se le llamaba porque se presentía su existencia, aunque no se le conocía, al vasto Océano a quien Magallanes impuso el nombre de Pacífico. Y a los tres días, con el estandarte símbolo de la Patria en una mano y la espada vencedora en la otra, se posesionó de aquellas aguas en toda su inmensidad, en nombre del Rey hispano, que a poco, por los hechos heroicos de sus sub- ditos, podía decir con orgullo, que el sol nunca se ponía en su dilatado Imperio.
No fué el descubrimiento de Balboa, producto de una casuali- dad como a menudo acontece en estos hechos de los hombres; ni tampoco ignoraba el audaz explorador de novísimas tierras v el
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esforzado conquistador de remotos pueblos, que el fin que persi- guiera entrañaba grandiosidad entre los acontecimientos pasuio- sos de la época. Al saber por los labios de un régulo istmeño que tras de la vecina tierra, el oro era abundante v divisábase otro mar, sin auxilios que habíansele prometido, con un puñado de valientes, transportado de gozo, impaciente por alcanzar im- perecedera gloria, marchó intrépido a conquistarla, i)ostrándose de hinojos para dar gracias a Dios al verse poseedor de la gracia tantas veces suplicada, de ser el primero de los europeos que con ojo inquieto y asombrado descubriese el presentido mar. ■ Entre los viajes de Colón que hicieron surgir el Nuevo Mundo ante la admiración del Mejo Continente, y el viaje de circun- navegación de Magallanes, que probó la esfericidad de la tierra, tan portentosos que los geógrafos muchas veces titubean a cuáles darles primacía por sus resultados en la civilización y la ciencia, es eslabón de brillantes el hecho heroico de Balboa, que hoy con- memoramos en su Cuarto Centenario; y la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística no podría dejar de celebrarlo, con la pompa que le fuese dable, para así honrar a la Madre Patria, en sus fastos más culminantes y a las nobles ciencias que tiene la obligación de cultivar, con toda v^eneración y con todo entu- siasmo.
Tócame por obligación que ella me impuso y que yo debí rehuir por mi notoria iuvSufi ciencia, describir al ilustradísimo concurso que me escucha, el adelanto económico que los Estados ameri- canos del lado del Pacífico han obtenido desde su descubrimiento hasta la fecha; motivo más que suficiente j^ara llenar volúmenes enteros de nutrida lectura, observación y estudio. Y antes de entrar en materia, lo que efectuaré con la debida brevedad, para evitar por ese lado natural cansancio, ruego que por el otro, de la ñorida dicción, galanura en el lenguaje y erudición en el asun- to, se me perdonen mis numerosas faltas.
Bien sabido es de todos Udes., que el comercio con la India se verificó hasta el siglo xvi, pasando los efectos de ésta a los Estados musulmanes, ])rimero, y a las Oligarquías italianas des-
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pues, y con tal tráfico en esta única forma establecido, el mundo de aquel entonces adquiría especias, metales preciosos, piedras finas y sederías. Y que despertadas las nobles ambiciones de figurar al frente de la humanidad por el espíritu de empresa, en la Península Ibérica, españoles y portugueses se hicieron émulos en los grandes viajes que con ligeras quillas efectuaron en medio de la universal admiración. Para conseguirlo (el Me- diterráneo estábales vedado) hubo que buscarse un nuevo camino. Entonces Vasco de Gama dio a Portugal el que obtuvo doblando el Cabo de Buena Esperanza en el continente africano. Y España lo consiguió más tarde, primero con las exploraciones de Colón que revelaron la existencia del Continente americano' y después con el viaje alrededor del mundo de Fernando Magallanes.
Este y Núñez de Balboa son los que fundaron la vida econó- mica de la parte de la tierra que venimos estudiando; ellos los que influyeron poderosamente para que las costas principiasen a poblarse con gente civilizada, en medio de pobres aldeas se- dentarias ocupadas por incipientes agricultores o tribus errantes dedicadas a la caza y a la pesca. Tocóles a las playas mexicanas la gloria de haber sido las primeras que albergasen a los nave- gantes hispanos que en barcos construidos con maderas de nues- tros bosques, fuesen en derechura, siguiendo un parelelo, al des- cubrimiento de las Filipinas y otros archipiélagos oceánicos, o remontándose hacia el Norte, exploraran California y más tarde el territorio de Columbia en la Confederación del Canadá. Alva- rado a su vez, fabricó en Guatemala embarcaciones para expe- dicionar por el Sur. Así pronto estableciéronse dos corrientes comerciales, una entre el litoral americano del Pacífico, de la cual deberían ser emporios Acapulco en México y el Callao en el Perú, gracias a sus puertos abrigados y espaciosos, y otra entre el mismo Acapulco y Macao de Filipinas, depósito de las preciadas mercancías del Occidente.
Y así como los productos de la tierra lograban como logran aún, exuberante florecimiento en cortísimo período de tiempo, el tráfico, el comercio, la minería, la industria desarrolláronse
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con extraordinaria rapidez. La China enviaba a las ferias del Parián, lugar cercano a Macao (y de ahí que se llamase Parián al mercado de efectos en su mayor parte cliinos que existió en nuestra Plaza de la Constitución) las telas más preciadas de la época. Y éstas, con la ^eda en rama, el marfil, las porcelanas, los objetos de oro labrado, canela, clavo, nuez moscada, pimienta, cera, jarcia, cambayas y lienzos ])intados, que acaparaban los filipinos en otros lugares, cargábase aquella famosísima Nao de China que tanto hemos oído nombrar y venían hasta Acapulco. Allí verificábase otra feria ; los efectos internábanse unos, volvían a embarcarse otros i)ara (\Mitro y Sur América y la Nao regre- saba cargada de plata amonedada o en barras, ])ues desde enton- ces y hasta hace pocos años, casi sólo con ella hemos podido ])agar lo que importamos. I*ara el Sur iban en ocasiones, tejidos de Puebla que ya hacíanse muy buenos con la seda adquirida en Occidente, y venían de Soconusco y Guayaquil el rico cacao; del Salvador los añiles, (pie tand)ién pasaban al Perú ; y Chile, que ya cosechaba trigo y principiaba la explotación de la viña, man- daba el i)recioso grano y el a])etecido licor a Centro América y al Perú, recibiendo de éste ePazúcar de sus valles y de la Ciudad de Quito sus entonces famosos panos.
Desgraciadamente los tiempos no eran para el libre cambio. El absolutismo del Gobierno, ent(mces imperante, y las ambi- ciones bastardas que siempre las hay, crearon las prohibiciones, las restricciones y los monopolios. En el criterio político de en- tonces, era imposible que cupiese la idea de que el Key no debería reglamentar aípiellas regiones y aquellas novedades. El Rey era el amo y el padre al propio tiempo de una humanidad esclava y en perpetua minoría de edad ; sobre el hijo tenía el padre de- recho de vida y muerte, según principios de antigua jurispruden- cia, perfectamente sancionada por la moral ambiente. Y además, aquellos (pie se juzgaban autores, en la Península, de sucesos tan extraordinariíís, querían i)articipar de beneficios. Por otra i)arte otro pueblo, el inglés, deseaba igualmente ser el dueño de los mares como lo consiguió posteriormente, y para empequeñecer la
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preponderancia española, ya estuviese en paz o ya en guerra con su rival, armaba terribles corsarios contra de sus naves, en las que hacía presa muchas veces, extendiéndose en su enemiga feroz, al' pillaje, a la matanza, al incendio de la indefensas po- blaciones americanas ribereñas de uno y otro mar.
Era obligación de la Metrópoli tomar medidas de protección y defensa, tanto para conservar su conquista cuanto para asegu- rar a sus subditos pacifica existencia. Mas introdujéronse con las nuevas medidas, otras demasiado inconvenientes. Clausuróse pa- ra los barcos mercantes el Estrecho de Magallanes ; establecié- ronse galeones que en épocas fijas salían de Sevilla, la única po- blación habilitada para el tráfico con Amóí'ica, para Portobello, Habana y Veracruz. I*asaban las mercaderías que se dirigían a la parte de la América del Sur limitada por el Pacífico, a Pa- namá o Paita, y de ahí embarcábanse en otros galeones para el Callao y Valparaíso. Prohibióse el comercio de las Colonias entre sí, con pretextos tan ridículos como el de que, el vino de Chile era la causa de alarmantísimo aumento en las defunciones que se registraban en Centro América. Esta quedó tan reducida en sus comunicaciones, que se juzga inverosímil la noticia de que los azúcares de Guatemala y las pieles de Honduras iban por tierra a Veracruz i)ara su embarque a Europa. La nao de China sólo debería hacer un viaje redondo en el año y no debería cargar más de 300,000 pesos de efectos, impidiéndosele que entre ellos viniesen telas de seda, porque su mala calidad era tal, decía la cédula en cuestión, que en poco tiempo se rompían y los que las compraban lucían sus desnudeces, cosa que debería evitarse a los buenos católicos.
No culpemos a España, como se hace a la ligera y a menudo, de empeño deliberado en arruinar a sus colonias. Si Sevilla con- servaba un monopolio, era indudablemente con perjuicio de los demás puertos de la Península, que no gozaban de tan impor- tantes beneficios ; si el americano padecía con tantas restric- ciones y prohibiciones, el español trasplantado a estas tierras no recibía molestia menor. En México se prohibió, por ejemplo, el
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cultivo de la viña y el olivo y en Chile el del tabaco, porque en el criterio económico del siglo, cada región del planeta debería tener un ramo de explotación especial, para dar lugar al comer- cio entre los pueblos. Error indudablemente, mas no perversidad. La hubiera y en forma indubitable, si el olivo, por ejemplo, hu- biese sido considerado ramo agrícola sólo permitido en tierras poseídas i)or españoles y perseguido en las labores de los in- dígenas.
Y cuando el Rey se persuadía de que alguna de sus providen- cias causaba perjuicio o era nacida de inmoderado deseo de lucro por parte de algún grupo o persona interesada, modificaba sus disposiciones, como cuando volvió a permitir que los tejidos de seda chinos se introdujesen a nuestro país y aumentó a dos los bajeles que hacían el tráfico con Filipinas, permitiéndoles conducir liasta un millón doscientos mil pesos de mercaderías, capital que no podían aumentar sino hasta el doble por legí- tima ganancia, esto ya en México, y si tal aconteciese, el excedente no debería salir en ])lata del país, sino en efectos de la industria o de la agricultura nacionales.
Keglas tan estrechas forzosamente no cumplíanse sino en par- te; pretendíase por la legislación de la época, que la existencia humana se deslizase como agua infecunda en estrecho cauce, jamás infranqueable. La venalidad de los funcionarios públicos, el deseo del lucro que trae satisfacciones y distinciones y nece- sidades ingentes que satisfacer, barrenaban a cada momento las leyes que el absolutismo dictaba para regir actos y costumbres exteriores. Y así apareció el contrabando como institución nacida de la necesidad de vivir. Así, en esa forma subrepticia e ilegal veníase preparando la adquisición de la libertad económica, y que trajo aparejada la libertad de conciencia, porque se vio que era buena y era justa la rebelión contra la ley escrita que obligaba cosas que la naturaleza repugnaba sin esfuerzo y hasta con delei- te. Rebeliones sublimes, que desgraciadamente tienen malos prin- cipios y que confunden con otras de origen diabólico, intrigantes y agitadores sin conciencia.
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Por otra parte, los mercaderes ingleses a quienes se les im- pedía en lo absoluto el comercio con América y se encontraban poderosos para violar disposición tan temeraria, infestaron con sus naves piráticas ambos océanos. Fué el primero Francis Drake a quien su odio contra España lo hizo famoso. Habiendo doblado en Noviembre de 1577 el Estrecho de Magallanes, desde luego se dedicó al pillaje de los puertos j al abordaje de las embarca- ciones españolas. Para evitarle una probable persecución, al igual que Magallanes no regresó por el mismo camino, haciendo el se- gundo el viaje alrededor de la tierra. Su ^^Cierva de Oro," — así llamábase su embarcación capitana, — conservaba en su seno al llegar a Inglaterra, ochocientas mil libras esterlinas. Esta expe- dición y las. que le sucedieron se hacían en toda regla. Formá- banse compañías para aperarlas; la de Drake dio como utilidad líquida a los armadores el cuarenta y seis por uno.
Vinieron después las expediciones de Hawkins y Cavendish igualmente victoriosas y a ellas superó la de Lord Anson, también en aguas del Pacífico, quien como sus predecesores saqueó puer- tos, apresó naves entre las cuales hallóse la nao de China y retornó al puerto inglés de su salida, con 3,500 onzas de oro y 1.363,843 pesos en plata acuñada. Asombran por su peculiar naturaleza esas expediciones vandálicas. Consideradas como cual- quier operación de lícito comercio, llevábase cuenta exacta y mi- nuciosa de las entradas y salidas y afiliábanse a ellas los aven- tureros de la época con todo entusiasmo, no. obstante que los diezmaban las hambres, las enfermedades y los combates. Mas el regreso era triunfal; el pueblo londinense recibía como héroes a los vencedores, el monarca los saludaba efusivamente y los jefes obtenían como galardón, título nobiliario si eran plebeyos, y los más altos grados en la marina de guerra.
Cuántas veces esos corsarios, interrumpiendo las comunica- ciones entre la Metrópoli y sus Colonias, obligaron a las mer- cancías a seguir rutas inverosímiles, como la de Valparaíso, Acapulco, Veracruz y España, y viceversa, o dieron precios fa- bulosos a los efectos, como el que en Chile se registró respecto a
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los cuchillos, cii3'a docena llegó a tener el de cuarenta y dos pesos, valiendo en España cuatro reales.
Arr-ebatado el comercio definitivamente a las Repúblicas ita- lianas, con lo que se empobrecieron y murieron, pasó tan pode- roso cetro a Holanda e Inglaterra, que se convirtieron a la vez en productoras. España no pudo seguir el mismo ejemplo y es otro de los cargos injustos que se le hacen. ¿Dónde iba a tener hijos que dedicar a las industrias si ya estaban todos de ante- mano destinados al Ejército i)ara defender los países conquista- dos en Europa, América, África j Oceania; a renovar incesante- mente la corriente inmigratoria para sus vastas colonias, y para cultivar el patrio suelo? Estaba condenada como Roma, a quedar sepultada bajo el peso de sus propias grandezas.
Y si se salvó y hoy viene revelándose una España nueva a pesar de la ruina que las guerras de sucesión y las guerras napoleónicas y las guerras americanas le ocasionaran, fué porque se le independizaron sus colonias muy a tiempo. Lástima que no se hubiese oído el sapientísimo consejo del Conde de Aranda: la fundación de tres imperios en América teniendo al frente hijos de la Casa Real Española, independientes de la madre patria, pero unidos a ella con vínculos creados por intereses legítimos y acordes. Así nos habríamos ahorrado los torrentes de sangre (jue corrieron en América para conseguir la Independencia ; que ca- yésemos como hemos caído muchas veces en manos de la dema- gogia o en manos del despotismo, y habríamos aprendido poco a poco el conocimiento y las prácticas de la democracia. Los mercados latino americanos hubieran alcanzado desde luego, bajo la égida ofícial, lo que más tarde ha hecho el genio privado, paciente y laborioso del emigrante español : que todos los latino- americanos nos juzguemos hermanos de los españoles y lo diga- mos con orgullo. Pasaron felizmente y para no volver, las épocas en que ser antiespañol era una necesidad imperiosa para la exis- tencia de la patria libre.
A fines del siglo xviii, el corsario se había transformado en contrabandista, porque las quillas españolas habían desaparecido
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como entidades de guerra, de las aguas del Pacífico, a consecuen- cia del estado decadente de la monarquía. Francia e Inglaterra aprovecharon felices coyunturas para que se les permitiere el tráfico comercial en la América del Sur, mediante determinados requisitos, y en el siglo xix la segunda pudo nombrar agentes consulares, recibiendo España bajo de la bandera inglesa el tri- buto de oro y plata de sus Colonias. El Gobierno de Madrid fué hasta entonces generoso con varios puertos de la Península a quienes extendió la autorización que por más de dos siglos explotó la Ciudad de Sevilla. Así acabaron los galeones y se estableció la comunicación no más interrumpida, por el Cabo de Hornos.
Por esos fines del siglo xviii y principios del xix^ navegantes rusos extendieron sus reconocimientos hasta Alaska, fundando el comercio de las pieles de los animales de aquellas frígidas regiones. Cazadores con trampas y mineros, de origen irlandés y francés, daban a conocer la Nueva Caledonia, hoy Columbia.
Consumóse la independencia de las colonias americanas; pa- saron los años y si bien han sido sacudidas las de origen latino, por tremendas convulsiones políticas, han podido progresar aun- que no en la proporción de las sajonas. Indudablemente éstas causan verdadero asombro: lo que ayer fué páramo o bosque, es hoy campo intensivamente cultivado o ciudad con todas las comodidades de la vida moderna; mas debemos tener siempre presente, cuando de compararnos se trate, que de California para el Norte, se pueblan esos lugares con individuos que no hacen más qup trasplantar de Europa su civilización secular y el tipo consolidado de su raza, que tardó no menos de mil años en for- marse*; y que de México hacia el Sur, se verifica la gestación de un nuevo pueblo que hoy se llama latino-americano, con elementos variados y disímbolos, fáciles al choque, al fermento, a la dis- gregación en los momentos álgidos de las luchas intestinas, de- jando no obstante en cada cataclismo sedimentos que homoge- neizándose, vienen siendo el núcleo de la nueva raza, con su alma nacional propia y con su proceso lentamente evolutivo, lógico
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cuando vemos a la humanidad en su conjunto y en las pasadas edades; desesperante para los que, como hoy nosotros, lo sufri- mos de cerca.
Desembocan por el Estrecho de Magallanes en la actualidad para el Mar Pacífico, centenares de barcos, que sin las trabas del poder colonial, sin el azote de los corsarios y sin los riesgos y tardanzas de la navegación a vela por costas poco conocidas, ai)ortan a estas regiones americanas todos los productos de la civilización europea, llevándose en cambio elementos primos para el desarrollo de las industrias y la vigorización de las tierras. Y también llegan del Norte y del Asia, otros barcos que estre- chan las ligas que viénense formando entre los latino-americanos y los sajones de América y entre todos estos pueblos y los ya no lejanos occidentales.
Es cierto que las islas que continúan después del Cabo de Momos y la parte del Continente a ellas paralela, por el rigor de su clima lluvioso y frío, tienen casi el mismo aspecto que hace cien afíos. Sin embargo, sus bosques son ya explotados y lo mis- mo su abundante caza y pesca marítimas y sale al i)aso como vanguardia de la novísima civilización la ciudad de Punta Are- nas, con exúberos pastos para la ganadería, estableciendo refri- geradores para la conservación de las carnes destinadas a la exportación y surtiendo con legumbres algunas poblaciones cer- canas, de la República Argentina.
Este primer tercio del territorio chileno exhibe idéntico as- pecto al (lue acabamos de señalar, con más, depósitos de carbón qu(^ libran al país de la dependencia en que antes se hallaba de otros, por la falta de ese combustible tan necesario para su industria y se cree que muy pronto pondrá en explotación el petróleo que parece existir en el seno de esas poco conocidas comarcas.
El segundo tercio del civilizado Chile, es eminentemente agrí- cola y goza de una temperatura deliciosa. Allí se cultivan los cereales y la viña. En 1910 se sembraron 014,128 hectáreas de trigo que produjeron 9.826,594 metros cúbicos de cosecha y en
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el mismo año la estadística denunció la existencia de 67,700 hectáreas de viñedos. Tiene además para la exportación en bue- nas proporciones, cebada, avena, linaza, miel j cueros, y las al- pacas, guanacos, vicuñas y cliincliillas de la cordillera, producen lanas altamente estimadas en los mercados europeos. La inmi- gración está siendo tan abundante, que Valdivia y Puerto Montt pueden considerarse como ciudades alemanas.
El tercero es árido, triste, caluroso, pero con grandes riquezas. En sus antes desnudas soledades, la naturaleza depositó y la falta de lluvias conservó, lo que allí se denominan calicheras, los famosos depósitos de nitratos tan apreciados para el abono de las tierras pobres ; y excelentes minas de cobre. En el segundo se- mestre de 1911 y el primero de 1912, se extrajeron de los primeros 2.469,000 toneladas, que dejaron al fisco 30.000,000 de pesos de utilidad y 3,400 toneladas del segundo.
Es Valparaíso, población de doscientos mil habitantes, el pri- mer puerto comercial y agrícola; y es Antofagasta, el que se lleva la primacía en la exportación minera. La suma total de la importación chilena en 1911 fué de | 348.990,354 oro y la expor- tación en el mismo período, de | 339.409,363. El capital invertido en empresas chilenas fué en 1910 de | 88.000.000, la Caja Nacio- nal de Ahorros contaba en ese año con | 350.000,000 de depósitos ; la red ferrocarrilera con 6,000 kilómetros de extensión; la ca- pital, Santiago, con 400,000 habitantes y la Nación con tres y medio millones, de los cuales sólo cincuenta mil son indios.
Bolivia, que es uno de los pocos Estados interiores del mundo, tiene la mayor parte de su comercio por puertos de Chile y el Perú. Son Antofagasta y Arica en el primero y Moliendo en el se- gundo. De su Capital, La Paz, parten atrevidos ferrocarriles, que bajando los Andes, hacia el Gran Pacífico, llevan el estaño, fuente de su principal riqueza, al extranjero. Una Convención firmada con Chile le permite el libre tránsito por el territorio de esta República. El capital inglés desenvuelve actualmente en ese alto país los ramos de la minería y la agricultura, calculán- dose que tiene allí colocadas 30.000,000 de libras en dichos ramos
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y 6 en la construcción de ferrocarriles. Las utilidades que per- cibió el fisco por el estaño en 1911 alcanzaron la respetable suma de 2.700,000 bolivianos. Exporta, además, bismuto, coca y quina.
Es el Perú colindante con Chile y de los que, por su condición geofjráfica, sólo tiene puertos al Pacífico, aunque sus vías fluvia- les le dan salida por el lado del Atlántico. Sus costas, al Sur, presentan la árida monotonía de sus vecinas, con la misma ri- queza de nitratos, más al Norte son arenales inmensos y al acercarse a Colombia comienzan a ser laborables aunque exigen el riego porque las lluvias no se conocen, Al internarse es cuando se encuentran las tierras fecundas para la agricultura y los mi- nerales que hicieron homónimas las palabras perú y valioso.
Son sus principales puertos Callao, Iquique, Moliendo y Paita. Recibe efectos más de Inglaterra que de otras naciones y el mer- cado i)rincipal de los suyos es el de los Estados Unidos. El producto de los derechos aduanales por importaciones fué de 30.964,445 soles y por ex])ortaciones de 30.071,050 en el año de 1911.
Produce para la exportación cobre, que es hoy el principal ramo (veintiún mil toneladas en un año), lanas (dos millones de pesos en el mismo período), nitratos, algodón, del cual tiene la primera semilla del mundo, coca (un millón de pesos), la ma- dera curtiente llamada dividivi, azúcar que le compran Inglaterra y Chile, jipijapa, perlas y el guano explotado por privilegio especial por la Peruvian Corporation, que en 1910 extrajo 01,575 toneladas de las cuales se consumieron en el país 35,020.
Nos encontramos en seguida con el Ecuador en las mismas condiciones costeras que el Perú, con sólo puertos al I^acífico y en quien la industria del sombrero de jipijapa alcanzó, — precio de exportación — la suma de 1 1.258,575; que en caucho exportó millón y medio y en cacao 31.509,802 kilogramos con valor de 14.522,617 de sucres. En este ramo agrícola el Ecuador es el que produce la tercera parte del consumo mundial. El río Guayaquil y sus afluentes poseen el maravilloso arbusto.
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Los anteriores datos se refieren al año de 1910.
Son sus mercados para la exportación Francia, en primer tér- mino j después los Estados Unidos; y en estos, en Alemania y particularmente en Inglaterra, es donde se provee de los artícu- los que necesita para la satisfacción de sus necesidades e in- dustrias.
Sigue Colombia en esta rapidísima exposición y es el primero de los países que encontramos que tiene costas en ambos Océanos. Así son todos los restantes, a excepción de la República del Sal- vador. Abundante en minas de oro la altísima cordillera andina que le da carácter especial, exporta igualmente el platino, del cual se encontró bace poco una pepita con peso de varias libras. Lo hacen sin embargo más notable sus esmeraldas, con las que surte a los joyeros del mundo, siendo de ese origen la más grande que existe y pertenece al Duque de Devoushire. Su peso es de 308 gramos y su tamaño de dos pulgadas.
En agricultura su exportación de plátano asciende anualmente a dos millones de pesos; tiene además café y la industria de jipi- japa con una escuela para perfeccionar el tejido de los sombreros.
Por su puerto de Cartagena tuvo una exportación en 1910 de 5.175,411.73 pesos y una importación de 3.977,477.91.
Las seis Repúblicas centroamericanas de Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala seméjanse por sus cultivos, pues son esencialmente agrícolas y se hallan en la zona tropical. Salen de sus bosques, especialmente de los de Pa- namá y Guatemala, las maderas finas de construcción ; exportan todas ellas el café, el banano, el azúcar, algo de tabaco y cueros de res. El Salvador tiene, además, las especialidades del añil y el bálsamo que por un capricho se denomina del Perú.
Sólo tenemos de esta última, números que se refieren a pro- ductos de Aduanas, pues las estadísticas de las otras, que he- mos consultado, traen englobados los correspondientes a ambas costas.
Año de 1911. Productos de importación | 5.206,012.61. De ex- portación I 925,514.15.
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De Punta Arenas en el golfo de Nicoya a Puerto Limón en las Antillas, }- de San José de Guatemala a Puerto Barrios, par- ten dos ferrocarriles interoceánicos que facilitan las comunica- ciones de Costa Rica v Guatemala. El Salvador, pueblo valiente y de empresa, tiene una linea de vapores que conecta a los puertos centroamericanos con el nuestro de Salina Cruz. Nuestra her- mana y vecina Guatemala pronto entroncará su red ferrocarri- lera con la nuestra, en las márgenes del río Suchiate.
Costa Rica, con sus cuatrocientos mil habitantes en números redondos, acaba de aprobar un presupuesto i)ara el año entrante, de nueve millones doscientos mil colones, que denuncian su ri- queza; y una ley estableciendo la proporcional en las elecciones, afirma la ventajosa idea que siempre ha dado al mundo, de sus prácticas genuinamente democráticas.
Tócame hablar de nuestro país en el riguroso turno que he venido observando. Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Michoacán, Co- lima, Jalisco, Tepic, Sinaloa, Sonora y Baja California son las entidades políticas ribereñas al Pacífico y son sus puertos prin- ci})ales Salina Cruz, con un servicio sólo superado por el de San Francisco California, Acapulco que ha perdido su grandeza a pesar de lo hermoso de su bahía. Manzanillo, San Blas, Mazatlán y Guaymas en el Continente y la Paz en la Península de Ca- lifornia.
La circunstancia de tener ferrocarriles que nos comunican con los Estados Unidos, que por razón natural son el primer mercado de nuestros productos agrícolas, y el tender el resto de la expor- tación para Europa hacia los puertos del Golfo, colocan a la zona del Pacífico en una posición inferior en las estadísticas.
La importación total mexicana fué en el año fiscal de 1911-12 de 1182.662,311.20 y la exportación de | 297.989,129.41. De estas sumas tocó a los puertos del Pacífico respectivamente las de 1 11.399,709.12 y 1 18.124,284.20.
En los diez puertos de altura del Pacífico entraron en ese período de tiempo 1,407 buques de vapor y 147 de vela con un to- tal de 753,599 toneladas de registro y en los de cabotaje entraron
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2,059 de vapor y 993 de vela con 2.074,662 toneladas de registro.
Los derechos aduanales figuraron así: Por importación 12.526,561.49 y por exportación 1 18,964.10.
Los productos minerales, oro, plata y cobre principalmente, los fabriles en algodón y lanas, las cervezas, los tabacos elabo- rados, el café, el algodón, las pieles sin curtir, las harinas, el frijol, varias clases de frutas y el hule figuran en primer término en nuestra exportación.
California, Oregón y Washington, son los Estados de la gran Federación Americana que dan hacia el Pacífico. Tiene en ellos la preponderancia como puerto San Francisco California, gra- cias a lo extenso, a lo seguro y a lo hermoso de la bahía que allí formó la naturaleza. Mas las corrientes inmigratorias que vie- nen poblando toda la extensión de ese inmenso país y el pé- simo trato últimamente dado a las colonias chinas y japonesas, con lo cual no se hizo más que continuar el que se le dio a los indios y que según Reclus en ninguna parte de América fué tan bárbaro, han detenido su maravilloso desai-rollo. Sin embargo, las sumas que se dedican en el Estado a los negocios son fabu- losas; es de fama mundial su agricultura; extensísimas regiones dan la idea de que se visita un jardín interminable y todo el Estado, principalmente Los Angeles, goza de un clima tan admi- rable, que es sin disputa el más acondicionado para la vida del hombre entre los demás de la gran Unión Americana.
Tiene nitratos como Chile, aún inexplotados, y aunque se ago- taron los placeres de oro que lo hicieron famoso, aún se trabajan minas del preciado metal.
• Oregón, con su clima húmedo y frío y su débil proporción de tierras arables, no está tan poblado como California. La gana- dería se ha desarrollado mejor que la agricultura y la pesca del salmón en sus costas le representa una utilidad de varios millones de dollars.
En 184S Inglaterra cedió a los Estados Unidos todo el terri- torio interior del río Columbia, no obstante que el descubri- miento de esa región había sido hecho por exploradores cana-
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dieiises a expensas de una sociedad inglesa v que Vancouver hubiese tomado posesión de esos territorios en nombre del Rey de ínglaterra. Ahí nacieron parte del Estado del Oregón y el de Washington que en 1870 no tenía aim 20,000 habitantes. Hoy tiene 1.150,000.
La construcción de líneas terreas lo pobló y acercó a los cen- tros poblados; las grandes planicies facilitanm el trabajo; las buenas costas hicieron aparecer los puertos comerciales y Seattle y Tacoma, notables ciudades, compran el té de la China y el Japón y les venden los cereales de la región. Con la madera de sus bosques construyen casas que envían hasta la América del Sur.
Columbia, perteneciente al Dominio del Canadá, se encuentra a continuación, poco poblado relativamente por lo rudo de su clima. El invierno comienza en Septiembre u Octubre y termina en Mayo. Esto no obsta para que explote extensísimos ])astos y la madera de selvas seculares donde existen pinos y cedros gi- gantescos de más de cien metros de altura. Lo que era un espeso bosíjiie en ISSÍJ es hoy la bonita ciudad do Vancouver y un ferro- carril que atraviesa las Montañas Rocallosas conservó ])ara la Confederación del Canadá, ese territorio cuyas vías naturales iban para los Estados Unidos, de quien ya casi dependía económi- camente.
Victoria, su capital, es una encantadora ciudad inglesa en don- de por su situación llegan i)ara el efecto de sus transacciones comerciales, los agricultores y mineros de toda Columbia.
Llegamos finalmente a Alaska, el territorio comprado por los americanos a los rusos en una cantidad tan irrisoria, que cuando aconteció en el año de 1807, más se supuso que la i)(>lítica de San Petersburgo abandonaba aquellas tierras que ami)liaban la majestad del Imperio, })ara buscarle a Inglaterra las molestias consiguientes a las cuestiones de límites con los Instados Unidos.
Sólo el Sur de Alaska es habitable; allí los grandes bos(|ues, las minas y las pesquerías forman la escasa riqueza actualmente explotada. Su capital, Sitka, cuenta cím seis mil habitantes.
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Tal vez, señores, he abusado de la amabilidad que tuvisteis, aceptando la invitación que se os liizo para concurrir a esta Sesión solemne, no obstante que en forma rápida y concreta he tratado la materia que se me ha encomendado. Perdonad. Y antes de que abandone esta tribuna a verdaderos oradores, permitidme que tribute los agradecimientos de la Sociedad de Geografía al Ca- sino Español, que con tanta gentileza como cariño nos alberga en esta noche.
Triunfos de España en América, seguidos de triunfos de su sangre, hemos recordado en esta fecha y nada más justo que ha- cerlo en casa española.
Los manes de los héroes que con sus hechos llenan la historia del Pacífico y los de seres desconocidos que en millones se han dedicado a la paciente obra de civilización que hemos diseñado, agradecerán desde las tumbas donde reposan o en las esferas que pueblan sus espíritus, que ensalcemos sus hechos meritorio- sos, levantándonos sobre toda idea mezquina y de partido; y aplaudirán que los que hoy ocupamos sus lugares, unidos en un solo corazón y en un solo deseo, pidamos con fervor, la eterna paz entre los hermanos de un mismo pueblo, la eterna paz entre las naciones que son vecinas, la eterna paz en toda la tierra, para que las obras útiles adquiridas no se destruyan; para que las armas no sieguen tantas vidas; para que los odios no perduren, y se levante en una voz el himno grandioso que se dedique al Amor y al Trabajo.
DE VASCO NÜÑEZ DE BALBOA
.^Xj ooi^oisrEi-i c3-o:E]TX3:^f^iLiS
(APUNTES Y NOTAS)
Discurso leído en la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística,
el 25 de Septiembre de 1913,
por el socio Sr. D. Gonzalo de Murga
Señores :
Hoy hace cuatrocientos años, desde una cima que escalara él solo dejando a sus compañeros en el Valle, el intrépido hidalgo español D. Vasco Núfíez de Balboa pudo contemplar con emoción indescriptible el anchuroso Mar del Sur.
Cuatro días después, entrando en el agua hasta la cintura, tremolando el pendón de sus Reyes y empuñando la espada, tomó posesión de aquel Océano y de las tierras por él bañadas, ''en nombre de la Corona de Castilla, de quien habían de ser mientras el mundo existiera y hasta el día del Juicio Final '^
Era el de San Miguel, aquel para siempre memorable; y con el nombre del Arcángel bautizó Balboa el golfo que descubriera, siguiendo la católica costumbre de nuestros navegantes y con- quistadores del ciclo épico. Precisamente en el mismo año de 1513, el día de Pascua Florida, Ponce de León había descubierto la tierra que Florida llamamos aún y en la que el Adelantado sonaba encontrar la fuente de Juvencio.
Labios más doctos y autorizados que los míos os van a decir
quién fué Balboa y cuál su vida hasta que la segara el execrable
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Pedrarias; limitándome yo ahora a exponeros en forma sinté- tica,— con sólo brevísimos comentos, — noticias y datos por donde colijáis la trascendencia que para la liumanidad tuvo el descu- brimiento del Pacífico: proeza realizada por un puñado de indó- mitos aventureros que cruzaron el Istmo de Panamá luchando durante veintinueve días con las tempestades del cielo, con los obstáculos que en la tierra oponíales una naturaleza salvaje y con la belicosa fiereza de los hombres que poblaban la región.
I
Colón — que la moderna exégesis histórica pretende, acaso infundadamente, disputar como hijo de nuestra dulce Suevia — había, sin duda, leído a Marco Polo y conocía el mapamundi de Toscanelli; y al zarpar del puerto de Palos, y al internarse por el piélago en que se hundiera la Atlántida, imaginaba poner la prora de sus carabelas hacia las tierras del Preste Juan de las Indias y los fabulosos imperios de Catay y Cipango.
Pero el planeta era más grande de lo que Toscanelli supuso ; el Japón y la China estaban más lejos de lo que Colón creía; y en el camino de sus naves alzóse como infranqueable barrera este maravilloso continente en que vivimos.
Si pocas centurias antes, cuando alentaba el Cid, al paso de su caballo se iba ensanchando Castilla, en las postrimerías del siglo XV y en los albores del xvi las quillas iberas ensancharon el mundo.
En 1445 Bartolomé Díaz dobla el cabo de las Tormentas, sir- viendo de heraldo a Vasco de Gama, quien en 1497 emprende su portentoso viaje, a la cabeza de aquellos portugueses tan acos- tumbrados a domeñar las furias del Océano que le acusaban de temblar ante ellos. En 1498 llegan los ilusos a Mozambique; y por fin a la península índica, al "país de las perlas," descu- brimiento que había de engrandecer a Portugal, arruinando a Venecia. En vano la Reina del Adriático pretendería conocer la ruta seguida por Gama, pues tan celosamente guardábase el se-
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creto que se castigaba con pena de muerte a quienes trazasen el mapa de mundo por aquel hallado.
Magallanes, que levó anclas el 20 de septiembre de 1519, arriba al Brasil el 10 de Enero de 1520 ; y tras descubrir el estrecho que perpetúa su nombre, entra en el Pacífico el 28 de Noviembre, y el 16 de Marzo llega a las Filipinas encontrando la muerte a manos de sus pobladores. Entonces asume el mando de la expedición el vasco Sebastián Elcano que desembarca en España el 6 de Sep- tiembre de 1522, siendo el primero en haber dado la vuelta al mundo y mereciendo que Carlos V le otorgara por armas un glo- bo terráqueo con la gloriosa leyenda: "primus circundedisti me/^
Colón viendo surgir un mundo en la soñada ruta de las Indias, Vasco de Gama rodeando el dilatado continente africano y Ma- gallanes al forzar el estrecho de su nombre y abrir las puertas del Pacífico, resolvieron de un modo definitivo el problema de la forma y la extensión del globo.
El hallazgo de caminos naturales, al ensanchar los ámbitos de la tierra, abatía el comercio de ciudades antes poderosas, hacía surgir nuevos emporios de riqueza, y disipando las nieblas del misterio y de la fábula que envolvían a })ueblos remotos, desen- cajaba y trasponía el eje de la civilización.
El comercio busca siempre para su desarrollo cauces fáciles y rápidos y lleva por ellos el oro que se traduce en poderío y pre- dominio. Por eso de todo tiempo la humanidad ha buscado rutas que acortando las distancias le permitan economizar tiempo y esfuerzo y acrecer su poder.
Así la tierra y el agua, las montañas, las estepas, los istmos y los mares van siendo sojuzgados por el hombre, dejándose hender, encauzar, perforar, recorrer, dividir, allanar y vencer; y las civilizadoras batallas, los triunfos dignos de ser por altí- simos vates cantados en renovados cantos de epopeya llámanse túneles de San Gotardo, de Mont-Cenis y del Simplón, ferrocarril transiberiano y ferrocarril de los Andes, encauzamientos del Póo y del Ródano, canales de Kiel y de Manchester, y el de Corinto y el de Suez y de Panamá.
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En el archivo de las edades pretéritas hallamos testimonio del empeño con (pie persiguiera el liond)re la busca o creación de los mejores arcaduces })ara el tráfico. Hojead la historia y veréis que ya los Faraones quisieron establecer una vía del Mediterrá- neo al Mar Rojo utilizando el Nilo y un' canal que de las aguas del Nilo se alimentase. Los Césares prosiguieron la obra ; y bajo los Antoninos, hacia el siglo vi^ todavía era navegable el canal que en tiempo de los árabes fué abandonado y llegó a cegarse. Napoleón, durante la campaña de Egipto, pensó restablecer esta \ia, pero otras preocupaciones le hicieron prescindir del pro- pósito.
A Periandro, tirano de Corinto, que i)retendiera unir ])or un canal el ¡golfo de Corinto con el de Egina, disuadiéronle los sabios so i)retexto de ser distintos los niveles de las aguas en los dos golfos. Este mismo argumento de la diferencia de nivel entre el Mediterráneo y el Mar Kojo y entre el Atlántico y el Pacífico estuvo a punto de dar al traste con los proyectos del canal de Suez y del canal de Panamá; pero por fortuna observaciones cientíñcas demostraron la identidad de niveles, aunque cierta- mente las mareas son mucho más vivas en unos mares que en otros.
En abrir el canal de Corinto — empresa llevada a feliz término en nuestros días — ])ensaron también eTulio César y Calígula ; y en tiempo de Nerón, a quien tanto i)reocupaba la realización de grandes obras (y que tal vez incendiaría Roma no por las razones generalmente supuestas, sino por otras de carácter más alto, no bien averiguadas), realizáronse en el Istmo trabajos de excavación importantísimos, inaugurados por el divino Enobarbo quien — recordad a Dion Casio y a Plinio — con pala de oro llenó de tierra una espórtula que él mismo vertió a cierta dis- tancia ....
Muchos siglos más tarde, el 1.° de Enero de 1880, Mademoiselle Ferdinande de Lesseps hacía saltar la primera mina en el cerro de la Culebra, inaugurando así los trabajos del canal de Pa- namá.
DE GEOGRAFÍA Y ESTADÍSTICA 39
II
Colón, en su cuarto viaje, arribó a las costas del Istmo de Panamá oyendo referir a los indios fantásticas historias de un estrecho a través del cual, navegando hacia el ocaso, existía, por un mar vastísimo, el verdadero camino dé las tierras con que soñaba el Almirante.
La fe de Colón en el secreto del estrecho era tal, que en el mapa por él mismo inspirado (aunque no se publicó sino dos anos después de su muerte) no se indica el Istmo de Panamá, sino un estrecho que permitiría el paso de Europa a las Indias.
Cuando Balboa descubrió el Mar del Sur persistía la fábula del paso entre los dos mares, constituyendo el mayor incentivo de geógrafos y exploradores; hasta que Carlos V encomendó su descubrimiento a un hombre de temple excepcional, a un héroe de proporciones mitológicas, a Hernán Cortés, quien no hallando el estrecho de la leyenda juzgó hacedero abrirlo, como si con su hidalga tizona pudiese de un mandoble partir en dos el conti- nente .... Suya fué, pues, la heráclea concepción que había de realizar el Coronel Goethals cuatro siglos más tarde.
Un primo de D. Hernando, Alvaro de Saavedra Cerón, por estímulos y consejos de aquél, hizo exploraciones y estudios hasta trazar cuatro proj^ectos de canales interoceánicos, escogiendo precisamente los mismos lugares en que sabios de edades poste- riores habían de fijarse: Tehuantepec, Nicaragua, Panamá y Darién.
Colón abordó el primero a las playas istmeuas; Balboa des- cubrió el Pacífico; Hernán Cortés pensó en unir los dos mares; Alvaro de Saavedra proyectó cuatro comunicaciones interoceá- nicas, una de las cuales, Panamá, está casi terminada, otra, Nicaragua, es fácil se realice en fecha próxima, y las dos restan- tes acaso se lleven a cabo algún día.
Después .... Guerras j preocupaciones de otra índole ; la in- fluencia que según se dice tuvieron ios frailes en el ánimo de Felipe II al aconsejarle "no separara lo que Dios había unido;"
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el desconcierto de la corte devota y galante de sus sucesores ; el agotamiento de las tremendas energías de la raza; el rápido ocaso de nuestro inmenso poderío, fueron parte al desdén o indi- ferencia con que miráramos la realización de anhelos de los días inmediatos a la conquista
En épocas más recientes muchos nombres de los que la huma- nidad ha recogido en sus anales, aparecen ligados a la idea de la comunicación interoceánica.
Así en 1778 Nelson, encargado por Inglaterra de reconocer el paso de Nicaragua, avanza por el río de San Juan hasta llegar al lago, viéndose en la precisión de retroceder por la resistencia que le opusimos desde el fuerte de San Carlos; en 1780 el gran Rey Carlos III mandó a D. Martín de la Bastida y a D. Manuel Galisteo que de nuevo explorasen Panamá; en 1804 Humboldt preconiza el canal de Darién; en 1814 las Cortes ordenan al Virrey de la Nueva España que se estudie el trazado del canal de Tehuantepec, del que en 1821 el general Orbegozo levantó los planos y para construir el cual, en 1842, bajo Santa Anna, obtuvo una concesión y realizó estudios D. José de Garay, cuyo sobrino D. Francisco propugnó la idea del canal de Tehuantepec ante el Congreso Internacional de París en 1879.
Por el año cuarenta y tantos del siglo último, así como Napo- león el Grande pensaba en unir el Mediterráneo con el Mar Rojo, Napoleón el Chico, entonces Príncipe Luis Napoleón Bonaparte, pensó en unir el Pacífico al Atlántico; estando preso en Ham obtuvo de Nicaragua la correspondiente concesión ; y para em- prender la obra solicitó de Thiers se le pusiera en libertad '^ne voulant plus s'occuper de politique.'^
Entre tanto, en 1788, se establecía real y positivamente una comunicación por agua entre los dos Océanos, con el modesto propósito "de transportar el cacao de Guayaquil a Cartagena," alcanzándose de paso la ventaja de establecer un camino "infini- tamente pronto entre Cádiz y Lima."
Junto a las fábulas del secreto del estrecho existía la tradición de que hallándose muy cerca del río Atrato, que vierte sus aguas
DE GEOGRAFÍA Y ESTADÍSTICA 41
en el Atlántico, el Tuyra, que desemboca en el Pacífico, los indios iban por agua de un mar a otro con sólo llevar a cuestas su piragua durante una hora; el piloto vizcaíno Goyeneche estu- dió y presentó al Gobierno el proyecto para hacer un canal de pocas leguas desde el puerto de Cupica (mar del Sur) al río Maipí, afluente del Atrato; y por fin un religioso, cura de la aldea de Nóvita, en la provincia del Chocó, hizo que sus feligreses abrieran el pequeño canal de "la Raspadura" uniendo las cer- canas fuentes del Noamama (que muere en el Pacífico) con el riachuelo de Quito, afluente como el Maipí, el Andágueda y el Zi- tará del caudaloso Atrato. Goyeneche y el cura de Novita fueron, pues, hace más de un siglo, en cuanto a la realización del enlace de los dos mares, los precursores de Lesseps y Goethals.
Pero la obra magna, la obra trascendental, la obra que puede influir en los destinos del mundo de modo quizá no previsto por la reflexión o la fantasía de sociólogos, estadistas y poetas, la obra que ha de confundir en el mismo cauce las viejas y las nue- vas civilizaciones cambiando acaso el curso de la humanidad, cúpole en suerte concebirla e iniciarla al genio francés, para que la llevaran a cabo el perseverante esfuerzo y el poderío económico de los angloamericanos.
Cuando Fernando de Lesseps emprendió la obra que había de unir el Mar Rojo con el Mediterráneo, Lord Palmerston se desga- ñitaba gritando a los cuatro vientos que tal empresa era sólo un fraude colosal, a lo que Lesseps respondía convencido: "G'est un fleuve qiii roulera de VorJ'
Diez años después del completo éxito de la empresa denigrada por el magnate británico, cuando iban concretándose los propó- sitos de abrir por fin el canal de Panamá en que tantos hombres habían soñado, los ojos de todo el mundo se tornaron hacia el gran francés, para que prestase a la obra el prestigio de su nombre y de su genio ; y Lesseps, aunque viejo y ganoso de des- canso, estimó punto de honra lanzarse a la nueva aventura, "como el general que acabase de obtener una victoria no podría negarse a conducir su ejército a un nuevo triunfo."
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En 1870 <e reunió en París nn Congreso Internacional de sa- bios para discutir la mejor forma de establecer la comunicación interoceánica, y por 78 votos contra 8, y 12 abstenciones, se tomó el siguiente acuerdo: ^'Le Congres estime que le pereeínenf d-un canal interocea ñique a niveati constant, sí désirahle dans Vintérét du commerce et de Ja navigation est possihle; et que ce canal maritime, pour repondré aux facilites indispensables d'accés et d'utilisation que doit offrir avant tout un passage de ce genre, doit étre dirige du golf de Limón á la haie de Panamá.''
Entonces dio principio la obra de cíclopes, la pasmosa epo- peya en que tras una lucha titánica, el genio francés hubo de abatir las alas, herido por errores económicos y por los vergon- zosos manejos de un grupo de especuladores infames que si arrebataron a su pueblo el fruto de enormes sacrificios hacién- dole perder la supremacía que legítimamente esi)eraba conquis- tar, no pudieron despojarle de la gloria de haber ccmcebido, de haber iniciado, de haber estado a punto de realizar la mag- na obra, haciendo posible que otro gru])o humano la concluyera.
Si naves españolas descubrieron el Istmo de Panamá, si un hidalgo español fué el primer europeo que contemplara el Mar del Sur, si a Hernán Cortés se le ocurrió la idea de partir la angosta lengua de tierra, y si cuatro siglos más tarde los Estados Unidos pueden orgullosos ufanarse de haber establecido la co- municación interoceánica, a Francia deberá la humanidad la rea- lización del portento. Del fracaso económico salió incólume, ii'- guiéndose fuerte y prestigiada la ciencia francesa; y el pobre Lesseps que en días más felices adoptara la altiva divisa : '^ape- rire terram gentibus/' vejado y escarnecido, cuando naufragaba su razón en las sombras de la insania, pudo i)ensar, tornando sus ojos hacia el Istmo:
''¡Sólo en intentarlo, hay gloria!"
En 1894, el mismo año en (|ue muriera Lesseps, se constituía la Compagnie Nouvelle du Canal de Panamá que más tarde, por mediación del cuñado de Roosevelt y el hermano de Taft (cir-
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cunstancia que desató los díceres de la maledicencia) había de vender por cuarenta millones de dólares sus derechos y bienes a los Estados Unidos de América.
III
No es mi propósito aventurarme en el campo de la política; pero aun desde el punto de vista meramente informativo, deján- doos a vosotros mismos el cuidado de establecer nexos y deducir consecuencias, creo pertinente recordar aquí alíennos anteceden- tes históricos de doctrinas o procederes que han influido o pue- den influir en la conclusión y en el futuro del canal de Panamá, así como en las relaciones de los pueblos a quienes el tráfico del canal afecte o importe.
A moción del Zar Alejandro I, — en quien ejercía dominio es- piritual la mística Madame de Krudener, — en Septiembre de 1815 firmóse en París, entre Rusia, Prusia y Austria la "Santa Alianza," cuyo objeto era hacer que las naciones, tanto en su régimen interior como en sus relaciones exteriores, se guiasen siempre por los principios que constituyen la ética del cristia- nismo.
En 1822, en el Congreso de Laibach, los aliados declararon tener derecho a intervenir en los asuntos de otros países y a modificar su gohierno, a fin de evitar los efectos de su mal ejem- plo. Honradamente, Inglaterra rechazó tal resolución, subscrita por Rusia, Prusia, Austria y Francia. Al siguiente año los cien mil hijos de San Luis invadían Esi)aria para restablecer el abso- lutismo de nuestro nefasto Fernando Vil.
¿Pensarían los aliados restablecer también el absolutismo en las antiguas colonias españolas? Ante esa posibilidad el Presi- dente de los Estados Unidos, Monroe, declaró oponerse en prin- cipio a toda intervención extranjera en territorio americano.
Tal es, en substancia, la famosa doctrina Monroe, doctrina cuya paternidad se atribuye a John Quincy Adams; doctrina que no ha recibido sanción legislativa ni siquiera en su país de
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origen y que por tanto no pasa de ser una simple tendencia po- lítica; doctrina que los Estados Unidos sacan a relucir con cual- quier pretexto, invocándola campanudamente para producir te- mor, como cuando se dice a los niños: "¡que viene el coco. . . !"
Pero las naciones ultramarinas no suelen ser tan apocadas y asustadizas como los párvulos. ¡ Lástima que lo demostrasen con tan infausto motivo como la injusta intervención en México, pro- vocada por el Emperador de los Franceses; culpa gravísima de la cual supo redimir a España, en ademán gallardísimo, un caudillo glorioso cuya memoria veneráis aún : Prim !
La declaración de Monroe parecía indicar el propósito de los Estados Unidos de ayudar y defender a las naciones americanas; podía tomarse como una prueba de su amor a esas naciones, como el noble y desinteresado deseo de que se respetasen la integridad e independencia de las mismas ....
De tal nobleza y desinterés han alardeado siempre los pro- hombres yankees. En nuestros días, el 15 de Febrero de 1905, Koosevelt, en su mensaje al Senado, exclamaba : ''Nunca se podrá repetir con demasiada frecuencia y énfasis la afirmación de que los Estados Unidos no desean el más mínimo engrandecimiento territorial a costa de las naciones sus vecinas del Sur, y de que no se aprovecharán de la doctrina Monroe como excusa para semejante expansión de su parte;" en 31 de Julio de 1906, Root, precisamente en el Palacio Monroe, de Río Janeiro, decía: "No deseamos más territorio que el nuestro, ni más soberanía que la soberanía sobre nosotros mismos. Consideramos la independen- cia y la igualdad de derechos de los menores y más débiles miem- bros de la familia de las naciones, con derecho a tanto respeto como los de los grandes imperios;" y a principios de este mismo año de 1913 el Secretario de Estado, Knox, contestaba en Ma- nagua al Presidente de Nicaragua en los siguientes términos: "Noto lo que habéis dicho acerca de cierta aprensión existente en ésta y otras repúblicas de la América latina respecto a los verdaderos motivos y miras de los Estados Unidos hacia esas naciones con relación a la doctrina Monroe. Permitidme afirma-
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ros — ^ estando yo seguro de que lo que digo tiene la aprobación del pueblo y del Presidente de los Estados Unidos, — que mi Go- bierno no codicia una sola pulgada de territorio al Sur del Kío Grande."
Pero recordad que la doctrina Monroe ha evolucionado pa- sando de la defensiva a la intervención y de la intervención a la conquista; recordad que la fiebre de expansión e imperialismo de los Estados Unidos se manifestó ya en 1813 comprando la Luisiana a Bonaparte y en 1819 adquiriendo de España la Flo- rida ; recordad que en 1867 se anexaron Alaska y antes el Oregón, en 1898 las islas Hawaii, en 1900 las Samoa y en 1902 pretendie- ron comprar las Antillas Danesas; recordad que en 1870 el Ge- neral Grant pensaba apoderarse de Santo Domingo ; recordad que Johnson ambicionaba poseer la Perla del Mar Caribe en nombre de las leyes de la gravitación política que precipita los pequeños Estados en las fauces de las grandes Potencias; recor- dad que en 1895 el Secretario de Estado, Olney en su controversia con Lord Salisbury sobre Venezuela proclamaba la soberanía de la República del Norte en toda Hispano América ; recordad que por mucho tiempo uno de los principales periódicos de Boston acostumbraba imprimir diariamente en primera página y con grandes caracteres que el asunto de mayor urgencia para los Es- tados Unidos era la inmediata anexión del Canadá; recordad que el Roosevelt de las declamatorias protestas, fué también el bravonel ^'rough rider/' quien afirmó en Chicago que el Pacífico debía convertirse en lago yankee, quien con brutal crudeza pre- conizara para las naciones de América la política del ^^hig-stick/^ recordad que el pueblo de quien han sido porta- voz los elocuentes pregoneros de paz cuyas palabras he citado antes, es el mismo que tras una guerra injusta arrebató a México más de la mitad de su territorio; recordad que ese pueblo que se erige en sumo definidor de ética internacional, tomando inicuo pretexto para una calumnia atroz en la catástrofe, sin duda fortuita, del Maine — que el honrado Mr. Bixby, jefe máximo del cuerpo de ingenieros de los Estados Unidos, tras minucioso reconocimiento
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de los restos del buque en 1911, declaró haberse hundido a cau- sa de una explosión interna, — con manejos incalificables llevó a España al desastre de 1898, v que el águila de su escudo hundió las rapaces garras en Filijíinas y Puerto Kico y está siempre a punto de engullirse a Cuba, llave del Golfo de México, frontera al canal de Panamá; sí, ''rememher tlie Maine/^ pueblos de Amé- rica que excitáis el apetito y la codicia del Ogro del Norte; recordad.... ¿Pero a qué citar hechos concretos que pongan de relieve cuánto distan las palabras de los gobernantes de allende el Bravo de la invariable conducta de su pueblo? Basta recordar a su sincero — ¡y ojalá no sea profético! — Henry Clay, quien escribiendo a Channing, después de la expoliación de Texas, decíale ser éste un crimen que por su enormidad frisaba en lo sublime; (pie los tiempos modernos no ofrecían ejemplo de ra- piña tan enorme; y que ¡a anexión de Texas era el comienzo de conquistas que si una Providencia justa no lo impide sólo se detendrán en el Itsmo de Darién. . . .
Todavía hoy la Casa Blanca, con palabras unciosas, ofrece paz y fraternidad a los pueblos; y el ex-Kector de Princeton, profesor insigne, hombre de conciencia tan estrecha como la do los tripulantes del ''May Floiver/^ y el varias veces candidato a la Presidencia, el fracasado economista, el diplomático de tan austeras costumbres que en los banquetes oficiales proscribe el vino derrochando la limonada en obsequio de los embajadores extranjeros ; esos dos hombres eminentes sin duda, pero extraños, olvidando cuál fué el motivo de la doctrina Monroe, se afilian espiritualmente al liomanoff, el Hohenzollern y el Hapsburgo de hace un siglo ; y así vemos atónitos que Mr. Woodrow Wilson y Mr. William Jennings Bryan forman entre sí una novísima Santa Alianza, creyéndose con derecho a intervenir en los asun- tos de otros países y a modificar su gobierno^ a fin de evitar lo^ efectos de su mal ejemplo!!!
Ambos cristianísimos cruzados hicieron su primera salida de intervencionistas con ocasión del imbroglio balkánico, de donde parece volvieron como la raposa de la fábula, con las orejas ga-
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chas ; pero paladines sin miedo — ¡ ni al ridículo ! — con supina ignorancia de las cosas de México (pues no cabe poner en duda la buena fe de hombre tan moral como el Presidente), acaban de mandar a este país notas para siempre celebérrimas que han provocado en las cancillerías variadas manifestaciones de rego- cijOj desde la sonrisa leve hasta la carcajada homérica.
Pero si espíritus apicarados j maleantes hallan en tales .su- cesos pretexto a burlas; si por otro lado los recelosos y suspica- ces creen que toda conciencia honrada debía protestar enérgica- mente contra supuestas maniobras inconfesables de alguien que acaso pretenda apoderarse arteramente de lo ajeno; si la prensa universal ha considerado como una puerilidad indigna de esta- distas alguna de las proposiciones transmitidas por Mr. Lind, los espíritus serenos y reflexivos ven con infinita angustia cómo la actitud sincera o hipócrita de la Casa Blanca, cómo el puri- tanismo o el fariseísmo del Presidente Wilson, cómo el exagerado culto a principios abstractos o una maquiavélica complicidad con intereses bastardos y ambiciones criminales, evitan o retar- dan el restablecimiento de la paz y el orden en este desdichadí- simo país en que ya no hay un hogar- sin crespones de luto, en que la obcecada y culpable actitud de esos dos falsos o equivo- cados apóstoles de la ética del cristianismo aplicada a la polí- tica internacional, Wilson y Bryan, va sembrando en los cora- zones mexicanos le cizaña de odios inextinguibles entre hermanos y arrancando de ellos el amor que predicaba el Divino Maestro.
Protesto que no hay en mis palabras asomos de acrimonia, como no hay rencores en mi corazón ; admiro en cuanto de ad- mirable tiene a la gran República del Norte; conozco, trato y estimo profundamente a muchos norteamericanos de elevado cri- terio y noble espíritu; pero mi admiración y mis simpatías personalísimas no pueden cegarme a la hora de definir las abo- minables consecuencias de la conducta política de ese puel)lo plutócrata e imperialista : a pesar del misticismo y la mansedum- bre evangélica de las lucubraciones wilsonianas ; a pesar de las rei- teradas protestas de fraternidad hacia las mismas naciones que
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ha despojado; a pesar de su invitación a todos los pueblos del globo para asistir a la Exposición Panameña que se celebrará en San Francisco California en 1915 y para concurrir a la cual los buques de los pueblos invitados habrán de recorrer el canal de Panamá al alcance de los formidables cañones que en el Atlántico y en el Pacifico defenderán el paso como una amenaza al mundo.
IV
El 28 de Junio de 1902 el hill Spooner autorizaba al Presidente de los Estados Unidos para ofrecer a la Compagnie Nouvelle da Canal de Panamá, cuarenta millones de dólares por sus bienes y derechos.
Se dice que como la concesión otorgada a los franceses expi- raba en plazo corto, el Gobierno de Colombia opuso todas las dificultades posibles al traspaso, esperando que al caducar dicha concesión y quedar por ende 'suyos los bienes de la Compañía, los cuarenta millones de dólares ingresarían al erario colom- biano.
Alarmados los Estados Unidos, hicieron al Gobierno de Co- lombia determinadas proposiciones, llegando a firmarse el tra- tado Hay-Herrán que obligaba a los Estados Unidos a pagar diez millcmes de dólares por una nueva concesión, y una renta de cien mil dólares anuales por una zona a ambos lados del canal; pero el Senado de Bogotá no ratificó el tratado.
Entre tanto en la región panameña, que veía diferida la cons- trucción del canal y comprometido el porvenir del Istmo por la política torpe y la impremeditada codicia de Colombia, se inició un movimiento separatista cuyos directores mandaron a Wash- ington al Dr. Amador para solicitar de la Casa Blanca ayuda en sus propósitos. La Casa Blanca rechazó el mal pensamien- to... . pero si, según Voltaire,
"il est avec le del des accommodements/'
DE GEOGRAFÍA Y ESTADÍSTICA 49
cabe presumir haya sido más fácil tenerlos con los incorruptibles políticos yankees; y al fin alguien encontró la fórmula. Veréis cómo fué:
El 31 de Octubre de 1903, al clausurarse el período de sesiones del Senado de Colombia, quedaban definitivamente rotas las ne- gociaciones entre aquella República y los Estados unidos; el 3 de Noviembre estallaba un movimiento revolucionario en Pa- namá; el 4 se proclamaba la independencia del Istmo; ¡;¡y el 6 Washington reconocía al nuevo Gobierno y notificaba a Bogotá que no permitiría desembarco alguno de tropas para someter a los rebeldes ! ! ! Eso sí : la Casa Blanca, ahita de corrección, apo- yaba su nota en el tratado de 1846 con la Nueva Granada, con- forme al cual los Estados Unidos se comprometían a mantener el tránsito en el Istmo . . . . ^
¡A los dos días de proclamado un Gobierno revolucionario los Estados Unidos lo reconocían y se mostraban dispuestos a apo- yarle con las armas I Conducta inaudita y que contrasta singu- larmente con su resistencia a reconocer algún otro Gobierno perfectamente legal según la constitución del país en que rige. Haced vosotros los comentarios que la diversidad de casos os su- giera. . . .
El 18 del mismo mes de Noviembre se firmaba en Washington el tratado Hay-Buneau- Varilla en virtud del cual el pueblo que mil veces ha declarado no querer una pulgada de terreno al Sur del Bravo, adquiría, en plena soberanía, una faja de más de 16 kilómetros (10 millas) de mar a mar, a lo largo del canal en construcción, amén de otras tierras y franquicias, comprome- tiéndose en cambio a mantener perpetuamente la independencia de Panamá y a pagarle diez millones de dólares de una vez y doscientos cincuenta mil dólares de renta al año.
Un testigo de mayor excepción, nada sospechoso de antiyan-
1 No faltó en el mismo Senado americano quien hiciera notar que la felicitación del Presidente Eoosevelt a los panameños por la proclamación de la independencia se recibió en Panamá dos horas antes de que la in- dependencia se proclamara.
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quisrao, insinúa que de no haberse llegado a tan satisfactorio resultado, el Presidente Roosevelt, apoyándose en la altísima autoridad de Mr. Basset-Moore, Profesor de Dereclio en Co- lunibia T'niversity, parecía dispuesto a sostener la peregrina doc- trina de expropiación por causa de utilidad internacional!
El 4 de Mayo de 1004 los Estados Unidos reanudaban las obras que emprendiera Lesseps, y que según afirma el ilustre ingeniero Coronel Geo. W. Goethals deberán estar concluidas en 1.° de Enero de 1915, a pesar de los continuos y enormes des- prendimientos de tierras en el cerro de Culebra.
Como no pretendo entrar en pormenores técnicos, ni siquiera describiros el canal, me limitaré a recordaros que su longitud de costa a costa es sólo de unas cuarenta millas, llegando a cin- cuenta con sus prolongaciones mar adentro hasta encontrar calado suficiente; que su anchura en el fondo varía de 300 a 1,000 pies ; que las excavaciones necesarias para inaugurar el canal de esclusas representan 400 millones de yardas cúbicas ; que el costo para los Estados Unidos asciende a 375 millones de dólares (casi cuatro veces más de lo que costó el canal de Suez) ; que ese costo aumentará considerablemente si como se propuso en el Congreso de 1879 y se ha venido diciendo desde entonces, el canal defini- tivo ha de ser a nivel, es decir, un verdadero estrecho; que el tránsito de mar a mar se hará en 10 o 12 horas, de las cuales 3 iiivertiránse en pasar las esclusas; que cuando el canal sea a nivel la travesía total no excederá de 5 horas; y que para fa- cilidad del tráfico, captación de aguas, etc., se ha formado un lago artificial de 160 millas cuadradas de superficie.
Si la í)olítica de los Estados Unidos despierta suspicacias y hace revivir temores, sus trabajos en la zona del canal sólo me- recen aplauso y admiración. Aquello parece ser un laboratorio modelo de ciencia administrativa, una escuela de energía, una de esas beatíficas comunidades que forja la imaginación de los des- tiladores de ensueños utópicos.
El servicio de sanidad ha hecho milagros, sobre todo desde que se descubrió que el vómito negro j el paludismo se debían
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a dos variedades de mosquitos: el Stegomyia y el Anopbeles; los almacenes de subsistencias, vestuario y demás análogos, para una población de más de cuarenta mil hombres de todas nacio- nalidades (de la india inglesa, españoles, franceses, italianos, colombianos, panameños, norteamericanos, griegos, búlgaros, et- cétera), son completísimos; el departamento de construcciones cuida de que todo el mundo tenga habitación sana y cómoda ; hay cluhs^ asociaciones deportivas, hoteles, teatros, escuelas, una po- licía ejemplar, un cuerpo de bomberos excelente y un servicio postal idéntico al de los Estados Unidos que es positivamente Inmejorable.
Por cierto que esto del servicio postal me recuerda algo muy a la manera yankee.
Allá por el cincuenta y tantos del siglo último se construyó el ferrocarril del Istmo de Panamá, siendo uno de los concesio- narios o ingenieros Mr. Aspinwall, con cuyo nombre bautizaron los yankees el puerto de Colón, sin cuidarse de las protestas de Bogotá, que sólo consiguió se restituyera su primitiva denomi- nación a la ciudad cuando hubo resuelto no distribuir la corres- pondencia dirigida a Aspinwall. También en México un a pre- ciable caballero, contratista de ferrocarriles, tuvo la humorada de descristianar a Topolobampo, llamándole, según su propio ape- llido, Port-Stilwell ; hasta que el Gobierno decidió enojarse.
Las obras del canal y cuanto al régimen administrativo de la zona se refiere, merecen, como digo, elogios y plácemes sin reser- vas ; pero otras obras emprendidas por los norteamericanos y que serán acaso maravillas en su género, y determinaciones reciente- mente dadas a conocer, han venido a sembrar inquietudes y a dar pábulo a protestas, a conjeturas, a desconfianzas, a truculentos pronósticos.
Desde mediados del siglo xix Inglaterra y los Estados Unidos se hacían mutuamente sombra en sus respectivos proyectos de construir algún día un canal ístmico, siendo por entonces el de Nicaragua el que tenía más adeptos; pero puso término a la tirantez de relaciones el tratado Clayton-Bulwer (5 de Julio de
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1890) por el que las partes contratantes comprometíanse a que ninguna de ellas construyese el canal ístmico y a (]ue ambas ayudasen a cualquier empresa constructora.
Andando el tiempo, los americanos — convencidos de haberse dejado coger en el garlito por la diplomacia británica — manio- braron hasta concertar el 18 de Noviembre de 1901 el tratado Hay-Pauncefote que derogando el anterior les permitía construir el sonado canal, aunque imponiéndoles de modo expreso y termi- nante la condición de que dicho paso habría de ser neutro y libre, es decir, que por él podrían circular sin estorbos ni trabas las flotas mercantes o de guerra de todas las naciones ; y que las ta- rifas de tránsito habrían de ser idénticas para los buques ampa- rados por los distintos pabellones del globo.
Ese tratado dejaba las manos libres a los Estados Unidos bien para pro>seguir las obras del canal de Panamá, bien para empren- der las del de Nicaragua; y si de tiempo antiguo perseguían el propósito por las ventajas económicas que de su realización es- peraban, hechos recientes movían su voluntad con renovados apremios.
Durante la guerra hispanoamericana el acorazado Oregón, que salió de San Francisco California para unirse en el Atlán- tico a los demás buques encargados de destruir la gloriosa es- cuadra fantasma de Cervera, empleó noventa días en llegar a las aguas cubanas; y todos pensaron que un canal ístmico hubiese reducido el viaje a la décima parte del tiempo y que urgía abrir tal camino para posibles contingencias futuras.
Por eso sin duda surgió la idea de fortificar el canal, contra- viniendo de manera flagrante a la cláusula de neutralidad y liber- tad de tránsito del tratado Hay-Pauncefote.
A la otra condición, la de identidad de tratamiento a las flotas de todas las naciones, también se proponen faltar los Estados Unidos, pues han declarado que no cobrarán derechos de tránsito a sus barcos de cabotaje.
Claro es que Inglaterra tenía que protestar enérgicamente, y está la ])elota en el tejado ; pero los ecuánimes y justicieros definí-
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dores infalibles de moral internacional, parece que basta boy ni siquiera consienten en someter el pleito al arbitraje de la Haya.
Los puritanos profesores de ética son al mismo tiempo incom- parables maestros de sofística. Oyez pliitót: arguyen que las for- tificaciones del canal no responden a una premeditación bélica, sino lisa y llanamente a su deber de defensa del canal mismo como obra de ingeniería; y que siendo las aguas del canal aguas jurisdiccionales yankees, los únicos barcos que por él pueden bacer comercio de cabotaje son los suyos .... de donde se deduce, claro como la luz meridiana, que no hay perjuicio para los barcos úf cabotaje de otras naciones.
De contestar a ese último extremo se encargará en Londres el Foreign Office; 3" la respuesta al primero está en el Congres- sional Record o como se llame el diario de las sesiones de las Cámaras norteamericanas.
Cuando. en 1910 se suscitó la cuestión de las fortificaciones, que apoyaban Taft y su gabinete, alzáronse algunas voces opi- nando que artillar el canal era provocar un ataque y sugiriendo se neutralizase aquél, protegido por el tribuanl de la Haya ; i)ero los partidarios de la fortificación sostuvieron paladinamente que su empeño se fundaba precisamente en razones de carácter mi- litar, ante todo en la importantísima de asegurar a su escuadra el paso de Océano a Océano. Con tales argumentos triunfaron los fortificacionistas.
El presupuesto de obras e instalaciones de guerra asciende a veinte millones de dólares.
La batería principal se instalará en una isla del Pacífico, mon- tándose en ella 8 cañones de 14 pulgadas, 12 de 6, 24 morteros de 12 y una monstruosa boca de fuego de 16 pulgadas que lanza a veinte millas proyectiles de 2,400 libras cargados con los más terribles explosivos. En el Atlántico habrá tres fuertes dotados también con abundante material de guerra.
Así un publicista americano pudo llamar a tales baterías '^el Gibraltar del Nuevo Mundo;" y sabido es que los ingleses no han retenido en su poder el antes formidable y para nosotros
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siempre afrentoso peñón, con la desinteresada mira de mantener libre el tránsito del estrecho ....
No contentos los Estados Unidos con poseer el canal de I*a- namá, que terriblemente fortificado puede servir de refugio a sus buques o facilitar la rápida unión de sus escuadras del Pa- cífico y del Atlántico en cualquiera de los dos mares, — persiguen ya la construcción de otros pasos interoceánicos.
Mediante la irrisoria suma de tres millones de dólares Nica- ragua les ha concedido el derecho exclusivo de construir otro ca- nal ístmico aprovechando el río San Juan. Ante éxito tan fácil y barato, crecióse Mr. Bryan y con la mayor desenvoltura con- cibió y propuso un protectorado yankee sobre Nicaragua, que asegurase a Washington el dominio virtual sobre aquél país, — amén de una estación naval en el golfo de Fonseca.
Tal idea produjo estupor primero y después ira en Nicaragua mismo y en toda Hispano- América ; pero únele Sam es tan per- severante, tan dúctil, tan rico, tan terco, tan tenaz en sus pro- pósitos . . . !
Después de Panamá, Nicaragua: después de Nicaragua, Da- rién. — Los Estados Unidos han ofrecido a Colombia diez millo- nes de dólares por la concesión para construir un canal siguiendo la cuenca del Atrato y por el derecho de tener depósitos de carbón en las islas de San Andrés y de la Providencia, en el mar de las Antillas.
Colombia ha rehusado, a pesar de que los Estados Unidos ofrecen intervenir en su favor en las dificultades pendientes con Panamá! Y ha rehusado Colombia porque pretende una cosa muy sencilla: que se sometan al tribunal de la Haya todos los asuntos pendientes entre Colombia misma y los Estados Unidos. Pero una vez más, los neo-cahalleros de la Santa Alianza, lle- vando por mote de su blasón la sentencia bismarckiana : ^^La forcé prime le droit/' rehuyen presentarse donde hay jueces.
Claro es que más tarde o más temprano los yankees serán due- ños de un canal ístmico en Nicaragua y de otro en el Darién; y entonces se habrán realizado tres de los cuatro proyectos de
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Alvaro de Saavedra Cerón. ¿Realizarán los Estados Unidos el cuarto, el de Tehuantepec ? ¿Qué hará México para impedirlo? Hasta lioy, ¡ ¡ desartillar Salina Cruz ! !
V
La importancia mercantil del canal de Panamá es incalculable ; y aunque mucho hubiera querido deciros a este propósito, habré de limitarme a indicaciones rapidísimas porque he traspasado con p^'.eso los límites de tiempo en que debí encerrar mi dis- curso.
Lo que ha sido el canal de Suez para el Asia Central, el África oriental j Australia, habrá de ser, con creces, el de Panamá para el Levante asiático j el Poniente americano.
Las distancias de Cádiz, del Havre, de Liverpool para los puer- tos del Pacífico se reducirán en muchos casos a la mitad; j esa reducción alcanzará en promedio a tres mil millas para los puer- tos australianos, japoneses, etc.
Coincidiendo la era de la apertura del canal con la rápida substitución del petróleo al carbón de piedra en los buques, — de ese petróleo del que México está llamado a ser en plazo breve el primer productor del mundo, circunstancia que tal vez encierre la clave de muchos enigmas políticos, — de ese petróleo cuyo uso reduce considerablemente el personal de maquinistas y fogoneros y el espacio destinado al combustible, aumentando por ende la capacidad de transporte de los barcos, — la navegación será pron- to más corta, más rápida e infinitamente más económica, favo- reciendo el ilimitado desarrollo del tráfico intercontinental.
Entonces los Estados L'nidos, dueños del canal, crearán en Nueva York la gran feria del globo donde afluyan las mercaderías de Oriente y el dinero de Europa y los tesoros de las minas y de los bosques de la América latina y los productos inagotables de sus propios campos y fábricas ; entonces lo que desde edades remotas ha sido Europa para el Viejo Mundo será para el Nuevo ese maravilloso Far West, región la más bella, la más fértil, la
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más rica de la República del Norte, región de temperaturas mo- deradas y de lluvias regulares merced a las graudes corrientes marinas que en los océanos van del Piste al Oeste y que se llaman el Gulf Stream en el Atlántico y en el Pacífico el Kuro Sivo; entonces invadirán el dilatadísimo mercado chino los frutos del enorme valle del Mississipi; entonces la influencia y el poderío de los Estados Unidos serán tales que habrá sonado la última hora de la América latina, si ésta persiste en su ceguera, en su apatía, en su lento suicidio.
Los niños de mi generación sabíamos de coro aquellos versos de la Historia escrita por el famoso P. Isla, que empiezan así :
''Libre España, feliz e independiente, se abrió al cartaginés incautamente;"
y por eso sin duda, al pensar en los cartagineses de ogaño, suele ocurrírseme que pretenden
''entrar vendiendo por salir mandando."
Los cartagineses de esta centuria son, en el mundo que Colón descubriera, los alemanes desparramados calladamente por do- quier, dominando en gran parte el comercio de la i^mérica Cen- tral, germanizando algunos Estados del Brasil (Santa Catalina, Paraná, Río Grande do Sul) al punto de constituir la naciona- lidad de hecho, pues en muchas colonias apenas hay un diez por ciento de brasileños; los cartagineses de esta centuria, en ese Mar del Sur y en las tierras por él bañadas, que Balboa imagi- nó pertenecerían a la Corona de Castilla mientras el mundo exis- tiera, son los japoneses, refractarios a toda asimilación, enso- berbecidos con sus triunfos guerreros, hallando estrechos los confines de sus islas, convencidos de que, como dijo el conde Okuma, "México, el Perú y Chile son tierras de expansión ja- ponesa, son naciones comprendidas en la esfera de influencia a que el imperio del Mikado puede legítimamente aspirar;'' los cartagineses de esta centuria son los nietos de aquellos puritanos Pilgrim Fathers que van extendiéndose como mancha de aceite
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desde el estrecho de Behering hasta el de Magallanes, que van realizando con calculada cachaza la incontrastable penetración pacifica, — sin perjuicio de enseñar los dientes de vez en cuando, — que protestan a cada paso de la bondad de sus intenciones y juran que su país está dispuesto a enriquecer y a hacer feliz a la América latina. . . . sin duda como el viejo rico, bonaclión y libidinoso que cubriera de alhajas a una mujer bonita: a cambio de su lionra!
Si la América latina, si esta tierra de promisión, si este ma- rá villos" continente con el que la Naturaleza se mostró tan pródiga, no quiere prostituirse ante las amenazas de souteneur o los halagos de libertino de pueblos que le son totalmente extraños por la raza, por el idioma, por los ideales, necesita trabajar honradamente, necesita adquirir por sí misma fuerza y riqueza, necesita ser res})etable y respetada, necesita merecer respeto e infundirlo.
El clarividente Bolívar, adivinando cómo se debilitaría la Amé- rica española con el continuo fraccionamiento de sus naciona- lidades, convocó en 182G el Congreso de Panamá (de ese Panamá que él soñaba fuese algún día la Capital del Planeta) y ante los embajadores de diez Repúblicas expuso la urgente necesidad de constituir una confederación fuerte que al poder sajón opusiese el poder latino.
Hoy, más que entonces, es urgente esa necesidad; hoy, más que entonces, es preciso que las naciones latino-americanas se olviden de contiendas domésticas o de pleitos de vecinos ; que consoliden la paz interna ; que fomenten la inmigración de pueblos afínes, recordando la frase del estadista sur-americano Alberdi para quien en América '^gobernar es poblar/^ recordando que los Es- tados Unidos que aún no hace un siglo tenían nueve millones de habitantes tienen ahora noventa millones; hoy, más que nunca, al pensar en colocar empréstitos debe preocuparles que éstos sean productivos y que los capitales ajenos aumenten la riqueza propia multiplicándose al invertirlos en vías de comunicación y en obras de regadío, — pensando que esos mismos Estados
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Unidos emprendieron con el riel y la locomotora la conquista de su propio j desierto país antes de considerarse aptos para otras conquistas; hoy, más que nunca, las Repúblicas al Sur del Bravo deberían pensar en constituir sólo cuatro o seis grandes nacionalidades que a su vez se confederaran, constituyendo una entidad que en pocos años lograra influir dignamente en los destinos de la Humanidad.
La independencia y el florecimiento de la América latina no sólo a la América latina importa: importa de modo extraordi- nario a muchos pueblos del viejo continente.
Así la Confederación de la América Latina con que tantos sonamos debería aliarse con los pueblos de la Europa occidental, con los pueblos llamados latinos y con Inglaterra: con España y Portugal porque les unen los lazos estrechísimos de la sangre y del idioma, porque le han legado su historia y su carácter; con Francia porque ha bebido en las fuentes de su pensamiento y puede hallar, además, en el ahorro francés generoso propulsor de riqueza y progreso ; con Italia por afinidades múltiples y por su contingente de trabajo y de idealidad sin tendencias conquis- tadoras; y con la opulenta y fuerte Inglaterra interesadísima en que la que fué su Colonia no acabe por desposeerle del inmenso dominio del Canadá.
¿Imagináis lo que pudiera ser la Confederación (^ la América Latina unida por un puente de intereses y de afectos reales y for- tísimos con el Occidente de Europa?
Y quizá entonces llegaría a establecerse una unión más ma- terial; quizá entonces llegara a realizarse la comunicación euro- afro-americana soñada por el Marqués de Camarasa, defendida por don Manuel Antón en el Ateneo de Madrid y de la que hizo un estudio (aunque parcial y considerado sólo desde el punto de vista estratégico) nuestro ilustre general Marvá, — comuni- cación que pondría a Pernambuco a poco más de cinco días de Londres, vía túnel de la Mancha, París, Madrid, Algeciras, Ceuta, Dakar y el Atlántico, con trenes que anduviesen 100 kilómetros y buques que alcanzasen velocidades de 25 o 30 millas por hora ;
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entonces Buenos Aires y Montevideo, Rio Janeiro y Bahía, acer- caríanse prodigiosamente a Cádiz, a Lisboa, Burdeos, a Liverpool y — por las Columnas de Hércules — a Barcelona, a Marsella, a Genova ; entonces una vez más podría desencajarse y trasponerse el eje de la civilización, de la riqueza, del poderío, que merced a los canales ístmicos parece posible llegue a fijarse en Nueva York.
Y no creáis que ese camino de Londres a Pernambuco sea más difícil par-;, mañana de lo que parecía el canal de Suez a Lord Palmerston y el de Panamá a los desencantados accionistas fran- ceses.
Pensad que la obra de pura imaginación de un novelista ale- mán, heredero acaso de Jules Verne y de Wells, ha suscitado apasionadas polémicas, siendo muchos los hombres de ciencia que no juzgan absurda en el futuro la construcción de un túnel de más de dos mil millas entre el Cabo Ortegal, en España, y la costa de Labrador, en Norte América ; pensad que todas las agen- cias telegráficas nos han hablado como de la cosa más seria de que el eminente Sr. Archdeacon, en un notable artículo sobre el porvenir de la navegación aérea, afirma acercarse el día en que merced a la fuerza de propulsión del radio pueda el hombre lan- zarse al espacio infinito, más allá de los planetas.
Ya sin freno la fantasía, cabe suponer que en los espacios si- derales nos encontremos, disfrazado de diosa Themis y fortifi- cando preventivamente los astros, algún estadista yankee, dis- puesto a proponer al Congreso del Olimpo varios millones de dólares por el derecho exclusivo de construir canales en la región cerúlea.... Perdonadme esta broma.
Empecé mi discurso sin prejuicios ni apasionamientos, y al desarrollar el tema, apoyándome en los datos de que disponía, llegué a conclusiones condenatorias, pesimistas, irónicas, acaso equivocadas, pero siempre sinceras.
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Creo que si al arrollaclor poderío económico y político de los Estados Unidos no se opone con urgencia un poderío paralelo en la América Latina, peligra la vida independiente de veinte Re- públicas.
Por eso proclamo la necesidad de que los conductores de hom- bres en los pueblos al Sur del BraA^o piensen en agruparse, en unirse, en establecer una estrecha confederación, fundada no en inconsistentes sentimentalismos, sino en la conveniencia : pero tampoco sólo en una conveniencia inmediata, material y grosera, sino en una conveniencia de carácter más alto y universal, a fin de que los grandes grupos humanos no se amalgamen y confun- dan en una sola masa amorfa y gris, sino que — ascendiendo todas en la escala del progreso indefinido — se mantengan las grandes comunidades de pueblos con matices y caracteres pecu- liares : las grandes razas.
Y claro es que para mí la idea de raza no responde a la limi- tada y mezquina, falsa y engañadora de un concepto meramente fisiológico, sino a cierta concepción más vaga y sutil en apa- riencia, más real en el fondo: a la concepción psicológica.
Más, sin duda, que la sangre que corre por nuestras venas (sangre mil veces mezclada), influyeren el íntimo modo de ser de un ]meblo la sangre del espíritu, que es el verbo; el lenguaje que vivifica nuestros sentires, turquesa impalpable en que mol- deamos nuestro pensamiento, cincel maravilloso con que escul- pimos el ideal, ese ideal que vislumbramos en la elevada cima a que un pueblo asciende i)or peldaños gloriosos, como los ei)i- cos arrestos del Cid de la leyenda, la fe y la generosidad de la Reina Católica, las dotes estupendas de capitán y de ]>olítico de Hernán Corté.^, la caballeresca hidalguía de Prim, las nobles intuiciones y las ansias de independencia de Bolívar el Liber- tador, la sublime magnanimidad de Nicolás Bravo que en ven- ganza del fusilamiento de su padre perdona y liberta a centenares de prisioneros españoles; ese ideal que constituye nuestra carac- terística, que no debe disminuir nuestra capacidad para las con- quistas materiales del progreso, jjero que debe matizarlas con
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algo tenue y peculiarísimo, algo muy delicado y muy fuerte, muy hondo y muy alto, algo cuya quinta esencia reside en nuestro culto común a un héroe más real y viviente que los héroes pere- cederos de que nos hablan las historias, un héroe inmortal, de cuya gloriosa estirpe todos queremos ser — y todos somos : Nues- tro Señor Don Quijote. ...
He dicho.
Gonzalo de Murga.
EN HOMENAJE
AL mim DESCUBRIDOR VASCO iKüSEZ DE BALBOA
geografía física del océano pacifico
Conferencia pronunciada por el señor licenciado Ezequiel A. Chá- vez, Dr. H. C. de la U. N. de M., en la sesión solemne que la Sociedad de Geografía y Estadística celebró el 25 de septiem- bre de 1913, para conmemorar el 4- centenario del descubri- miento del Océano Pacífico.
Como admirablemente dijo el genial geógrafo Bernardo Va- renio, hace 264 años, en aquel monumento filosófico que fué su geografía, publicada en el mismo año de su muerte, a los 28 de su edad, rehecha después por Sir Isaac Newton, y elogiada por el -Barón de Humboldt, si una sola partícula de agua se pone en movimiento, el Océano entero tiene que responder a ese movimiento, de tal manera que sólo un sistema completo de cir- culación puede existir en él.
Pero aun más cierta si cabe, que esa gran verdad, es, sin em- bargo, lasque pudiera formularse diciendo que si una alma logra entrever siquiera, y señalar a los hombres un destello, sólo un furtivo relámpago de un conocimiento antes no alcanzado, milla- res de almas, millones de almas vuelan hacia la luz entrevista, y siguen el rayo de claridad que hiende las tinieblas.
Tal fué la suerte del explorador insigne cuyo recuerdo hoy nos
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reúne: viene bruscamente de la obscuridad, como los meteoros: nadie sabe de qué es capaz, cuando en una nao que navega hacia los bordes orientales de Centro América aparece de súbito : llega a la costa en la que recientemente fundadas colonias de blancos se debaten entre los horrores del hambre, del desamparo y del desgobierno; concierta las voluntades; por su espíritu de jus- ticia y su magnánima conducta, torna en amigos a los indígenas antes hostiles ; un indio joven, que ha encontrado en su alma una alma hermana, le habla de una mar misteriosa y grande que ningún europeo ha visto; para buscar esa mar, entra a la selva virgen ; cruza las montañas ; oye dentro de sí mismo, antes de ver las olas que lo atraen, la solemne música de esas mismas olas; llega a una cumbre; ante sus ojos fascinados, se dilata, con su infinita vida azul, el Océano desconocido; entra en el agua que hasta él sube, y que en su seno sorprendida lo recibe; tremola sobre ella la bandera victoriosa de Aragón y de Castilla; ven- ciendo dificultades sin cuento prepara, en seguida, la exploración del mar que ha mostrado a los Europeos ; sueña en los prodigio- sos caminos de ese mar, de día ; sueña en sus encantados sen- deros, de noche; construye las naves en que ha de surcarlo; las bota al agua; va ya a entrar en ellas, cuando sus enemigos lo llaman a una cita traidora; lo aprehenden; lo decapitan; cinco años apenas después del momento en que aparece en la nao, se hunde otra vez como un meteoro en la sombra eterna, en el mis- terio infinito.
La raya de luz que en su rápido paso por la historia trazó sin embargo, sobre el muro sombrío y gigantesco de la ignorancia, fué vista por otras almas ; fué para otras un derrotero : y siguien- do ese derrotero han ido todas: han ido y siguen yendo: fueron primero sus enemigos, en las mismas naos que él había construi- do; fueron después los pilotos audaces que el l*acífico recorrie- ron; los que encontraron y burlaron, en el tiempo de la guerra contra los araucanos, las corrientes y los vientos australes, que forman allá parte del vasto circuito de las olas oceánicas ; fué el genial Urdaneta, el ilustre franciscano que, bogando a los G7 anos
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como piloto con Legaspi, desde Acapulco hasta las Filipinas, tuvo la intuición soberana que lo condujo a buscar la ruta de la América, no retx^ocediendo directamente hacia ella como tantos lo habían intentado y como tantos habían fracasado, sino por el Norte : fué él quien se dejó llevar por las corrientes y los vientos que hacia el Japón caminan; y que, cuando sintió que se do- blaban esos vientos y esas corrientes hacia el Este, se dejó con- ducir por ellas; obedeciendo astutamente a las fuerzas de la naturaleza entró en el enorme Kío Negro, en el Kuro Sivo, que al través del Océano anda, y abordó con el Ivío Negro las costas de California, y desde allí tornó hacia el Sur hasta Acapulco.
Sin su hazaña, por la que quedó descubierta la vasta circu- lación del Pacífico del Norte, en un tiempo en que las únicas gran- des fuerzas propulsoras al través del Océano eran las inciertas alas de los vientos, la navegación regular del Pacífico se habría retardado centenares de años.
Conocida empero la enorme serpiente líquida que desde Centro América eternamente resbala, bajo el soplo de los vientos hacia las Filipinas, y que al llegar allí se tuerce, frente a las islas asiáticas, tornando desde el Ja}>ón otra vez hasta las costas occidentales de Norte América, paia navegar de nuevo perenne- mente la vuelta de las Filipinas, quedaron éstas unidas con la Nueva España, como la Nueva España, al través del Atlántico, estaba unida con la vieja Europa; y la misteriosa civilización asiática emi;ezó a entregar sus secretos, lo mismo que sus tesoros al Mundo, gracias al eterno vaivén de las aguas y de los vientos, cuyo cielo al través de las silenciosas soledades del Océano, había sorprendido la mirada genial de Urdaneta, del más ilustre acaso de cuantos entonces siguieron la estela trazada por Vasco Nú- ñez de Balbo%
Interminablemente después, hombres de todos los países, en seguimiento de los atrevidos mareantes españoles, han descubier- to y vuelto a descubrir las islas del Pacífico, han explorado sus litorales, han abierto el camino a audaces colonizadores, y tras ellos han venido al cabo los que no tienen en el mundo más que
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un solo afán supremo, el de la ciencia ; una sola ansia inconteni- ble, la de ver lo que nadie lia visto, lo que a los ojos de los demás se escapa : desde el incansable viajero Cook, inmensa ave de mar, con las alas desplegadas siempre sobre el Pacífico para ir a todas sus latitudes; desde los atrevidos marinos franceses; desde los rusos que en el Noroeste del Nuevo Mundo descubrieron hace un siglo las colinas de hielo fósil de la costa, recubiertas sola- mente por una delgada capa de tierra; desde el genio inmortal de Carlos Darwin, que en los bordes occidentales de la América del Sur encontró huellas del mar, en lo alto de montañas que a la mar miran; desde los que recorrieron y estudiaron la su- perficie toda, hasta los que exploraron el fondo, conducidos por otro vidente, por el genial norteamericano Maury, que se empeñó en penetrar a los abismos escondidos, en llegar a las profundi- dades que se habían declarado insondables: todos, sin embargo, han seguido en suma el derrotero que la mano de Niiñez de Bal- boa hubo de trazar, en el breve instante en que entró a la historia : ¡todos! Hasta los que fueron ayer, de cara al mediodía, a los confines australes de las aguas que por el mediodía limitan al Pacífico; hasta los que, al través de la alta mesa de la Tierra Antartica, se empeñaron ayer en plantar la bandera de la Gran Bretaña en el corazón del Polo, para traer en seguida las obser- vaciones, las noticias, los datos de aquella tierra misteriosa; las noticias, los datos, las fotografías, las observaciones que los com- pañeros del sublime Scott vinieron a encontrar al fin bajo su cabeza, helada por la muerte, en el lugar en que el hambre y el frío le quitaron su último aliento, cuando aún sostenía entre sus dedos crispados el lápiz con que escribió las últimas palabras de su postrer mensaje a su patria y al Mundo !
Cuántos héroes, y sabios y mártires de su amor a la ciencia, por los que el conocimiento del Pacífico va haciéndose! Todos, como el inmortal Núnez de Balboa, han hecho brillar su antorcha en lo obscuro, y millares de almas han visto la claridad sibilina ; y millares de almas han volado tras ella!
Pero ahora, ¿quiénes son los que mejor han unido todas esas
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luces esparcidas, para que nosotros las veamos? son, sin duda, el más completo acaso de los oceanógrafos, Krümel, y el más sa- gaz de los geógrafos, Suess : en la obra gigantesca de este último, en "La Faz de la Tierra," se entrecruzan, se sueldan, se ligan, se contraponen, para sostenerse mutuamente y mutuamente ayu- darse, los innumerables datos, las incontables observaciones he- chas al través del planeta entero; y cada región del mismo, contrapuesta a las otras, palpita con una vida nueva en sus inmor- tales páginas : nada para mí se destaca sin embargo en ellas con fuerza mayor que cuanto al Océano Pacífico se refiere: todo en efecto en el Océano Pacífico es grande: es en el globo que habi- tamos la unidad geográfica que mejor domina a todas por sus colosales proporciones y por la soberana armonía que en él reina : su extensión primero: mayor que la de todos los continentes y todas las islas de la Tierra: sus bordes en seguida: formados por altos muros, por estupendas cordilleras en las que arden colo- sales y siniestros volcanes; sus abismos después, los más verti- ginosamente profundos que el hombre ha descubierto; las razas en fin, que lo circundan, las que en lo futuro habrán de plan- tear los más tremendos problemas para la vida de la huma- nidad.
Analicemos rápidamente : ¿ cuál es en sus bordes la forma del Pacífico? Casi cerrado al Norte, se comunica allí no obstante, con el Mar Ártico por el estrecho de Behring, apenas de 58 kiló- metros de anchura y de solo 51 metros de profundidad, y desde allí se abre y se ahonda hacia el Sur, siguiendo por el Este las costas de la América ; por el Oeste las del Asia, las de Insulinda, las de Australia, hasta la Antartica. La doble línea divergente de sus litorales, que desde el Septentrión se separan hacia el mediodía, suscita fácilmente al verla en una carta geográfica, la imagen que trazara el corte, de arriba a abajo, de una irregu- lar e inmensa campana, doblada a trechos, sobre todo en el Suroeste; sujeta arriba por las tierras que allí anudan la Amé- rica y el Asia, y abierta abajo hacia la región de los hielos, hacia la silenciosa tierra antartica.
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Altas y escarpadas en casi toda su extensión las costas del Pacífico, están respaldadas contra muros enormes de cordilleras que al mar descienden sostenidas por estribaciones análogas a peldaños de cíclopes; y una grandiosa semejanza de líneas de contorno, como si todas ellas hubieran sido trazadas por un gi- gantesco compás, se patentiza en todas partes : vése allí en efecto, desde luego, el arco que forma el borde del Oeste de la América del Sur, con sus disgregados trozos de serranías costeras, abajo, huyendo hacia el Sureste al través de los grupos de islas chi- lenas ; con sus terrazas superpuestas, encima ; las cumbres de los Andes, en lo alto; los gigantescos volcanes, en fin, coronados de nieve y vomitando llamas a más de 7,000 metros de altura. De todos pudiera decirse como de uno de ellos dijo er poeta Rafael Obligado al cantar a la América :
' ' Allá yérguese altivo en su regazo El viejo audaz de corazón de piedra, A cuya cima, ni la astuta hiedra Ha podido trepar, el Chimborazo: Su frente de granito Donde el sol de los trópicos chispea, Por cima de las nubes centellea Y parece horadar el infinito."
Detrás de esas cordilleras, que la ignorancia imagina como las más viejas del globo, y a las que los geólogos señalan vida más reciente, una tercera fila de sierras se endereza : menos alta <!asi toda que la precedente, pero tan vieja como las priireras eda- des del mundo.
Y al :Norte de ese primer arco del litoral sud-americano está el segundo : está el arco de montañas que va desde el Septentrión de la América del Sur hasta Guatemala, hasta Chiapas, y que el Barón de Humboldt, lo mismo que Ritter y Suess, ven doblarse hacia el Este, para construir en los dominios del Atlántico el es- pléndido rosario de las Antillas, y separar en dos unidades dis- tintas las dos Américas.
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En ese segundo arco, lo mismo que en el primero, arden tam- bién volcanes: no tan altos como los de Sud América, pero im- placables, numerosísimos: nacen a nuestra vista, uno tras otro, en surcos abiertos ante el mar, y crecen también ante nosotros: cubren a veces el cielo, semanas enteras, con su mortal aliento de llama y de cenizas.
Luego está el tercer arco: el de la América del Norte: el que va desde Oaxaca hasta Alaská, y en él, lo mismo que en el de la América del Sur, se enderezan abajo trozos de cadenas monta- ñosas de imponente belleza, las serranías costeras, que forman el esqueleto coronado por mesas de la Baja California, y que yer- guen en el Oeste de los Estados Unidos sus acantilados, sus cimas, a intervalos coronadas por los torcidos y fuertes ci preses de extrañas formas que enfrente del Monterrey americano seme- jan contra el cielo gigantescos avestruces negros, a cuyos pies las aguas del Océano se revuelcan y brincan, coronadas de espuma.
Esas serranías, que debían encontrarse en la prolongación austral de nuestra Baja California ¿se hundieron quizás ante nuestras costas, y dejaron sólo como mudos testigos de la ca- tástrofe, las cabezas de las Tres Marías entre el Cabo San Lucas y el Cabo Corrientes? ¿Han desaparecido en el mar fajas de tierra que en otro tiempo existieron a las faldas de nuestra Sierra Madre del Sur? ¿Será posible encontrar bajo las aguas, estruc- turas paralelas a la bien guardada hoya del puerto de Acapulco, donde en las noches más negras palpitan, como un cielo volcado en el oleoso abismo, y Heno de vivientes constelaciones, prodigio- sas miríadas de infusorios?
Las serranías costeras no existen en todo caso allí: se levan- tan en cambio en el Oeste de los Estados Unidos, maravillosa- mente rotas por la Puerta de Oro, para formar en medio de la Alta California la espléndida bahía de San Francisco, y se des- pedazan al Norte, en el Canadá y en Alaska, en innumerables islas, análogas a las islas Chilenas, pero regadas en dirección opuesta, hacia el Noroeste.
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Detrás de las serranías costeras se levantan en todo caso tam- bién, en un segundo término, como en Sud América, cordilleras más altas y también volcánicas: la Sierra Madre Occidental, en México, las Nevadas y las de las Cascadas, en los Estados Unidos y en el Canadá.
Y lo mismo que en la América del Sur, tras esa segunda cor- tina de montañas se endereza aún otra enorme muralla: la de la Sierra Madre Oriental, en nuestra República ; la de las Montanas Rocosas, al Norte.
En el extremo Septentrión, no obstante, y en Asia y en la Insulinda y en Australia, los bordes del Océano son en aparien- cia distintos: son en realidad análogos.
También allí están constituidos por serranías detrás de se- rranías; sólo que entre unas y otras la tierra se ha hundido, como se hundió en las edades geológicas para formar nuestro Golfo de California, de modo que así, entre las sierras conti- nentales y las de las islas que las rodean, se han ahuecado pro- fundos mares interiores, que circuyen del lado del Pacífico enor- mes guirnaldas de islas, y del lado de los continentes, serranías : a veces paralelas a las de las islas; dibujando a veces una curva opuesta, cuyas puntas tocan a las de los festones que las islas constituyen.
Queda así primero, allá en el Septentrión, el arco abierto ha- cia el Norte, el de las islas Aleutas, piedras de un vado de gi- gantes que une la América con el Asia; y detrás de ese arco, y detrás del mar de contornos lenticulares que el mismo arco li- mita, queda opuesta la curva montañosa abierta hacia el Sur, la de las penínsulas americana y asiática que avanzan la una hacia la otra como si a juntarse fueran, y que se detienen de súbito, cortadas por el estrecho de Behring.
Queda luego al Oeste, en la costa del Asia, el segundo arco, el de las islas asiáticas, formado por cuatro guirnaldas de islas: todas en curvas abiertas hacia el Asia: las Kuriles, continuación de la península de Kamtchatka ; las del .Ta])ón ; las de Riu Kiu ; las Filipinas con la enorme de Borneo; y detrás de cada una de
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esas guirnaldas, los mares interiores en cuyos bordes continen- tales '^se han podido reconocer, a lo menos en sus grandes tro- zos, las extremidades de las grandes cadenas del iVsia."
Pero lo mismo en el arco de las Aleutas que en el de las islas asiáticas, los volcanes encienden sus grandes antorchas trágicas, y la tierra tiembla: la enorme ballena mítica que al decir de los Japoneses está debajo de sus grandes islas, se sacude golpeando furiosamente el mar en cuyo fondo habita.
El tercer arco de montañas está después: el tercero del Oeste del Pacífico: sostenido afuera por las islas de extrañas formas que desde Borneo y las Célebes, van por las Molucas a la Nueva Guinea ; bañado en seguida al Sur de ellas, por los calientes mares del Mediterráneo malayo ; reforzado en fin por la segunda cortina de altos montes, los que yerguen sus cumbres y erigen sus volcanes en las largas islas de la Sonda.
Y la cuarta doble curva de montañas del Oeste del Pacífico es la que trazan, contra el grande Océano, las volcánicas islas de la Nueva Caledonia y de la Nueva Zelanda, en arco inmenso que al Oeste se abre, y las que constituyen, adentro, los Alpes Australianos y Tasmanianos, de curva abierta también hacia el oeste, y separada de la anterior por el vasto mar donde alternati- vamente van al Sur y al Norte las grandes corrientes austra- lianas.
Para hacer aun más extraordinaria la semejanza de los con- tornos del Grande Océano, hé aquí por último que los descubri- mientos hechos al Sur del Pacífico nos muestran la alta mesa desnuda que forma la tierra antartica : más extensa quizás que la Australia entera; y en sus bordes arden también, sobre el sudario infinito de los campos de hielo australes, los dos gigan- tescos volcanes gemelos que vio Lord Ross : el Erebo y el Terror, que tantas veces han animado con sus rojos incendios y con sus pavorosos rugidos el trágico silencio donde la vida se acaba.
¿Qué queda en medio de este contorno gigantesco, cuyos so- beranos lincamientos son más grandiosos que los que pudo soñar la imaginación del inmortal poeta florentino?
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¿Qué queda en medio de la triple y curva muralla de estupendas serranías y de flamígeros volcanes?
En medio, bajo el más libre de todos los vientos, que encrespa las olas más vastas de todos los mares, y que empuja en perennes circuitos sus enormes corrientes, de la América a la Australia y al Asia, y de la Australia y el Asia otra vez a la América, queda el mar menos salado de los que existen : con 35 partes apenas de sales por cada mil de agua ; el mar en cambio más azul, de un azul que lejos de las tierras es tan sombrío, que pudiera creerse negro con vivientes reflejos metálicos, y que, al enderezarse, atraído por las escarpas de las costas, cuya densidad es siempre más alta que la de las aguas, se quiebra con estruendo coronándose de espuma.
Los exploradores, que han arrojado sondas cada vez más per- fectas al Océano Pacífico, sondas semejantes a mandíbulas abier- tas, que al llegar al fondo se cierran para morderlo, y que suben a la superficie fragmentos de ese fondo, nos han descrito ya las prodigiosas profundidades: han recogido partes minúsculas de su légamo azul, que lo tapiza desde Acapulco hasta las islas Galápagos y que, con óxidos de hierro contiene numerosos resi- duos de organismos calcáreos; han extraído partes insignifican- tes de su légamo verde, que lo cubre al Oeste de California y al Oriente del Japón y de Australia; han estudiado sobre todo su légamo rojo, el légamo de los abismos, que lo alfombra en más de 100 millones de kilómetros cuadrados, y en el que, con gló- bulos de hierro meteórico, presenta polvo de óxidos de hierro, dientes de escualos y huesos de ballenas fósiles, pertenecientes a la edad terciaria de la vida del globo.
Los mismos exploradores, que han medido la temperatura de las aguas profundas, y que se han convencido de que a menos de 200 metros ya no las calienta casi el sol, de suerte que allí sólo existen frías ondas, ni las traspasa tampoco la luz del cielo, de modo que allí solo hay aiguas sombrías; pero (|ue en cambio tienen en solución, como toda agua de mar, oro y plata, y están animadas, como toda la Tierra, por corrientes magnéticas, han
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medido también sus profundidades: han hecho la carta de los fondos submarinos: definen ya el inmenso Océano como una vas- ta cuenca, la más vasta y la más honda : casi toda a 5,000 metros de profundidad, con solo un gran relieve, el que va de un modo oblicuo desde Guatemala hasta las islas del Oriente, sepultando no obstante a más de tres mil metros: describen esa hondí- sima cuenca, salpicada por cumbres montañosas que yerguen so- bre la azul superficie de las olas, enormes cráteres de volcanes, como gigantescas copas sombrías en cuyo fondo hierven rojas lavas; la describen también levantando hasta la superficie mi- llares de islas de coral, como inmensos anillos que en su interior encierran lagos, ya separados totalmente del mar, ya comunica- dos abajo, de tal suerte que alternativamente la respiración del mismo mar, la marea, levanta y abate sus aguas.
Describen esas islas, sobre todo las que en parte o en todo son de origen volcánico, como los poetas las han cantado; coro- nadas de heléchos y de palmas, salpicadas de flores, pobladas por extraños pájaros de vistosas plumas. Y hacen ver en fin, a los bordes de la hondísima cuenca sobre la que esas islas han nacido, fosos todavía más hondos: como el que al Sur de las islas Aleutas se hunde a 7,380 metros debajo del nivel del mar, o el que a los pies de las islas japonesas baja a más de 8,500 me- tros, o el que al Oriente de las Filipinas desciende a 6,400, o el que ciñe a la Nueva Zelanda, escondido a 9,427, o el que se precipita bajo el desierto de Atacama junto a la costa chilena hasta 7,635, o en fin el vertiginoso abismo de Nerón, que junto a las islas Marianas baja a 9,636.
El fondo así del inmenso Océano es doblemente grandioso por- que no sólo es en su conjunto el más hondo de todos, sino que rodea sus enormes profundidades con fosos y abismos estupen- dos, en los que cabrían todas enteras y desaparecerían holgada- mente las más altas montanas de la Tierra ; y es más maravilloso aún porque exactamente sobre esos abismos se levantan, desde aquellas vertiginosas profundidades, varias de las más altas cor- dilleras que en el globo existen.
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¿Cómo ha podido formarse este mar estupendo? ¿Cómo han podido formarse las enormes montañas que lo rodean? ¿Han emergido del seno de las olas?. . . Van subiendo, pensó Darwin, al encontrar en las costas occidentales de la América del Sur depó- sitos de conchas marinas a enorme altura ; van subiendo, han pensado también otros geólogos, al descubrir huellas del mar en el Noroeste y el Oeste de la América del Norte, en las guirnaldas de las islas asiáticas y en la Nueva Zelanda. Van subiendo, han pensado en fin nuestros excelentes exploradores de la Baja Ca- lifornia, que en los últimos años fueron a estudiarla, y que allí también encontraron Inequívocas señales de un estupendo movi- miento terráqueo.
Contra todos los que así piensan, el admirable geógrafo, Suess, sostiene, sin embargo, distinta tesis: para él, como para Goethe, como para Swedenborg, como para el soberano poeta de la Divina Comedia que, naturalmente sin referirse al Océano Pacífico, en- tonces aún no descubierto, leyó, un año antes de su muerte, en la Capilla de Santa Helena, en Verona, el penúltimo domingo de Enero de 1320, su admirable disertación sobre la tierra y agua, la tierra no puede elevarse en espacios tan vastos, tan distantes y tan armónicamente ligados unos con otros : esto sería contrario a su naturaleza, decía Dante: no puede, en todo el inmenso contorno del Océano Pacífico, ir subiendo; esto sería ccmtrario, dice Suess, a las leyes mismas de la pesantez.
Pero si los litorales del Pacífico no van subiendo ¿ cómo expli- car las liuellas del mar, altas, muy altas, en ciertos puntos a cen- tenares de metros sobre las olas?
Es, afirma Suess, que el Océano se hunde: es que de tiempo en tiempo una enorme dovela de las bóvedas del globo terrestre, sobre las que el mar se dilata, baja hacia el centro del Planeta, como se han derrumbado también de tiempo en tiempo partes de la corteza emergida: y cada vez que un hundimiento se produce en cualquier punto del Océano, el agua baja al fondo del abismo; el agua se aleja de sus antiguas orillas ; la extensión del mar se reduce.
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¿No afirman los geólogos que en otro tiempo el mar cubría la Tierra toda?
Un hundimiento . del que es imposible que nos formemos idea apropiada, — tal fué su tremenda magnitud, — hizo que se abis- mara, desde los albores de la edad mesozoica de los geólogos, hace millones de años, el piso del Océano Pacífico: su horda cuenca quedó así formada desde entonces; desde el período triásico: hundimientos posteriores hicieron probablemente que se forma- ran las guirnaldas de los mares del Asia; hundimientos más recientes separaron Australia de la Nueva Zelanda y de Tas- mania; hundimientos en fin que han pasado en nuestro tiempo han sido tales como la dislocación producida en 1856 en la Nue- va Zelanda, al través del estrecho de Cook.
El Océano en consecuencia ha ido ganando en profundidad lo que en área superficial ha perdido, y sobre sus bordes y sobre sus islas las poblaciones humanas se han multiplicado, se han apiñado.
¿Cuál será el destino de esas poblaciones en el futuro, mien- tras la milenaria transformación del Océano continúa?
Ya ahora uno de esos enjambres humanos, el japonés, en el arco insular del Oeste, parece dispuesto a la conquista ; ya otro, el australiano y neozelandés, en el arco del Suroeste parece resuelto a adueñarse del mundo oceánico; ya el pululante enjam- bre anglo-americano, desprendiéndose de California plantó la ban- dera estrellada en los altos volcanes de las islas Hawaii y fué a tremolarla en las Filipinas; ya en fin los pueblos a los que España dio su cultura han mezclado las viejas razas guerreras de los meshica, de los incas, de los araucanos, con la esforzada raza guerrera de los españoles, y divididos aún por sangrientas y mezquinas contiendas, aspiran no obstante a una unión defi- nitiva.
¿Qué pasará en el porvenir? El teatro de la historia antigua, encerrado en torno del Mediterráneo europeo; el teatro de la historia moderna, dilatado alrededor del Océano Atlántico, se agigantará para la historia futura : será su escenario el inmenso
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Mar Pacífico, el de los vertiginosos abismos, el de las costas es- carpadas, el de los tremendos volcanes.
Los pueblos que desde sus bravias riberas se ven con sañuda desconfianza y con recíproco celo ¿llegarán a entablar una lucha titánica, junto a la que sean pálidos simulacros las más grandes contiendas de la historia? ¿Se despedazaran unos a otros cuando por el canal de Panamá pasen, vomitando torrentes de humo, las inmensas escuadras portadoras de la muerte, y cuando en el aire vuelen innumerables velívolos, que sobre la tierra y el mar derramen llamas?
¿Tendrán por lo contrario los pueblos del Pacífico la rara cor- dura de entender que la humanidad entera tiene intereses co- munes ; que los pueblos como los hombres deben llegar a cooperar todos en obras de concordia ; que la fraternidad humana obliga en fin no solo a los individuos, sino también y más que a los indivi- duos a las naciones?
¿Entenderá México el papel que su situación ístmica le señala, para ser el intermediario entre todos los hombres, el luminoso guión de armonía entre todos los pueblos, el campo donde todas las formas de cultura se sublimen, la Suiza en fin del Mundo Nuevo ?
El misterio envuelve aún, como envolverá siempre; penetra aún como penetrará todos los tiempos; cubre aún el Universo como lo cubrirá hasta el fin de los siglos, y los orígenes del Pa- cífico, y los destinos del Pacífico y los problemas últimos del Pacífico están por lo mismo sumergidos en el misterio.
Hoy, sin embargo, al bosquejar esta rápida síntesis de lo que" juntos los hombres de todos los pueblos lían llegado a hacer en cuanto al Océano Pacífico, desde que el joven hijo de un cacique indio señaló a Vasco Núñez de Balboa la rijta del Grande Océano, quiero concluir con un supremo voto: que a la manera con que los exploradores y los sabios de todos los países han formado una sola hoguera de ciencia con las antorchas de su sabiduría, así los pueblos todos que en el Pacífico habitan o que en torno del Pacífico crecen: los viejos pueblos indígenas, los del PLxtremo
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Oriente, los blancos y los de razas mezcladas, hagan al fin una sola grande obra sinérgica de cultura, una sola labor de recí- proco conocimiento, de respeto y amistad recíprocas, de mutua y constante ayuda ; que políticamente merezca la más grande de las divisiones de nuestra hidrosfera el nombre que sus des- cubridores le pusieron, el nombre tantas veces discutido de Océano Pacífico; que sea en fin cierta, en el mundo de la recí- proca estimación de los hombres, la gran palabra del geógrafo Verenio ; y que así como una gota de agua puesta en movimiento conmueve todo el Océano y produce en él un sistema completo de circulación, una gota del amor que predicaba Cristo a los hom- bres ponga en conmoción a los habitantes del Planeta, y a todos definitivamente los una para la perpetua realización del pro- greso.
EZEQUIEL A. Oháví]z.
NAVEGANTES Y DESCUBRIDORES ESPAÑOLES DEL MAR PACIFICO
Discurso leído por el Sr. D. Telesforo García, Vicepresidente In- terino de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, en la velada solemne efectuada a iniciativa y bajo los auspicios de dicha Sociedad en los salones del Casino Español de Méxi- co, la noche del 25 de Septiembre de 1913, para conmemorar el IV centenario del descubrimiento del citado mar.
Tócame en esta hermosa fiesta usar de la palabra en un mo- mento difícil: cuando las amplias excursiones por los severos campos del saber han mantenido en tensión vuestro pensamiento y cuando los vuelos por los infinitos mundos del sentir han ele- vado vuestras almas a las inefables regiones de la emoción dul- císima. La luz sobrado intensa produce alguna fatiga ; el conti- nuo resbalar de la belleza sobre nuestro aparato nervioso, convida a cierta suave languidez de la cual no gustamos alejarnos. Y es que los cielos del ensueño, del arrobamiento, son demasiado hermosos, para no ver con pena que la mano imperturbable de la historia o de la crónica llega a rasgar sus velos a efecto de vol- vernos a una realidad de la cual, vivida ya en grado suficiente,
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anhelamos salir, obedeciendo a la ley del eterno mndar. Sabedor de esto, guardo para mejor ocasión el estudio que me prometía presentaros, quizá más propio de una Academia que del acto de homenaje, de veneración, de apoteosis, ofrecido por la más antigua de las sociedades científicas de este país a la memoria de uno de aquellos heroicos descubridores españoles que en los comienzos del siglo xvi conquistaron para su nombre el pasmo de las generaciones futuras.
Llego, pues, como los coéforos de la luminosa Hélade, a de- positar mi ofrenda de flores en los altares de los Manes de la raza, piadoso y reverente, porque es su fe, su valor, su confianza, ^ su aspiración a lo grande, a lo glorioso — concordando tiempos y necesidades — lo que ha de engrandecer y eternizar el grupo humano a que pertenecemos. Os ruego que en ese sentido acep- téis bondadosamente mis palabras, ya que por respeto a vuestra fatiga tenga que ser tan parco en la exposición de ideas que, dada la fecundidad del asunto, asaltan necesariamente el cerebro en activa pugna por exteriorizarse.
II
Tocaba a su término el siglo xv. Daba España remate ven- turoso a su inmensa epopeya de ocho siglos y contemplaba con orgullo mal contenido ondear sobre los muros de Granada el morado pabellón de Castilla. La Patria estaba rehecha. Mejor dicho: la Patria se había constituido. Dos reyes gloriosos, Isabel y Fernando, al enlazar entre sí sus destinos, unían para siempre la gran familia española en una suprema finalidad. Pudimos, por aquellos tiempos, según dice Oliveira Martins, creernos dio- ses, porque como Dios, gozamos de la omnipotencia. Acaso, también, repitiendo la esmaltada frase de Castelar, tocamos en- tonces el divino placer de creadores, porque a semejanza del Gran Hacedor, sacamos un mundo de la nada. La ambición, la fuerza y la audacia se condensaban en nuestra atmósfera para afrontar las empresas más estupendas. Los negros y eternos días del mi-
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lenario yacían envueltos y soterrados en sus raídos sudarios. A las bajas y tristes arcadas bizantinas que remedaban concien- cias oprimidas, se sucedían las airosas catedrales góticas, lam- padarios enhiestos, por cuya delicada crestería iba ascendiendo el himno de las almas, en acción de gracias al Altísimo, ante los amplios horizontes abiertos a la vida fecunda y completa como preparatorios de la inmortalidad. Se respetó la ciencia, se amó el arte, se santificó la belleza, moviéronse en campos ilimitados los más halagadores ideales humanos y el día del Renacimiento, preparado por tantos elementos de apoyo y de oposición, fué surgiendo esplendoroso de los senos del tiempo y del espacio. Pero lo que en otros países fué molicie, embriaguez, ansiedad de goce material y egoísta, fué en España voluntad, esfuerzo, ambición, conciencia de poder, estado inquieto por la estrechez del viejo solar, sentimiento íntimo de que el campo de los antiguos combates con la morisma, exigía expansiones acomodadas a la lozana naturaleza del ser que con tanta energía escalaba un nuevo aspecto de su existencia. El soldado no se había desceñido la armadura. Granada era una etapa. Los fu- turos combates se librarían en mundos desconocidos, después de señorear la política del Viejo Mundo.
En la época a que me estoy refiriendo invadía el Occidente de Europa una intensa fiebre de exploración. Investigaciones científicas, tradiciones más o menos aceptables, fábulas y con- sejas sobre tierras desconocidas y mundos peregrinos, consti- tuían, más que una preocupación, una obsesión, dueña y señora de la conciencia general. Son tan numerosos los hechos, las crónicas, los nombres, desde los clásicos como Platón, Aristóte- les, Séneca, hasta aquellos marinos vascongados emprendedores en la importante pesca del bacalao, antes del siglo xii^ según las Ordenanzas Marítimas coetáneas, de San Sebastián y, i)or ende, probables descubridores de las costas de Terranova, que detenerme en enumerarlos sería abusar de vuestra benevolencia. Baste saber que en las aldeas y en las ciudades, en el litoral y en el interior, en la choza y en el palacio, entre el bracero y el
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capitalista, entre el plebeyo y el noble, todos se dejaban dominar por el espíritu de aventura, todos participaban en el presenti- miento de que nuevas tierras, nuevas riquezas, nuevos elementos de vida vendrían a mejorar la condición humana y a ofrecer ignotos derroteros a sus ansiedades de bienestar, de i)oder y de gloria. Arraigaba principalmente en la Península Ibérica tal pasión dominante y las quillas portuguesas que hendían los ma- res rumbo al Occidente y Sur de África ; y el establecimiento de los españoles en las Afortunadas; y las otras islas recién descubiertas por el Atlántico hacia donde se mira declinar el sol ; determinada la esferoicidad de la tierra ; afirmado por Toscanelli el seguro contacto con los riquísimos pueblos de Oriente diri- giendo al Ocaso las proras de las naos; los relatos de Marco Polo y de Benjamín de Tudela en todas las memorias; el brillo del oro y el aroma de las especias en todas las imaginaciones, liabían de producir forzosamente un estado de fermentación espiri- tual, de donde surgiese pujante y concreta la acción, creadora del órgano capaz de traer a la esfera de la realidad lo que la ciencia, las probabilidades, las intuiciones, y hasta los ensueños, mantenían aún en el nebuloso horizonte de los anhelos.
III
Y surgió Colón, y surgió el genio, y América fué, y el hombre pudo ufanarse de poner su planta en todos los puntos habitables del Globo, testigo de nuestras tareas, de nuestra labor incansa- ble, de nuestra evolución siempre bienhechora, a pesar de apa- rentes detenciones, contratiempos y luchas, quizás necesarios, para que la fortaleza no se hunda en el abandono. Colón, ofre- ciendo por el mundo su prodigioso proyecto a la gloria y a la codicia de los poderosos; Colón mendigando auxilios: Colón discutido y despreciado, aunque con bastante fe y bastante cien- cia para no caer en desalientos ; Colón al llegar a España en com- pleta derrota, pudo convencerse pronto de que penetraba en el medio ambiente propio a la vida y robustez de su empresa. Toda-
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vía allí habría que luchar, pero se vencería. Generales, políticos, frailes, formaban atmósfera tal que el alma del futuro Almirante salía del diario combate más templada para proseguirlo. En la fragua española se forjó, pues, el héroe. Aquel crisol alimentaba entonces en ebullición constante metal tan bien preparado que, al vaciarlo en el molde surgía perfecta la figura épica que se buscaba. Por eso Colón encontró en reyes, en magnates, en arte- sanos, en marinos, en frailes, asociados a su pensamiento, compa- neros, protectores, cooperadores, admiradores, y hasta fanáticos de sus aventurados propósitos. La gloria del descubridor y la del pueblo que lo comprendiera y lo empujara, resultan, por lo tanto, inseparables.
IV
¿Quién no conoce la historia del descubrimiento tan nutrida de episodios interesantes, tan impregnada de heroísmos, tan saturada de prodigios? Al descubrimiento magno, siguieron en sucesión no interrumpida las exploraciones que lo completaban, y los nombres de Solís, de Córdova, de Grijalva, de los mil capitanes y pilotos que tomaban con firme mano el velo del misterio para alzarlo sin temor a lo que detrás pudiera encon- trarse, tuvo ancho margen en que ejercitar su osadía. Sin em- bargo^ el Oriente ansiado, el Oriente del oro, de las especias, de la fábula, de los sueños, no se había tocado. Desde el Bóreas al Austro, gigantesca muralla burlaba todas las ambiciones y detenía todos los empeños. Behaim se había equivocado; Tosca- nelli se había equivocado; Colón se había equivocado. La tierra aparecía dividida por colosal barrera que incomunicaba entre sí mares y continentes. Navegando rumbo a Occidente, no se arri- baría jamás al Oriente ansiado. Pero el obstáculo no era sino un incentivo para aquellos titanes. Monarcas y vasallos, ignorantes y peritos, capitanes y soldados, rivalizaban en anhelos y en actos por encontrar el Estrecho, llamado a coronar el grandioso pro-
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pósito de la genial expedición planeada en la Rábida y organizada en l*alos. Y en todo caso, detrás del gigantesco espinazo, ¿qué existía? Tocó al varón insigne, cuya gloria celebramos esta noche, despejar ante el mundo asombrado, la incógnita. Surgió inmenso el mar Pacífico avivando el ardiente deseo de hallar, a través de la ciclópea muralla terrestre, una grieta, una hendedura por donde pudieran pasar sus carabelas, si no los incomparables nau- tas de las expediciones primeras, algunos, no menos gloriosos, que inmediatamente les sucedieron y les heredaron en valor y en audacia. Magallanes y Elcano alcanzan esta fortuna, realizan tal hazaña, ciñendo a la Corona de Castilla el esplendente cin- tillo que no permitía al sol reclinarse en su Ocaso.
Kn vuelo desconcertado, me veo constreñido a trazar líneas que por su amplitud desdibujan los detalles y contornos que podrían prestarles algún interés en manos menos torpes que las mías. Cierto que el proceso del Descubrimiento y de la Conquista de América, abierto por cualquiera foja, despierta punzante cu- riosidad, ya nos detengamos con benedictina paciencia en el rico laboratorio del análisis, ya teniendo en cuenta exigencias de tiempo y de oportunidad nos envolvamos, como yo lo estoy ha- ciendo ahora, en el torbellino de la síntesis.
VI
La Historia ha guardado sus preferencias para. el examen del Descubrimiento y de la Conquista. En la adaptación de los nue- vos países al tipo civilizado, ha puesto atención más descuidada. Y, sin embargo, las aventuras y. las guerras no fueron las formas culminantes con que el Nuevo Mundo pudo incorporarse rápida- mente al movimiento cultural humano. Con los navegantes y los soldados se mezclaban hombres de ciencia, de administración, de fe religiosa, juristas y teólogos, apóstoles sublimes de caridad
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fecunda j verdaderos monstruos de tiranía insoportable. Era un trozo de humanidad con todas sus luces j todas sus manchas, pero fuerte y apto para iniciar desde aquellos comienzos el mo- vimiento que al correr de los siglos dejaría en el espacio la actual constelación de pueblos independientes, inquietos y anhelosos por hallar su puesto entre los más adelantados y los más fe- lices.
VII
Vinieron en pos de Colón, a manera de guías y maestros, es- pañoles idóneos en las más delicadas disciplinas sociales: geó- grafos y astrónomos; naturalistas y agricultores; artesanos e industriales; humanistas y matemáticos, cuanto servía en la Metrópoli al progreso, y acaso de lo mejor con que la Metrópoli í^oTitaba. Difícil se hace escoger los nombres de los contempo- ráneos que representando los esfuerzos científicos y pagando tri- buto a la absorbente preocupación de descubrir tierras, dieron soberano impulso al arte de navegar. Juan de la Cosa, Santa Cruz, Morales, -San Martín, Torreño, Esquivel, Chávez y los incontables que enriquecían con sus ilustradas observaciones el caudal de las ciencias astronómicas relacionadas con aquel arte, merecen ser considerados como beneméritos del progreso. Las cartas esféricas, el modo de determinar las longitudes, el mag- netismo terrestre, las corrientes del Atlántico y hasta el premio de seis mil ducados de oro ofrecido por el Gobierno, al mejor estudio sobre alguno de estos puntos, ¿no viene a probar cuan grande era el contingente de cultura que los españoles asociaban al propósito de la Conquista en el seno de sus naves y en la lu- minosa actividad de sus cerebros? Claro es que no puedo olvidar a los frailes. Estos instruyeron, doctrinaron, evangelizaron, mo- deraron las durezas de la Conquista, consolaron al vencido, enju- garon sus lágrimas; fueron, en fin, los verdaderos representantes de aquella gran Isabel, cuyas obras dejaron perpetua huella en los Anales de la caridad. Excusadme de citas: el catálogo se haría interminable. Desde que se anexó a la Corona de Castilla
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el primer pedazo de la tierra indiana, aquellos venerables Monar- cas, sus Ministros y sus Consejos pensaron, más que en otras cosas, en la mejor manera de hacer felices a los nuevos vasallos. ¿Y en los provechos? También: que loS provechos en este caso y en muchos casos de la vida, son los medios indispensables para que hombres y pueblos puedan cumi)lir misiones elevadas, impul- sados por los más nobles sentimientos altruistas.
VIH
Si intitulase a la época aquella, la época de los prodigios, quizá no pecaría de exagerado. Fué prodigio el Descubrimiento, fué prodigio la Conquista ; pero menos deslumbrante, menos rui- doso, más extraño a la preocupación universal, se desarrollaba paralelamente a estos sucesos, un prodigio mayor: cincuenta años después de poner Colón la planta en la Española, todo el Continente Americano, desde el estrecho Magallánico hasta el rio Colorado, gozaba de una administración política, jurídica, mu- nici])al, tan completa como la de cualquier otro país de los que entonces se reputaban mejor organizados. Esto en cuanto atañe a la vida política, que bien poco habría valido si no la siguiera un progreso económico, capaz de mejorar ])()r modo extraordina- rio la sui)uesta existencia paradisiaca de masas de hombres que vagaban desnudos en los bos(iues, alimentándose })enosamente de frutas y raíces. En los climas benignos del Trópico, tal vez la vida fuese posible bajo semejantes condiciones ; pero en las altas mesetas o en las regiones a])artadas del Ecuador, se ex])lica la miserable condición de los aborígenes faltos de los más ele- mentales medios de sustento y quizá entregados a la práctica de una repugnante antro])ofagia, más por necesidad que por aviesa inclinación. Para la civilización, es decir para los altos fines humanos, el Descubrimiento y la Conquista habrían fra- casado, a no preteder a la organización social en sus múltiples aspectos, un estado económico verdaderamente redentor, como que se encaminaba a conservar y robustecer todo cuanto el
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recieute gigantesco esfuerzo había puesto en el torrente de la nueva existencia. Muy útil la autoridad que aplica el derecho y desempeña la policía ; muy útil el apóstol que propaga la fe y la moral; muy útil el maestro que enseña las letras, y las ciencias y las artes y el trabajo y todos cuantos caminos conducen y fa- cilitan el buen funcionamiento de la vida ; pero ni un solo paso avanzaríamos hacia la conquista del bienestar, si el elemento económico no sirviese de base a las otras manifestaciones de nuestro ser. Por eso sorprende tan justamente, el maravilloso instinto con que España procediera a dotar sin demora, al con- tinente nuevo, de cuantos medios exigiese su mejor desenvolvi- miento.
La exuberancia abrumante de la ñora, y la salvaje y ñera de la fauna, en las regiones acabadas de incorporar a la corona castellana, lejos de facilitar el proceso regular de una existencia acomodada a las necesidades más elementales, lo entorpecí.in y dificultaban, poniendo el sobresalto en donde debiera reinar la tranquilidad, y el agotamiento en donde mejores medios, más sa- nos recursos l^ hubiesen evitado.
Cierto que de América fueron a Europa cereales tan impor- tantes como el maíz, tubérculos tan generalizados en la alimen- tación universal como la patata, frutos tan delicados como el cacao, tan útiles como la quina, tan necesarios como otras mu- chas mercaderías, sin cuya presencia en los mercados, nos pare- cería verlos incompletos.
Pero ¿qué significa esto en cambio de lo aportado, desde el primer instante del Descubrimiento, a las costas de América, por todas y cada una de los naves españolas? Es conmovedor el cuidado, el cariño con que Rey, tan ensimismado en los expedien- tes políticos, como Fernando V, recomendara a veces en instruc- ciones de su puño y letra, a la Casa de Contratación de Sevilla, que por ningún motivo se olvidase el envío al Nuevo Continente de toda clase de animales domésticos, plantas, semillas, frutas y hasta ñores, en cuanto buque despachara con destino a las Colonias que se iban formando. Trigo, cebada, caña, arroz, cen-
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teño, garbanzos, olivos, almendros, castañas, nogales, naranjos, perales, ciruelos, membrillos, seda, lino, cáñamo, lo que unido en aplicaciones crecientes al nuevo estado social, había necesa- riamente de producir una transformación rápida y satisfac- toria.
El caballo, el mulo, el asno evitaron, en parte al menos, la de- gradación del pobre indígena convertido en bestia de carga, espectáculo que aun suele ofrecérsenos, no obstante la atmósfera de cultura que pretendemos respirar.
El buey para tiro y laboreo agrario; la ternera, la oveja, la cabra, para carnes, para lana, para leche, para queso, para cons- tituir nuestra prijicipal alimentación ; para ofrecer al hogar una seguridad racional de que el hambre no asomaría a sus puertas la faz descarnada. Y luego los instrumentos que aligeran y mul- tiplican el trabajo ; los aparatos físicos, las substancias químicas, los productos industriales, ¿cómo no habían de ejercer una in- fluencia predominante en la rápida incorporación del organismo aquí encontrado, al organismo superior, representado y formado ya conforme al ideal del Conquistador? Y este triunfo tan grande como silencioso, lo obtenía un pueblo de siete a ocho millones de habitantes, tildado de inepto, de apático, capaz únicamente de ceñir los arreos de pelea y de dar tregua temporalmente a la lanza en los campos de batalla, para acariciar contrito el rosario bajo las bóvedas del templo. ¿Se registra en la Historia algún hecho semejante? ¿Puede pensarse, sin pasmo, en la suma de ob- servación, de inteligencia, de energía que tan feliz resultado supone? Pues los infinitos deturpadores de España, ayudados por el celo irreflexivo de un obispo español, poco escrupuloso con la verdad y no muy entendido en cuanto a justicia distri- butiva, ni en trescientos años han tenido tiemi)o para reconocer ese mérito al pueblo que sin alardes ha sa])ido sumarlo al nú- mero de sus timbres más preclaros. Y ya es tiempo de consa- grar algunas palabras a Vasco Núñez de Balboa, cuya gloriosa memoria nos congrega hoy, para dejar caer sobre su ignorada tumba, las flores ideales de nuestra más pura devoción y para
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convertir en leño santo el poste ignominioso en que la envidia ruin y el odio insano de un miserable, revestido de autoridad, le hiciera perecer.
IX
Aunque no sorprendente, resulta curioso que las tres más gran- des figuras de la Conquista, hayan venido de la región extremeña : Cortés, Pizarro y Balboa. Tuvo Balboa con el primero muchos puntos de semejanza. Companero y jefe en más de una ocasión del segundo, no se sabe que ningún lazo estrecho de amistad les uniera. Al contrario, en la prisión y muerte de Balboa en Acia, desempeña Pizarro un papel bien poco airoso. De la colosal figura del conquistador istmeño, nos ha dado el insigne Quin- tana una semblanza digna de Plutarco. Joven, educado, inteli- gente, fortísimo, de origen hidalgo, valeroso hasta la temeridad, ducho en el manejo de las armas, ambicioso como Cortés y como Cortés político y prudente; leal a su soberano, pero rebelde a la obediencia de jefes que ponían trabas a sus proyectos elevados: rico en recursos estratégicos y en prestancias personales ; solícito y cariñoso con sus camaradas, a los cuales atendía y curaba como si de su propia familia fueran: llegó a obtener entre los pobla- dores del Darién un ascendiente que lo colocaba en la categoría de jefe iníjiscutible. No estuvo su vida exenta de lunares ni de pecados. La huida poco honrosa de La Española, las intrigas contra Enciso y, sobre todo, el embarque forzado de Nicuesa, en condiciones que auguraban el fin trágico a que le expuso, no son páginas que merezcan aplauso de ningún espíritu justiciero. ¡Pero con qué nobleza de alma supo redimirse I ¡Con cuánta tenacidad, con cuan singular esfuerzo persiguió su ideal descu- bridor, en bien y honra de su patria, en bien de la humanidad I ¡Qué empeño tan sostenido en aquistar riquezas y qué desinterés tan equitativo en distribuirlas! En circunstancias parecidas, ¿hubiera habido machos hombres capaces de mejorar su con- ducta? Los régulos de la vasta región, fueron pronto convertidos
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de enemigos en colaboradores. Careta, Ponce, Comog^-e, Chiapes, Tunalco, Pocorosa y otros nuielios ofrecen a Balboa los medios que demandaba la coronación de sus ambiciones. Un hijo de Co- mogre afírma con absoluta seguridad la existencia inmediata del mar Pacífico del otro lado de las montañas. Y así llegó el 25 de Septiembre de 1518. Los indios que sirvieron de guías en la penosísima expedición emi)rendida en requerimiento del ansiado mar, muestran la altura desde donde se descubría. Balboa mandó hacer alto al escuadrón. Quiso escalar solo la montaña. Ya en ella, — dice Quintana — "lleva ansioso la vista al Mediodía, el " mar austral se i)resenta a sus ojos y sobrecogido de gozo y '' maravilla, cae de rodillas en la tierra, tiende los brazos al mar ''y arrasados de lágrimas los ojos, da gracias al cielo por ha- " berle destinado a aquel insigne descubrimiento." Pedro Mártir comenta el suceso diciendo: ''Aníbal en la cima de los Alpes, " enseñando a sus soldados los deliciosos campos de Italia, no " pareció más arrogante que el caudillo español." El más extenso mar de nuestro Globo quedó descubierto; la conuinicación con el Atlántico, aunque corta, difícil, establecida, y nuevos, inmen- sos horizontes abiertos al ingenio, al valor y a la audacia para traer a las generaciones futuras el conocimiento de la tierra que nos tocó en suerte habitar. Sobre la eminencia donde Balboa mandara colocar tosca cruz de madera en acción de gracias al Altísimo, se levantará pronto la estatua colosal de bronce, lla- mada a perpetuar la gloria del gran descubridor. No por tardío el homenaje resulta menos plausible.
X
Conocida la comunicación terrestre entre h)s dos Océanos, se despertó con mayor energía el anhelo de encontrar el paso ma- rino que los pusiera en contacto. Intentos y fracasos se sucedie- ron sin interrupción. El Gobierno Español no se arredró por ello, ni quiso ahorrar esfuerzos, ni economizar gastos. Los nom- bres de Juan Díaz de Solís, Vicente Yáñez Pinzón, Gil González
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Dávila y otros, vienen instintivamente a la memoria. Tampoco faltaron desde entonces propósitos y proyectos, para abrir ca- nales de comunicación entre el puerto de Caballos en la mar del Norte y la bahía de Fonseca en la del Sur; entre Nombre de Dios y Panamá ; entre Urabá y San Miguel ; entre Coatzacoalcos y Tehuantepec. Hasta el prudente Felipe II encomendó un es- tudio sobre el caso al ingeniero Bautista Antonelli, quien enumeró los obstáculos insuperables que la ejecución de tal empresa re- vestía y el pensamiento de tajar alguno de los Istmos, quedó por lo pronto suspendido. No así el })aso natural. Las explora- ciones siguieron con mayor tenacidad, pereciendo en la demanda piloto tan ilustre como Juan Díaz Solís. Por fin el 20 de Sep- tiembre de 1519, bajo los auspicios del Gobierno, partió de San Lucar de Barrameda la expedición capitaneada por el insigne Fernando Magallanes y después de graves tropiezos y sangrien- tas peripecias, tuvo la fortuna de descubrir y atravesar el Estre- cho que lleva hoy su glorioso nombre y arribar a la región de la Especiería navegando siempre rumbo a Occidente. El sueño de Colón quedaba realizado, si bien en condiciones poco prácticas para el comercio universal. Esto no restó un átomo a la sorpresa, a la admiración que el viaje de Magallanes causara, terminado felizmente por su compañero de glorias y fatigas, Juan Sebastián Elcano. I*or primera vez, una nave española, la nave Victoria, había dado la vuelta al mundo. Prinius me cirxumdedisti, pudo escribir Elcano en su escudo. Ante tal suceso, un colector de viajes tan apreciado como Juan Bautista Ramusio, exclama ra- diante de entusiasmo: "El viaje hecho por los españoles en el *• espacio de tres años alrededor del mundo, es una de las cosas " más grandes y maravillosas que se han ejecutado en nuestro tiem- " po y aun de las empresas que sabemos de los antiguos, porque " esta excede en gran manera a todas las que hasta ahora co- " nocemos." Mas, eso no obstante, la situación del Estrecho de Magallanes al extremo austral del Nuevo Continente, motivó que la travesía por aquel pasaje se hiciera de tarde en tarde, o quedase punto menos que abandonada. Fué necesario que pi-
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ratas ingleses, franceses y holandeses penetrasen por el peligroso portillo, a ejercer su profesión, para que se tomasen medidas enca- minadas a destruir y castigar tan infame tráfico.
XI
No voy a detenerme en la expedición de García de Loaisa, salida de La Coruña el 24 de Julio de 1525. Los contratiempos de esa expedición vinieron a confirmar las escasas ventajas que el paso por Magallanes ofrecía al comercio con el Oriente, soli- citado con tanta avaricia aun antes de que el Pacífico fuera descubierto. Pensóse entonces, con buen acuerdo, que para evitar los enormes rodeos que suponía la navegación hasta doblar los extremos meridionales de África o del Nuevo Mundo, convenía procurarse un derrotero más en consonancia con las necesidades que el tráfico respecto del Asia imponía. Fijóse la atención en Nueva España como base natural para organizar las expedicio- nes apropiadas al objeto. Cortés abarcó rápidamente la idea y no vaciló en armar buques exploradores que se encargasen de la investigación detenida de nuevos lugares de posible comunicación entre el Atlántico y el Pacífico. En 1522 empezó su obra aunque sin resultado. El mismo embarcó y visitó en California el Golfo que lleva su nombre. En 1526 recibió orden de Carlos V, para mandar a las Molucas las naves que tenía en Zacatula, en re- querimiento de las escuadras de Magallanes, Loaisa y Caboto, por cuya suerte se abrigaban temores. Puestas tres carabelas bajo el mando de Alvaro de Saavedra Cerón, llegaron a su des- tino, pero no pudieron regresar a la Colonia. De Acapulco salió con dos buques en 1532 Diego Hurtado de Mendoza y dirigién- dose hacia Occidente, llegó hasta Culiacán. Fortun Jiménez con una sola nave viajó hacia el Norte y reconoció la Península y el Golfo de California en 1533. En 1537 salió Hernando de Gri- jalva con dos naves y buena cantidad de gente a socorrer al Perú. En 1539 salieron de Acapulco tres buques bajo la dirección de
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Francisco de Ulloa. Reconocieron California al Este v al Sur y entra en escena el insigne virrey D. Antonio de Mendoza. Hernando de Alarcón, Domingo del Castillo, Juan Rodríguez Cabrillo, Bartolomé Ferrelo, llevaron las expediciones al Noroes- te hasta el grado 43. Pero todo esto se hacía, por decirlo así, en los ensanches de la Nueva España, que tan importante papel jugaba en cuanto atañía a navegaciones hacia el Noroeste y ha- cia el Asia. Los nombres de Cortés, de Mendoza, de Velasco, re- presentantes de la autoridad española, surgen espontáneamente para darnos idea de la protección inagotable de aquella autori- dad, a toda suerte de descubrimientos. Casi parece ocioso decir que los esfuerzos correspondían a la magna preocupación de en- contrar al Noroeste el paso de conexión entre los dos grandes océanos que tantos obstáculos y peligros ofrecía por el extremo Sur. El mismo Consejo de Indias instaba a Carlos V para que ordenase a Cortés en Nueva España, a Alvarado en Guatemala y a Pedrarias en Nicaragua, que organizasen expediciones descu- bridoras, en solicitud de nuevos estrechos por donde la comuni- cación pudiera facilitarse. La leyenda y la imaginación venían en apoyo de tales anhelos, manteniendo viva la llama de topar en el espacio con aquello que el espíritu miraba como indiscutible. El apócrifo viaje de Maldonado suponiendo haber salido de Lisboa, tocar la costa de Labrador y entrar por un estrecho a la mar del Sur, no pasó nunca de una pobre invención. Y la expedición atri- buida a eTuan de Fuca, bajo los auspicios del virrey de Nueva España, que pretendía haber hallado el ansiado estrecho entre los 47° y 48° de latitud, por el cual había cruzado a la mar del Norte, investigaciones posteriores la volvieron a su completa falsedad. No por eso penetró el desaliento en los ánimos. Por tierra y por mar se continuaron las expediciones a California Baja y Alta, sin desistirse de los tradicionales propósitos. El virrey D. Antonio de Mendoza y el Capitán General D. Hernando Cortés se disputaron en alguna ocasión la gloria de avanzar los descubrimientos al Noroeste de Nueva España. Todavía en' 1592, bajo la errónea creencia de que las costas de California se pro-
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longaban hasta la China o que remataban en el estrecho de Anian, por donde debía encontrarse el paso apetecido, emprendió Gali un viaje, — ordenado por el quinto virrey de México — de Aca- pulco a Filipinas, de aquí a Macao y de Macao otra vez a Acapul- co, habiendo recorrido las costas de California desde los 57i/^° de latitud hasta el cabo de San Lucas, sin hallar lo que buscaba ni resolver la duda acerca del término de aquel litoral. Por esta época parece que entra en juego un nuevo factor, estimulante de las expediciones a California. Había en primer término ne- cesidad de ofrecer resguardo a la nao de China que forzosamente en su derrotero reconocía aquellas costas, y urgía impedir que extranjeros peligrosos se estableciesen en la tierra, ya que por mar se habían resentido los graves daños de sus recientes pira- terías, l^enetrando por Magallanes en 1578, el célebre bandido de la mar Francisco Drake, recorrió entre otros litorales el de Nueva España y después de pei-manecer en California cierto tiempo, regresó a Europa por el Cabo de Buena Esperanza, sin duda pai-a gozar del fruto de sus incontables rapiñas. Inspirado en tan tentador ejemplo, otro héroe inglés, Tomás Caveudish, emprendió en 158() viaje igual, saqueando e incendiando las cos- tas de Chile y el Perú y apoderándose cerca del Cabo de San Lucas, en Baja California, del Galeón Santa Ana que venía de Filipinas ricamente cargado. Tales sucesos, era natural que avi- vasen el empeño del Gobierno Español de poner el pie firme en aquel lejano territorio, con tanta más razón cuanto que el comer- cio de las Colonias americanas con Asia empezaba a alcanzar bastante importancia.
Desde 159C el virrey D. Luis de Velasco ordenó que saliese de Manila la nao San Agustín, para reconocer el puerto de San Francisco. Se supo que la nave llegó a su destino, pero no queda- ron noticias de su paradero final.
En 1596 salió de Acapulco Sebastián \'izcaíno con tres naves a reconocer y poblar California, pero después de penosas vici- situdes, la expedición fracasó. Los viajes marítimos por las cos- tas de Nueva España al Norte, durante el siglo xvi, dieron fin
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con esto, traj^endo el beneficio de conocer un muy extenso litoral, ignorado hasta entonces.
El siglo XVII no dio muestras de menor actividad en los des- cubrimientos de California y en el empeño de poblarla. Rajo el mando del mismo Sebastián Vizcaíno se organizó en 1()02 una expedición que visitó los puertos de San Francisco, San Diego y Monterrey : este viaje fué de escaso fruto. Después se presentan otros navegantes que más que en descubrimientos científicos se ocuparon en el rescatamiento de perlas que tanto abundan en aquella región. Los nombres de Iturbi, Ortega, Carbonelli, Cestin de Cañas, González Barriga, Casanate, Pifíadero, Lucenilla, Oton- do, Itamarra, no resultaron dignos de mención.
Corresponde al siglo xviii un movimiento mejor dirigido en el sentido indicado. Los tenientes de navio D. Ignacio Arteaga y D. Juan de la Bodega y Cuadra, se encargaron de nuevas exploraciones, navegando hasta los 61° de altura y reconociendo ensenadas, islas, canales, costas y puertos y tomando posesión de aquellos lugares apropiados al futuro dominio del territorio. Ya entonces, — 1779 — se sabía que al Norte de California exis- tían ciertos establecimientos rusos de reciente formación. D. Es- teban José Martínez y D. Gonzalo Gabriel López de Haro fueron los encargados de cerciorarse y de informar sobre tal suceso. En efecto, los rusos mantenían desde veinte años atrás algunos establecimientos sobre el territorio de Onalaska, con 500 habi- tantes. Más tarde, en 1789, el virrey Conde de Revillagigedo ordenó el alistamiento de nueva expedición que reocupase y colonizase la bahía de Nutka, codiciada por rusos e ingleses. Don Francisco Eliza, D. Salvador Fidalgo y D. Manuel Quimper cumplieron a satisfacción tal deseo, en perfecta inteligencia con los rusos.
El viaje de Malaspina alrededor del mundo, emprendido desde Cádiz en 1789 y poco menos conocido que los de Cook, Laperouse y Vancouver, no exige de mi parte examen minucioso. Basta con citarlo. Al nombre de Malaspina deben agregarse los de Valdés, Galiano, Espinosa, Maurelle, Cevallos y otros pilotos y
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oficiales cuyos estudios y trabajos constituj^eron valiosos elemen- tos de éxito en aquella célebre expedición. Los de D. Jorge Juan y D. Antonio de Ulloa, ocupan un primer lugar en los anales de la ciencia^ al lado de Condamine.
En 1793 los viajes de altura al Noreste y las exploraciones consiguientes, parecían agotados. El previsor virrey Revillagí- gedo debió estimarlo así cuando determinó suspenderlos y de- dicarse a consolidar y organizar lo conquistado por mar y tierra.
Es cierto que hacia fines del siglo xvii tanto en California como en Nuevo México, se había logrado la rudimentaria colo- nización de las Misiones. Los padres Kino, Salvatierra y otros evangelizadores de igual fe y poderosa energía, alumbraron aque- llos amplios desiertos con la luz de la civilización, mientras los elementos civiles y militares iniciaban el reconocimiento de cos- tas, ensenadas y puertos al tráfico universal.
La fábula se había desvanecido. Las Siete Ciudades prometi- das por Fray Marcos de Niza, quedaron reducidas a la inconsis- tencia de un sueño. La poderosa Ciudad de Quivira se evaporó al impulso irresistible de la realidad. El Estrecho por tantas leyendas descrito, que comunicara el Pacífico con los mares Bo- reales, siguió manteniéndose en el espacio vacío de la fantasía. Permítaseme, sin embargo, pensar hoy, con honda satisfacción, que las imaginaciones desbordadas de los siglos xvi_, xvii y xviii en sus más ambiciosos vuelos, no alcanzaron a presagiar la pasmosa grandeza con que ahora puede ostentarse ante el mun- do, la inmensa y salvaje California de los modestos pilotos y de los humildes frailes españoles.
Retrocedamos al siglo xvi. Quizá los empeños de buscar el Paso deseado por el extremo Norte, descuidó un poco la comuni- cación entre Nueva España y el Asia. Aun más que esto, los fracasos de todo intento de regreso, contrariados los by(iues por los vientos y detenidos por las corrientes, constituían barrera insuperable al desenvolvimiento y utilidad del Cambio entre el Asia y América. Hasta 1542 no se reanudó seriamente esta inte- resante travesía. Fué el ilustre virrev D. Antonio de Mendoza
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I
quien en 1542 puso una flota bajo el mando de Ruy liópez de Villalobos, la cual, partiendo del puerto de Navidad, enderezó su rumbo al Poniente en solicitud de las islas por Magallanes y compañeros descubiertas. Logró el objeto de ida, pero las veces que intentara la vuelta se vio forzado a retroceder. Diez y siete anos más tarde Felipe II ordenó al virrey D. Luis de Velasco, que bajo las órdenes de fray Andrés de Urdaneta equipase una flota destinada a las Molucas. Urdaneta no aceptó el gobierno de la expedición, sino que se puso al servicio de la misma, zar- pando del puerto de Navidad el 21 de Noviembre de 1564 al mando del adelantado Miguel López de Legazpi. Era el buen fraile un verdadero loho de vuir. Navegó muchos años en el Sur y acompañó a Loaisa a las Molucas en 1525. Unido a Saavedra en 1527, quiso volver a Nueva España un año más tarde, sin lograr en aquella coyuntura su ansiado objeto. Dio la vuelta al mundo en 1536, retornando a í^spaña por el Cabo de Buena Esperanza. Volvió a México en 1542, tomó aquí el hábito de San Agustín y ya anciano, emprendió con Legazpi el viaje que había de dejar trazado para siempre el derrotero de ida y vuelta a las is- las de la Oceanía. El 1.° de Julio de 1565 en buque puesto a su disposición en Zebú por Legazpi, mandado por Felipe de Salcedo, emprendió Urdaneta el retorno a la Nueva España y arribó a Acapulco el 3 de Octubre del mismo año. De esta manera, por la inteligencia y el esfuerzo del Padre Urdaneta y por haber sabido determinar en las Cartas respectivas la dirección de los vientos propicios, que Juan Fernández hubiera antes indicado, para la navegación del Pacífico, quedó abierto, primero para España y después para la humanidad, un camino que mientras la apli- cación del vapor no se descubriera, habría forzosamente de utili- zarse por cuantos quisieran fomentar el cambio entre la América del Pacífico y el Asia del extremo Oriente. A tan importante conquista va unido con gloria imperecedera el nombre de Ur- daneta.
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XII
Iiiteiicionalmente me he detenido en el examen de los trabajos de navegación emprendidos desde la Nueva España durante tres- cientos años, porque fueron, sin duda, los que revistieron mayor importancia universal. Me refiero al Tacífico. No por eso quiero decir que en el otro gran virreinato español, situado hacia el extremo austral de América, la ociosidad hubiera encontrado íi cómodo. Bajo los auspicios del Perú, Ladrillero y Sarmiento levantaron los planos que por muchos años sinieron para atra- vesar el Estrecho de Magallanes. Mendaña descubrió las Mar- quesas y las islas de Salomón. Quirós exploró las Nuevas Hébri- das. Y el Dr. Corney habla de las expediciones organizadas en Lima a las islas de la Pascua y Tahiti, antes que las visitase el Capitán Cook. Pero como mi punto de vista es nmy concreto, no quiero ponerlo fuera de sus límites.
Xlll
Del relato ([ue he venido haciendo se desprenden reflexiones que bien pudieran encaminarse a considerar cómo la moral y la justicia han sufrido a través de la historia, largos y penosos eclipses colectivos. Hoy mismo, al recorrer arrogantes y victo- riosos muchos pueblos el camino de la grandeza, se olvidan de los heroicos peones que les abrieron la brecha. No podremos corre- girlo, pero sera bueno ai>untarlo.
Mediante esfuerzos colosales, España descubrió, organizó, ci- vilizó, gastó sus energías hasta acercarse al agotamiento, mien- tras otros pueblos atentos a sus particulares intereses, se ence- rraban en un egoísmo criminal muchas veces, perturbador de la armonía internacional siempre. El papel más repugnante que ta- les pueblos se adjudicaron, fué el de repartirse por turno, o si- multáneamente, la tarea de calumniar, de vilipendiar a la nación (pie había cometido el grave pecado de regalar a la humanidad
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uii mundo. Y en tres largas centurias, sólo cuando algún hombre extraordinario como Humboldt, proyectaba sobre los anales la luminosa antorcha de su juicio, podía verse algo más que las manchas buscadas afanosamente por la estrechez y ruindad del criterio unilateral.
Si en este género de luchas y de rivalidades por las riquezas y por el dominio, pudiera sorprendernos algíin fenómeno, de cierto que nos sorprendería la protección y los honores que Go- biernos aparentemente celosos de su moralidad, otorgaban a los bandidos de la mar, los más desalmados, quizá, de cuantos cri- minales alteraron el orden social desde el siglo xvi al xviii inclusive. Ingleses, franceses y holandeses, no recataban apoyo y simpatías a sus respectivos piratas, dedicados en las costas americanas al saqueo, al incendio, al asesinato, a la violación; a dar suelta a todas las plagas, a todas las furias, a la embria- guez de todos los crímenes sobre pueblos inocentes. Inglaterra, la púdica y moralizadora Inglaterra, dio en este punto algunos ejemplos, que presumo borrarían de buen grado sus mejores hijos, de las páginas en que están consignados. De uno de ellos, aca- so de los más elocuentes, daré aquí noticia, tomándolo de los estudios del insigne geógrafo mexicano D. Manuel Orozco y Be- rra. Dice así: "El 4 de Abril de 1581, la Keina Isabel comió a " bordo con el almirante Drake, — el más famoso de todos los "piratas — en Deptford; después de la comida le confirió solem- " neníente el título de Caballero, diciéndole que sus grandes ac- " clones le honraban más que aquel título. El navio de Drake se ^' conservó por mucho tiempo, a semejanza del de Sebastián " El cano en Sevilla y cuando se destruyó, se mandó construir " de sus reliquias un sitial que todavía existe en Oxford y se " enseña como objeto *de curiosidad. En 1588 llegó Drake a las " altas funciones de gran almirante de Inglaterra."
Los comentarios salen holgando. España calumniada, vilipen- diada durante tantos siglos, trabajaba buena y noblemente por extender la justicia y el bienestar en sus colonias, hasta donde lo permitían los tiempos y el espíritu de orden y progreso lo
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iba exigiendo. Y mientras tanto, las hordas feroces de bando leros que acabo de mencionar, procuraban apoderarse de las riquezas que honrada j pacíficamente los habitantes de nuestra América habían acumulado. Y ¡contraste sorprendente! los la- drones recibían de sus respectivos Gobiernos — ^representantes de la civilización — las más elevadas distinciones, en tanto que el pueblo expoliado, recogía las censuras más amargas de los mis- mos que le dañaban. ;Ah! si alguna vez la historia llega a ser imparcial, con cuánta dureza tratará a quienes proclamando la justicia entre los suyos, la olvidan y escarnecen cuando se trata de los extraños.
XIV
Y termino. La era de los descubrimientos no ha concluido, no concluirá jamás. En el mismo orden geográfico todavía estamos corriendo en pos de la situación de los Polos. Apenas comenza- mos a levantar una punta del velo que cubre el hondo misterio de la naturaleza. ¡El macrocosmos! ¡El microcosmos I Arriba y abajo y en todas partes lo ilimitado, lo insondable. ¿Y en el mundo espiritual? ¿Quién será capaz de encontrar límites a investigaciones que forzosamente han de anegarse en lo incon- mensurable del tiempo y del espacio? Pero ¡descubrir! Tal es y tal será la eterna misión humana. ¿Pertenecemos a la raza de los descubridores? Ciertamente. El caso es conocer qué nuevo campo nos tocará explorar. Puede encontrarse heroísmo entre los que ayer se lanzaron a lo ignoto en el pavoroso Océano, como en los que hoy afrontan el peligro de elevarse a las nubes, para ofrecer, quizá, al movimiento universal nuevos y' más fáciles caminos. Y hay heroísmo conmovedor, sublime, en esa masa de hombres que, rodeados de todos los halagos de la fortuna, se entregan estoicamente a la muerte por salvar a la mujer y al niño, como aconteció en la catástrofe del "Titanic." ¿No es verdad que ante el descubrimiento de esta encantada isla de amor, se impone el
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anhelo de seguir explorando en los mares ilimitados de la hu- manidad? La abnegación como conducta y el heroísmo como fuerza, parecen componer las dos hermosas carabelas en que debemos embarcarnos, para tocar algún día los mundos descono- cidos de una más cumplida perfección.
Telesforo García.
1513-1913
POR SIR CLEMENTS R. MARKHAM, K. C. B., F. R. S.^
Estudio presentado a la Real Sociedad Geográfica de Londres y tra- ducido especialmente para la Sociedad Mexicana de Geogra- fía y Estadística, por el señor ingeniero D. Manuel Bonilla.
En varias ocasiones hemos conmemorado los recuerdos de fa- mosos geógrafos y descubridores de pasadas edades; de Pytheas, el descubridor de nuestra isla ; de Colón ; del Príncipe Enrique el Navegante y de Vasco de Gama ; de los Cabotos ; de nuestros na- vegantes Isabelinos en general y de Franklin y sus compañeros desaparecidos. Tales conmemoraciones han tenido por objeto le- vantar y mantener el interés por la Geografía Histórica, que es una parte esencial de nuestra Ciencia, y creo que el propósito se ha realizado.
Deseo ahora llamar la atención de la asamblea bacía un grande y muy importante descubrimiento, el del Océano Pacífico, y a sus resultados. Su descubridor fué uno de los mejores conquistadores españoles, uno que venció con los más plausibles métodos, las
1 Este trabajo y el del Sr. D. Eomán Rodríguez Peña, que va a conti- nuación, se publican en este boletín por haber sido preparados especial- mente con motivo del centenario. — Isidro Rojas, Director del Boletín.
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mayores dificultades, cuya vida fué tan romántica como su muer- te triste y deplorable.
Este aniversario será en septiembre próximo, pero como en- tonces se habrán suspendido nuestras sesiones, lo celebramos ahora: — en el aniversario de la época de la preparación. Nues- tro héroe de esta noche es Vasco Núfíez de Balboa ; su hazaña, el descubrimiento del Océano Pacífico hace 400 años. Es impo- sible que hond)re alguno, realizador de grandezas, haya comenzado bajo condiciones más deprimentes y en apariencia más sin es peranza.
Dos grandes expediciones habían sido enviadas de España y Santo Domingo para colonizar las costas de Cartagena a Veragua. Ambas fueron mal conducidas, sus jefes muertos, los supervi- vientes diseminados a lo largo de la costa, muriendo de fiebre y de hambre. Sus restos miserables, del Golfo de Darién regre- saron en un barco destartalado y haciendo agua, pero, fueron devueltos. El problema consistía en convertir esta hampa desas- trada en una colonia laboriosa sin ayuda extraña. Pocos serían quienes lo intentasen ; mucho menos los que podrían triunfar. ¿Y quién fué el designado? Un fugitivo sin dinero, sin autoridad, sin nombramiento oficial de ninguna clase, un intruso en el buque de Enciso, furtivamente embarcado en un tonel para escapar de sus acreedores. Así es como se habla de Vasco Núñez de Balboa por primera vez.
El nombre de Enciso me lleva a pedir a la Asamblea que me siga en una breve digresión. Deberíamos conservar el recuerdo de los geógrafos per se de los tiempos antiguos. Martín Fernán- dez de Enciso conocía toda la Geografía de su época. Era agri- mensor y cartógrafo. Era un buen observador. Su latitud del Cabo de la Vela es absolutamente correcta. Tan buen fisiógrafo era que pudo describir lo que vio, con detalle y precisión. Su "Suma de Geografía," que contiene 80 fojas (Sevilla, 1519), es rarísima ; hace poco se vendió un ejemplar en £ 80. Podemos vene- rar la memoria de este geógrafo pc7- se, aunque impelidos de otor- garnos este título.
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Volvamos a nuestro héroe. Enciso lo desembarcó entre el aban- donado pueblo del Fuerte en el Golfo de Darién y se hizo a la "vela. Fué reconocido desde luego como un jefe natural. Tenía influencia magnética sobre los hombres, que se sentían atraídos a confiar en él. Aun el feroz Francisco Pizarro, que era mayor y estaba entonces al cargo, se convirtió en seguida en subalterno suyo. El primer cuidado de Vasco Nüñez consistió en reunir los restos diseminados de las anteriores expediciones, algunos del Fuerte de Uruba y otros refugiados a lo largo de la costa, viviendo entre los indígenas. Era una empresa difícil; pero gra- cias a la energía del individuo, se llevó a cabo. Alimentó al ham- briento, curó al enfermo, repartió tierras y ayudó a construir chozas para los capaces, y las cosas empezaron a mejorar. Pe- ro la gran dificultad consistía en la provisión de alimentos.
Para esto eran obstáculo principal la conducta torcida de sus predecesores, que habían robado y tratado cruelmente a los nativos. Vasco Núfiez tenía que ganar su confianza y contra- rrestar la suspicacia ocasionada por las crueldades de Ojeda y otros que le habían precedido. Tuvo éxito con los indígenas como lo había tenido con sus compatriotas, ^us intentos con- ciliadores apaciguaron las tribus bélicas que ardían bajo el sen- timiento de crueles injurias no vengadas. Quedaba todavía el aventurar en busca de lejanas provisiones. Frecuentemente tenía que atravesar con sus hombres millas de pantanos bajo un sol quemante, desnudos y con sus ropas en los escudos sobre sus cabezas, antes de llegar a los campos cultivados e inducir a los nativos a llevar sus productos al mercado español. Con el tiempo, no obstante, esta sabia política suya, su energía y su paciencia, vencieron todos los obstáculos, los mercados estuvieron plenos en la vecindad de su Fuerte, y se estableció la confianza en la jus-' ticia e integridad del gran jefe.
Se llegó entonces la necesidad de que Vasco Núñez pretendie- ra el socorro que sus éxitos le daban derecho a esperar. Tenía a su mando una raquítica embarcación j la envió a Santo Do- mingo con la demanda urgente de auxilio y reconocimiento. El
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Almirante, hijo de Colón, re8i)ondió a las dos solicitudes. Se le despacharon dos barcos con provisiones y Vasco Núfíez reci- bió de la Audiencia de Santo Domingo el nombramiento de Alcalde Mayor, o Primer Magistrado de la Colonia que habla constituido.
Vasco Núfíez dedicó entonces su atención a los descubrimientos de la región ístmica, a reunir noticias acerca de los criaderos de oro y de oíros recursos del país. Se hizo amigo íntimo de los jefes nativos, los de Coiba, Pomogre y Pocorosa y estableció con ellos las relaciones más cordiales. Se conserva en la colección de Navarrete una larga y detallada relación de Vasco Núíiez de P>al- boa al Emperador Carlos V, en la que describe todos sus proce- dimientos.
Fué en aquellos días, mientras visitaba y reunía informes de los amigables jefes de Darién, cuando supo Vasco Niiñez, por el hijo de uno de los jefes, la estupenda noticia de que al otro lado de las montañas existía un Océano vasto y sin límites. Entonces^ con unos cuantos compañeros y guiado por sus amigos del lugar, forzó su paso a través de la densa floresta, y escaló las alturas hasta que la amplitud del Océano brilló ante sus atónitas mi- radas. El poeta Keats evoca un sentimiento parecido a aquel..
''Cuando Núñez midió con su mirada El Pacífico mar bajo sus pies, Y sus hombres se vieron, sorprendidos, Silenciosos, en lo alto del Darién."
Hay momentos en los cuales la palabra es del todo incai)az i)ara: expresar las ideas, y aquel fué uno de ellos. Estaban "silenciosos, 'sobre un picacho del Darién."
La leyenda refiere que Vasco Núñez de Balboa descendió por las vertientes occidentales y penetró en el mar, ondeando la» banderas de Castilla y Aragón sobre su cabeza. Así puede haber sido.
Es cierto que dedicó los pocos años que le restaron de vida a la
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construcción de embarcaciones con objeto de navegar en el Océa- no por él descubierto.
El nombre de Océano Pacífico se debe al hijo del cacique de Comogre que dio informes a Vasco ís^úñez sobre su existencia, pues le dijo que el otro grande Océano estaba siempre quieto y jamás bravo como el mar Caribe.
Yo veo el descubrimiento del Océano Pacífico como la mayor hazaña que se llevó a cabo en aquella época de osadías, porque fué debida tanto a la política humanitaria como al valor y la re- solución del descubridor, tanto a sus dotes de estadista como a sus cualidades de jefe.
Desde entonces hasta su muerte, el propósito de la vida del descubridor fué navegar en este Océano Pacífico. Suplicó al Em- perador que le permitiese completar la empresa que tan bien había comenzado. La respuesta consistió en el envío de un bus- cador de oro, sin principios, de carácter violento e incompetente, pero influyente en la Corte, para que lo invalidase con una gran cantidad de tropas. Pedrarias llevaba consigo un obispo que era un buen hombre, pero llevó también una turba de aventureros de la peor ralea. Fué a fines de julio de 1514 cuando Pedrarias con sus hombres llegó a Santa María de Uraba, y como rasgo característico de Vasco Núñez, se cita que fué encontrado en mangas de camisa ayudando a un colono a remendar su casa.
Debido a la intervención del buen Obispo Que ved o, se permitió al fin a Vasco Núnez que se ocupara en botar embarcaciones en el Pacífico. Había ya visto su sabia política trastornada, los nativos amigos convertidos en adversarios, y escribió al Empe- rador una carta llena de desesperación. Le quedaba la construc- ción de los barcos en las playas del Pacífico, para salir a hacer nuevos descubrimientos.
Vasco Nimez dio los primeros pasos enviando a Francisco Ga- ra vita a Cuba, para traer los materiales de construcción de los buques o bergantines como se les llamaba. Se formó un puerto en un lugar llamado Acia, para descargar allí los materiales y de allí debía construirse un camino a través de las montañas al
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otro lado del Istmo. La madera se cortó y arregló en Acia, donde se habían desembarcado los herrajes, las jarcias j el resto de los enseres de los buques.
Fué empresa hercúlea conducir todo esto a través de los densos bosques y sobre las montarías. El jefe Careta, suegro de Vasco Xúñez, proporcionó los conductores. Sufrieron mucho por falta de provisiones; pero Vasco Núñez era el hombre para las dificul- tades y fué bien secundado por subalternos de su elección. Finalmente, los materiales fueron conducidos a las ])layas del Golfo de San Miguel. Se emprendió entonces la construcción de los barcos ; pero todavía faltaban contrariedades. Una marea excepcional vino a arrastrar una parte de la tablazón, seimltando otra en el lodo y los trabajadores hubieron de salvarse trepando a los árboles. Se azueleó nueva madera en el mismo sitio, debién- dose a las grandes y raras cualidades de Vasco Xúñez, a su influencia magnética sobre los hombres, lo mismo que a su asidua atención a los detalles, el que los buques se completaron al fin y fueron botados. Tenía cuatro buques y 800 hombres listos ])aT'a navegar en el Mar del Sur.
Tin astrólogo veneciano había dicho una vez a Vasco Niifíez que cuando viese cierta estrella, que le nombró, en determinada ])arte del cielo, su vida estaría en peligro. Una tarde, después de que los barcos estuvieron listos para navegar, vio la estrella fatal en el cuadrante indicado por el astrólogo. Se rió de la pre- •dicción porque ;.no estaba él en camino de hacer fortuna? Al día siguiente recibió un mensaje urgente de Pedrarias, pidiéndole que fuese inmediatamente a Acia j)ues su consejo era necesario en asunto de importancia. Com])]etamente ajeno de toda traición, Vasco Núnez salió desde luego obedeciendo al llamado. Precisa- mente junto al cantón de Acia fué arrestado y atado ])or su antiguo amigo y subalterno Francisco Pizarro. El gran descu- bridor exclamó: ¿Qué es esto Francisco? ¡No era de (pie vinieses a recibirme de este modo!
No nos extenderemos en los detalles del asesinato. No fué siquiera un asesinato judicial, pues el Juez Espinosa ])rotestó.
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Tuvo lugar en 1517, cuando Vasco Niiñez contaba su 42.° año de edad.
La muerte de Vasco Niifiez fué una de las mayores calamidades para los nativos. Había formado su flotilla en el Golfo de San Miguel y estaba para darse a la vela en el Océano desconocido que él había descubierto. Pudo así haber descubierto el gran Imperio de los Incas, y la conquista del Perú habría sido una historia diferente de la que hoy está entretejida con el nombre del falso amigo de Vasco Núñez, el desalmado Francisco Pizarro. Porque Vasco Núfíez era un hombre nacido para gobernar a sus semejantes. Tenía el verdadero genio del estadista y del gue- rrero; era tan humano y juicioso como firme en sus propósi- tos y de energía indomable. Y este tan grande hombre estaba destinado a perecer bajo el celo ruin de un rufián incapaz, a quien daba el poder la influencia cortesana!
Pedrarias empleó los buques de Vasco Núñez en lecorrer la costa hasta una bahía donde fundó la ciudad de Panamá en 1519. Los mismos barcos sirvieron después para el descubrimiento de las costas de Burica y Nicaragua.
Y ahora cuánto, o mejor, cuan poco, sabemos nosotros de este famoso Istmo de Darién, cuan jíoco, a pesar de que ingenieros franceses y americanos han estado llamando la atención del mun- do hacia sus trabajos por un largo curso de años.
Vasco Núñez de íJalboa hizí) los descubrimientos y el diligente Pascual de Andogoya la descripción de ellos. Wafer vivió algún tiempo entre los indígenas y escribió un interesante relato sobre el particular.^ Mi viejo colega Laurence Oliphant, nos habló del río Bayanos, en la parte más estrecha del Istmo.- Elliot Warbur- ton escribió un rehito encantador sobre la desgraciada colonia Escocesa. Pero no conozco ninguna descripción geográfica satis- factoria y completa, ya sea de la cuenca del Bavanos o de la del
1 ''Viajes de Dampier" 3, pág. 344 (ed. 1729),
2 En 1865.
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Chacunague. Hay todavía iiiuoho (pie hacer y que ai)reiuler, para los geógrafos, en este Istmo de Darién,
Nunca se dijeron palabras más ciertas y necesarias que cuando nuestro Presidente recordó enfáticamente a la Sociedad que no podría haber mayor error que suponer terminados los trabajos de exploración, y cuando expresó su convicción de que hay to- davía bastante trabajo para viajeros y exploradores en los próxi- mos cien años. ^
Ahora consideremos los resultados del descubrimiento hecho por el héroe asesinado. Veremos cómo las dificultades de la Na- vegación del Océano Pacífico fueron vencidas por hombres cuyos servicios eran de secundaria importancia comparados con los del descubridor ; veremos cómo la navegación fué retrasada ; cómo por ese retraso la comunicación se aplazó y el tráfico del comer- cio se hizo casi imposible en varias de las principales rutas del Pacífico y cómo al fin se resolvieron los problemas })or hom- bres dotados con una parte del genio de Vasco Núñez de Balboa.
Veamos primero la costa occidental de Sud-América. Es bien sabido bajo qué penosos avances, el piloto de Pizarro, Bartolomé Ruiz, llevó al despiadado invasor a lo largo de la costa. Cómo, en la Isla del Gallo, sólo dieciséis hombres pudo conseguir que lo acompañasen y continuar la empresa, debido al hambre y a las dificultades. Pero cuando hubo de seguir el viaje de Callao a Chile se hizo todavía más difícil y tedioso. Había un viento cons- tante del Sur y una corriente antartica, la llamada corriente de Humboldt. Era más fácil ir por tierra de Perú a Chile por el vas- to desierto de Atacama, que por mar.
Juan Bautista de Pastena, un piloto genovés, era considerado como uno de los mejores marinos de la Costa y sin embargo, en 1547 cuando fué enviado a Chile a llevar las noticias de la rebelión de Gonzalo Pizarro a Pedro de Valdivia, empleó ocho meses en el viaje, fondeando noche a noche.
1 Enero 15, 1912. Journal de la R.G.S. Vol. 39, núm. 3, pág. 218.
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Diez años después, cuando los españoles estaban acosados por los indios Araucanos en Chile y con grave necesidad de refuerzos, se repitió el caso. Diez buques salieron del Callao bajo el mando de D. García Hurtado de Mendoza, después Marqués de Cañete y famoso virrey del Perú. Llevaba consigo al poeta Alonso de Ercilla, que cantó la relación del viaje. Lentamente empezaron a moverse los barcos, con flámulas y gallardetes en el tope de cada mástil y en el brazo de cada verga.
El viento hinchó las velas, resonó la artillería y se pasó la pun- ta de San Lorenzo. Entonces varió la historia. Sopla el Austro de frente en sus caras, y ellos barloventean anclando a menos de 30 millas del Callao. Al día siguiente salen de nuevo, sin los pen- dones, falcones ni falconetes.
Las naos por el contrario mar rompiendo La blanca espuma en torno levantaban,
Y a la furia del austro resistiendo Por fuerza a su pesar tierra ganaban; Pero sobre el garbino revolviendo
De la gran cordillera se apartaban,
Y de sola una vuelta que viraron El Guarco, a lesnordeste se hallaron.
Mas presto por la popa el Guarco vimos Con chinea de otro bordo emparejando En alta mar tras estos nos metimos Sobre el Nasco fértil arribando;
Y al esforzado noto resistimos.
La furia y bravas olas contrastando, No bastando los recios movimientos De dos tan poderosos elementos. ^
Y así sucesivamente^ anclando cada noche, hasta que después de muchos meses llegaron por fin a Tenco, puerto de su destino en Chile.
1 La Araucana. Canto XIII.
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El navegante que descubrió el camino del Sur sin todas estas tardanzas^ prestó ciertamente un servicio muy grande. Su nom bre era Juan Fernández. Entiendo que era nativo de Moguer, Lo primero que se habla de él es que vino de Guatemala con el invasor Alvarado. Fué condenado a muerte por Almagro, pero Pizarro, que apreció su valer como piloto, le otorgó el perdón.
Este hábil marino estudió el punto y formó sus conclusiones. Entiendo que la fecha de su viaje fué en 15G3. Salió del Callao a favor de los vientos alisios, navegando hacia el Sur hasta encontrar los del Oeste y entonces navegó con ellos en popa hasta Valparaíso. Efectuó el viaje en veinte días, descubriendo las islas de Masatierra y más afuera en su ruta, conocidas desde entonces como de Juan Fernández y que posteriormente fueron famosas por haber residido allí Alejandro Selkisk. La hazaña marinera de Juan Fernández le produjo el más completo reco- nocimiento oficial. Fué en verdad un importantísimo descubri- miento. Recibió una concesión de tierras en el simpático valle de Quillota en Chile, y aunque entrado en años tomó por esi)osa una joven llamada Francisca Soria. Tenía ochenta años cuando nació su liijo Diego y todavía conocí a sus descendientes cuan- do estuve en Quillota.
El primer uso importante que se hizo de la nueva vía a Chile fué cuando los españoles fueron derrotados por el Jefe Palantaro en Curababa, y muerto el Gobernador Ofíez de Loyola en .Di- ciembre de 1598. Un pedido urgente de refuerzos fué enviado d Callao. Francisco de Quiñones mandaba el escuadrón de so- corro. Se apartó de la costa muchas millas navegando a favor de los alisios, hacia el Sur, y efectuó el viaje de Callao a Concep- ción en el cortísimo lapso, sin precedente, de IG días, del 12 al 28 de mayo de 1599.
A estas consecuencias, a resultados semejantes, debe un descu- brimiento su importancia para la humanidad, y los que los alcanzan participan con justicia de la gloria reflejada por el genio del primer descubridor. El valor de un descubrimiento debe calcularse por sus servicios a la ciencia, por los aumentos que
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importa a los conocimientos Inimanos, por sns resultados en la mayor riqueza u otros beneficios a la humanidad.
No vale la pena un descubrí mentó que no realiza ninguna de estas cosas. Por esta razón, cuando he abogado en favor de las expediciones polares, he rechazado siempre la llegada al polo como único objeto de la expedición, si no ha de obtenerse a la vez algún fin científico. Tales jornadas, inútiles en sí mismas, tienen no solamente el defecto de apartar las energías de otros trabajos benéficos, sino que también tienen otros malos resulta- dos, ellas rebajan los trabajos de exploración a un nivel in- ferior.
Cuando una jornada tan asombrosa como la que hicieron el Capitán Scott y sus valientes camaradas, se intenta para com- binar y combina, efectivamente, resultados científicos importan- tes con una hazaña sin rival en cuanto al viaje, no puede sino tributársele aplauso y admiración.
Plantar la bandera inglesa en el Polo Sur sólo por medio de los esfuerzos de los hombres que arrastraron un trineo cargado, fué un gran triunfo. Pero a mi juicio hubo, si cabe, un heroísmo mayor cuando nuestros paisanos casi en el último suspiro de su existencia, siguieron arrastrando su preciosa carga de piedras que deberían revelar el pasado de aquella vasta región.
La historia completa, desde el acto de botar al agua el ''Dis- covery" culminante al flamear la bandera inglesa en el Polo Sur, y cerrada con el servicio religioso en San Pablo, es un poema que perdurará en los corazones de los ingleses.
Pero volviendo a los descubrimientos del Mar del Sur.
¿Pensaban aquellos hombres en quién habría de surcar el pri- mero el Océano recién descubierto, alcanzar mayor encomio y ganar más dinero cuando estaban
Silenciosos, en lo alto del Darién?
Creo que no. Sus pensamientos estaban muy lejos de ello. No pudieron expresarlos con palabras; pero no debemos dudar de que bordaban vagamente sobre las altísimas consecuencias de su
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descubrimiento. ¡Son los hombres que laboran para otros, cuya obra lleva por fin y resulta un beneficio de la humanidad, y que procuran el ensanche de la ciencia ; tales hombres como Franklin, La Perouse y Scott, son los verdaderos descubridores.
Teniendo esto presente es como podremos pesar mejor los mé- ritos de quienes resolvieron los problemas de la navegación en el Pacífico. El descubrimiento de la ruta del Sur a lo largo de la Costa occidental de Sud-América fué muy importante; pero el de la ruta a través del Océano y el regreso (no solamente a través, sino en ambos sentidos), fué otro igualmente importante.
Ante el descubrimiento del Gran Océano por Vasco Núñez de Balboa, Magallanes se persuadió de que si recorría bastante más al Sur la costa oriental de Sud América, encontraría un es- trecho o el fin del Continente y llegaría al Mar del Sur, como en- tonces se le llamaba. Hoy nos parece esto muy sencillo, como sucede con todas las grandes concepciones, a menos que nos colo- quemos exactamente en la situación del inventor. Pero fué una grande idea y Magallanes era el hombre para desarrollarla. Descubrió el estrecho que, después de varias tentativas para darle otros nombres, llevará el suyo en el porvenir. Navegó a través del Océano Pacífico y fué el primero en cruzarlo encontran- do la muerte en una de las islas Filipinas.
Esto acontecía en 1520, solo 7 años después del descubrimiento de Vasco Núnez de Balboa. — Su viaje fué un acontecimiento me- morable, y ningún explorador tiene mayor derecho a la aclama- ción de la posteridad ; — pero eso será después de mi época.
Pocos anos después, la expedición de García Jofre de Loaisa siguió a la de Magallanes con la misma idea de encontrar la Isla de las Especias por el Oeste y reclamarla para España. En Agosto de 1526, Loaisa y su sucesor Sebastián del Cano, fallecieron y fueron sepultados en medio del mar. Pero sus suce- sores perseveraron y uno de los barcos llegó a Tidoro, una de las Islas de las Especias.
En 1527 se despachó de México una expedición mandada por Juan de Saavedra para saber del estado y condición que guar-
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daba la expedición de Loaisa, y también atravesó el Océano^ alcanzando a sus paisanos en la isla de Tidoro.
Después en 1542, Ruy López de Villalobos, con una escuadrilla, salió también de México, llegando a las Islas de las Especias con un segundo buque mandado por Iñigo Ortiz de Retes.
Ahora bien, la razón de haber mencionado estas expediciones, las primeras cuatro que atravesaron el Océano Pacífico — y es- pero no haber abusado mucho de la paciencia del auditorio con el relato — ^es que jamás volvieron. Trataron de regresar; pero no supieron cómo, y no regresaron.
La utilidad de una ruta marítima consiste en que los buques» pueden ir y volver, conservando la comunicación, cambiando productos, promoviendo las necesidades y con qué satisfacerlas. Es inconcuso que si los buques pueden sólo navegar en un sen- tido, pero no pueden regresar, sus viajes carecen de objeto. Allí no puede haber sino el fracaso y esto fué lo que aconteció a las cuatro expediciones mencionadas.
El navio de Magallanes, La Trinidad, mandado después de su muerte por un oficial bueno y perseverante llamado González Gómez de Espinosa, fué puesto en la vía para volver a través del Océano; pero los vientos adversos lo detuvieron. Espinosa empleó todos sus conocimientos; las provisiones se acabaron y por fin se vio obligado a rendir su buque, sus hombres y él mismo, a los portugueses.
Los supervivientes de la expedición de Loaisa conservaron la Isla de Tidoro por algún tiempo; no pudieron volverse, hicieron una brava campana y su leyenda ha sido más bien relatada; pero al fin fueron completamente derrotados. Su propio soberano los abandonó, retirando su pretensión sobre las Islas de las Es- pecias, y el valiente resto de ellos obtuvo pasajes de regreso en los buques portugueses.
Saavedra dio a su barco un rumbo para el regreso por el Océa- no; pero fué detenido como lo fué Espinosa. Destruido por la ansiedad y la falta de descanso, murió luchando contra los vien- tos enemigos. Era un buen marino y hombre inteligente. Entien-
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do que Saavedra fué quien propuso, el primero, la construcción de un canal a través del Istmo de Panamá.
Villalobos, que mandó la cuarta expedición mencionada, murió en Amboyna. Su seignndo, Iñigo Ortiz de Retes, trató de cruzar de nuevo el Océano, hacia México, y fué el descubridor de toda la costa Norte de Nueva Guinea. Pero también él fué rechazado
Ahora bien, el descubrimento de la vía a través del Pacifico es poca cosa en cuanto a utilidad, comparado con el de la via de ida y vuelta por el Pacifico, que permite el finjo y refiujo del comercio pasando sobre el vasto Océano. El hombre (]\\e liizo este descubrimiento debe parangonarse con Fernández, como desarro- llador valioso de las grandes hazañas de Núñez de Balboa.
No era un hombre vulgar. Andrés de Urdaneta era vascuence, y no hay para qué decir, de buena fainilia, pues todos los vas- congados lo son, pero además era un caballero bien educado. Inspirado por el amor a las aventuras se unió a la expedición de las islas de las Especias, de la cual era primer piloto su amigo Sebastián del Cano. Tenía entonces veintiséis años. Cuatro comandantes se sucedieron en el mando de la exjjedición; pero ninguno de ellos era Urdaneta. Era sin embargo el más capaz de los miembros de aquella desgraciada expedición, y fué el con- sejero leal y sincero de los jefes, al luchar con los portugueses, en los tratos que con ellos tuvieron, en el manejo de los españoles que se encontraron abandonados por su soberano, en conservar leales algunos de ellos bajo circunstancias apremiantes, y al disponer el regreso a su país. Entonces escribió un relato muy interesante de la expedición.
Urdaneta, cuando volvió a su país después de una ausencia de muchos años, había navegado por el Estrecho de Magallanes, había cruzado el Pacífico, conocido a fondo el archipiélago del Este y había dado la vuelta al mundo, aunque no en el mismo bajel. Continuó sirviendo a su país bajo diferentes capacidades y eventualmente hizo un viaje a México. Avanzando en años, con- templó la vida más seriamente y entró de monje en el convento franciscano
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l^n 1564 se resolvió el envío ele uua importante expedición de México a tomar posesión de las Filipinas, dándose el mando a Don Miguel López de Legazpi. Aunque Urdaneta estaba en su sexagésimo séptimo ano, y se había hecho